martes, 24 de diciembre de 2013

El oscuro invierno, de David Mark


El municipio de Hull tuvo el sentido del humor de promocionarse con el lema “It's Never Dull in Hull”, es decir, “nunca está nublado en Hull”, pero también “nunca te aburrirás en Hull”. La gracia está en que Hull es una de esas típicas ciudades del norte de Inglaterra, por supuesto siempre lluviosas y que padecen un largo declive industrial que no las ha convertido precisamente en lo que se tiene en mente al pensar en diversión.

Por lo tanto, el escenario de El oscuro invierno ya nos indica el tono que va a tener la novela. Un ambiente gris, deprimente, de personajes oscuros y ambivalencia moral. Todo suena familiar, así que el reto de David Mark, curtido durante muchos años como periodista especializado en sucesos, es jugar con estos arquetipos para plantear algo, si no nuevo, al menos bien urdido y con estilo.



Este libro es el primero de lo que se adivina como una larga serie protagonizada por el sargento McAvoy (ya se pueden hacer apuestas sobre el actor que le encarnará en la segura adaptación televisiva que llegará). Nuestro héroe es tan grande en físico como vulnerable anímicamente. Despreciado por sus compañeros, tendrá que actuar casi en solitario para imponer su verdad.

Si el personaje principal tiene los suficientes matices para captar la atención, la trama de la novela también está bien desarrollada. En un principio parece que los hechos expuestos no tienen relación, pero pronto, de la mano de McAvoy, el lector irá descubriendo el retorcido plan que se esconde tras los en apariencia aleatorios actos criminales. Como decíamos, no es una revolución del género, pero la base es sólida y el edificio se sostiene. Nunca te aburrirás con McAvoy.


Editorial Siruela
Traducción de Javier Sánchez García-Gutiérrez



lunes, 23 de diciembre de 2013

Jinete Nocturno (IX)

39
Después de arrinconar al agente francés, pero antes de empezar a arrastrarle, Henri se preguntó en qué se había metido. No hacía tantos años, él mismo podía haber sido ese agente. Cierto que cuando trabajaba para la DGSE nunca se había dedicado a cometidos tan poco cualificados (y a tenor del papelón que había hecho este agente, desde luego no exigían demasiado para llegar a ese puesto), pero qué demonios, estamos hablando de nuestros protectores.
En realidad el papel de Henri en el DGSE siempre había sido más bien político. Su formación cosmopolita, de la que había disfrutado gracias a la carrera itinerante de su padre, un militar de alta graduación que le llevó a él y a toda su familia alrededor del mundo, lo que le hizo completar sus estudios en tres continentes diferentes, y su máster en Relaciones Internacionales, le habían servido para ocupar un puesto privilegiado en el que se encargaba de enlace entre los mandos operativos y los cargos públicos. No tenía demasiado respeto a ninguna de las dos partes, unos le parecían soberbios incapaces que se inventaban cualquier trama para justificar sus gastos, y los otros uno inútiles todavía de mayor categoría que solo estaban preocupados por quedar bien sin mojarse los calcetines.
Sin embargo, él sí era apreciado por sus superiores. Su discreción y eficacia le habían facilitado una carrera meteórica que le permitió estar al tanto de los más altos secretos de Estado y disponer de una información privilegiada a las que muy pocos tenían acceso.
Una de sus tareas era la de servir de contacto para los agentes extranjeros que colaboraban con DGSE, y así fue como conoció a Tom. Enseguida conectaron y entre los dos se estableció una conexión que Henri no había encontrado entre sus compatriotas en la agencia, y mucho menos Tom en su aventura francesa. En realidad fue Henri quien organizó el encuentro entre Tom y su hermana Sophie y se vanagloriaba de haber ejercido como cupido en esta relación internacional.
Después de ocho años de servicio a su país, Henri decidió que ya había llegado el momento de servirse a sí mismo y se pasó a la empresa privada. La ley de incompatibilidad en teoría le dificultaba mucho la transición, pero tras perderse durante un año en el que dejó que su nombre se olvidara, en realidad no tuvo demasiadas dificultades para conseguir un puesto extraordinariamente bien pagado en el que poco más que tenía que hacer uso de las conexiones labradas a lo largo de su trabajo en el servicio de seguridad.
Con necesidad o sin ella, Henri pasaba la mayor parte del año de viaje por los países más exóticos. El negocio prosperaba con unas cifras de beneficio espectaculares y su labor era tan valorada como lo había sido cuando trabajaba para el Estado. No corría riesgos, no acababa la jornada agotado y en general se lo pasaba muy bien gastando su bien ganado salario.
Fue en un día cualquiera de satisfacción y relajo cuando recibió la llamada de Tom.


40


Durante una hora Helen estuvo estudiando los métodos de trabajo que habían montado los franceses. O al menos lo que le dejaban ver. No estaba demasiado impresionada, todo lo que la rodeaba era más o menos igual a lo que estaba acostumbrada a ver en la central de Londres. Pero sí le parecía que los franceses se lo tomaban todo con mucha calma. Estaban ante una misión con repercusión internacional que podía desembocar en varias guerras, y parecía un trámite más. Ni gritos, ni carreras ni nervios. Comme il faut.
Tras pedir permiso (tenía que hacerlo cada vez que hacía un movimiento), llamó a Khun, quien le informó de que no había ninguna novedad y que siguiera atenta. Después trató de localizar a Winder, pero le saltó el buzón de voz. Nada por lo que preocuparse. Seguro.
-Venga conmigo un momento.
La voz de Jean, el agente ocupado de su cuidado, o vigilancia, según se mirara, la sobresaltó. Le acompañó a un lugar apartado esperando que le dijera que se fuera de allí de una maldita vez. Pero no era eso lo que la esperaba.
-Creemos que Harker ha caído.
-¿Cómo?
-Su ex agente, ya sabe -estos franceses no podían privarse de dejar de recordárselo. Y lo hacían con indisimulada satisfacción.
-Pero ¿qué ha pasado?
-Nos han informado de un incidente cerca de la A6 en la que se han visto involucrados dos todoterrenos. Tenemos evidencias de que ha habido un tiroteo y un choque brutal. Hay tres cadáveres de unos italianos, con antecedentes en todos los delitos conocidos por la humanidad, y rastros de otro herido. Estos rastros corresponden a Harker.
Helen no dejó mostrar su preocupación. Su tarea allí era ocuparse precisamente de Harker, y si este había desaparecido ya no tendría ningún sentido que siguiera allí. Por eso su primer pensamiento fue que simplemente podría tratarse de una trampa de los franceses.
-¿Han encontrado su cuerpo? -preguntó buscando una vía de escape que la permitiera continuar con su misión.
-No. Ya se lo habría dicho. Pero sabemos que ha tenido una gran pérdida de sangre y es altamente improbable que llegue a París. Si es que va a poder llegar a cualquier sitio.
-Bueno, pero todavía no están seguros de nada. Y Harker es realmente duro, créame. Así que de momento todo sigue igual.
-No lo creo -dijo Jean con condescendencia-. Podemos considerar a Harker como fuera de juego. Una preocupación menos. Debería alegrarse, sus dolor de cabeza ya se ha pasado y no ha tenido que tomarse ni una aspirina. Nosotros nos ocuparemos de todo.
Helen se tomó su tiempo para replicar. Miró a Jean fijamente a los ojos. Después hizo una panorámica para comprobar que, efectivamente, todas las miradas estaban sobre ellos. Como si no hubiera nada más importante que hacer. Como si una coalición de traficantes de armas y terroristas no estuvieran a punto de poner el mundo patas arriba. No, aquí lo interesante era librarse de esa inglesa entrometida. Después de lanzar una mirada de vuelta llena de desprecio, se inspeccionó los dedos de la mano derecha con mucho más cariño que el dedicado a los seres vivientes de su entorno y se pasó esa misma mano por el pelo con extrema suavidad. Nadie podía ponerla de los nervios.
-Hasta que no haya constancia de que Harker está muerto o incapacitado todo seguirá igual. No podemos relajarnos ahora.
Jean resopló con fastidio. Con estos ingleses no había manera, cuando se les mete algo en la cabeza...
-Está bien. Usted continúe con su inagotable trabajo -dijo con sorna-. Espero que su asiento sea cómodo.
-Muchas gracias -dijo Helen dándose la vuelta.
-Ah, por cierto -soltó Jean cuando Helen ya había iniciado su regreso-. Winder acaba de escaparse del hotel. Esperemos que no le pase nada.


41


-¿Dónde estoy?
A Harker le hubiera gustado que sus primeras palabras fueran más originales, pero no estaba en condiciones de ponerse ingenioso.
-Shhhh.
No lo veía bien, pero ese consejo debía de provenir de Marcel. El mismo Marcel susurrante de siempre.
-¿Quién eres? ¿Qué me habéis hecho?
No había manera. Seguía lanzando un tópico tras otro. Pero sus recursos cerebrales estaban bajo mínimos, como todo en su cuerpo.
-No hables, Harker, vas a necesitar todas tus fuerzas -vaya, el otro tipo tampoco era muy innovador. Aunque con esas palabras supo que no era Marcel. Aunque no consiguió identificar su acento, tal torrente de palabras era impropio de su viejo-nuevo amigo.
-¿Dónde está Marcel?
Tampoco es que le importara mucho. Era un buen tipo. Y le había salvado el pellejo. Pero vamos.
-¿Marcel? -dijo la voz extrañada-. Ah, Marcel. Está perfectamente, no te preocupes por él. Ahora lo que tienes que hacer es pensar un poco en ti mismo. ¿Cómo te encuentras?
-Como si me hubiera pasado un coche por encima.
Aunque Harker empezaba a temer por la supervivencia de su ingenio, al tipo de la voz pareció hacerle gracia.
-Muy chisposo -dijo entre risas-. Te pongo una cosita y voy a contárselo a mi colega.
La risa y el comentario de la voz acabaron por sacar de sus casillas a Harker, que incluso intentó ponerse en pie.
-¡Quieres decirme qué demonios...!
Pero no pudo completar un nuevo cliché, porque antes de seguir discutiendo su cuidador decidió inyectarle una nueva dosis de esa sustancia que tanto bien le estaba haciendo.


42


-Menos mal que eran de bajada -dijo Henri echando el bofe.
-Ya veo que te has acomodado -comentó Tom, que estaba fresco como una rosa-. En tus buenos tiempos podías no bajar, sino subir 30 plantas sin que se te notara el esfuerzo.
-Exageras, nunca he sido un portento físico. Pero el cansancio no me nubla del todo la mente. Me has metido en un lío importante y vas a tener que darme una buena explicación.
-Por supuesto. Pero antes tengo que decirte que nadie puede verme en la calle. Además, supongo que la inutilidad de tus compatriotas no les impedirá hacer algunas comprobaciones de rutina, así que tenemos solo unos pocos minutos antes de que empiecen a perseguirnos.
Henri disponía de un piso de seguridad, del que solo él tenía conocimiento, en el distrito XVI, y hacia allí se dirigieron tras agenciarse otro coche, pues suponían que el de Henri ya estaba localizado. En el camino Tom resumió la situación casi en titulares, pero dejando claro la gravedad de los hechos. Henri reaccionó primero con incredulidad, después con preocupación y finalmente con total compromiso.
Ya en el piso de seguridad, que Henri no se había preocupado de decorar mínimamente (solo disponían de un par de sillas para acomodarse), el exagente francés ofreció a su amigo una amplia variedad de bebidas.
-Primero, lo que tengo ahora es un hambre que devoraría una vaca sin necesidad de cocinarla ni de salsa, a bocados. Segundo, ¿cómo es posible que no tengas ni una mesa pero sí un completo surtido de bebidas alcohólicas?
-Todos tenemos nuestras prioridades, mi querido amigo. Creo que tengo por ahí algo de queso, no puede faltar en una casa francesa -Tom hizo un gesto como que pasaba del queso-. Pero venga, ponte cómodo y dime cuál es tu plan?
-¿Plan? -Tom dudó legítimamente durante unos segundos-. Mi plan era llamarte a ti. A partir de ahora ya...
-De acuerdo, y luego los chapuceros somos los franceses -dijo Henri tras dar un trago al vermú que él si había tenido la presencia de ánimo para prepararse.
-Venga, compañero, seguro que tú sabes qué pasos dar a partir de aquí. O conoces a alguien con quien ponerme en contacto.
-¡Claro! -exclamó Henri con sarcasmo-. Si todo es muy sencillo. Estás envuelto en una conspiración internacional en la que no falta ni el Tato y no puedes ser visto en ningún lugar a riesgo de que te lleven a un calabozo en Kazajistán o que directamente te vuelen la cabeza, depende de la calaña del tipo que te encuentre. Bájate a comprar un panini y para cuando hayas vuelto ya habré llamado a mi secretaria para ver qué disponibilidad tienen mis contactos en el Gobierno. Aunque a lo mejor prefieres a alguien del Estado Mayor.
Tom sacó uno de los pocos cigarrillos que le quedaban y lo fumó con concentración. Lo apretaba tan fuerte que casi parecía que se lo estaba comiendo. Quizá el humo podía sugerirle alguna respuesta.
Mientras, Henri apuró con prisa lo que le quedaba de copa y se dirigió hacia una habitación interior. Tom esperaba que trajera alguna solución de su excursión, pero Henri solo se había apartado porque necesitaba alejarse un poco de su cuñado (de verdad que le habían dado ganas de abofetearle).
Tras un intenso cruce de miradas, a Tom le pareció que los ojos de Henri comenzaron a brillar. Poco después, una sonrisa de listillo acompañó al relámpago de las pupilas.
-Ya sé a quién podemos llamar. Quizá no sea de mucha ayuda, pero con un poco de suerte te dará la paliza que te estás buscando.


viernes, 20 de diciembre de 2013

Cuento de cuentos, de Néstor Luján


Néstor Luján parece una de esas personas que saben de todo, y que todo lo saben contar de maravilla. Aunque quizá sea más conocido por su enciclopedismo gastronómico, a lo largo de su carrera probó todos los géneros con una maestría indiscutible. Así que no es de extrañar que le saliera tan bien Cuento de cuentos, un compendio entre etimológico y folclórico sobre el origen de palabras, frases y expresiones.




Escrito con gracia y elegancia, en Cuento de cuentos podemos descubrir que ni Napoleón dijo aquello de “cuarenta siglos os contemplan”, ni las últimas palabras de Goethe fueron “Luz, más luz” (sino “dame la patita”). También descubriremos el origen de frases en apariencia sin sentido como “buscar tres pies al gato” (que en origen eran cinco) o la procedencia del “negro” literario. Además, también descubriremos la fuente de algunos refranes que han hecho fortuna, como el “nunca segundas partes fueron buenas”, que no pudo ser más inoportuno, pues apareció nada menos que en la segunda parte del Don Quijote.

Cuento de cuentos, en el que Luján espiga anécdotas de los más variados libros, mostrando una erudición apabullante (“esto lo leí en unas memorias no editadas de un médico francés del siglo XVI”), pero sin mostrar el más mínimo signo de pedantería, se lee con regocijo y es un excelente vivero para conversaciones sociales. ¿A que no sabes de dónde viene lo de “pelar la pava”?


Editorial Folio


miércoles, 18 de diciembre de 2013

El juego de Gerald, de Stephen King


El proceso es conocido: un autor goza de gran popularidad, después pasa por un periodo en el purgatorio cuando nadie se acuerda de él, y finalmente es redescubierto y puesto en valor. Lo inhabitual en el caso de Stephen King es que ha pasado por estas tres fases en vida. Si hace unos pocos años parecía ya un escritor del pasado, con sus últimas publicaciones ha logrado unas alabanzas críticas que normalmente se reservan para autores ya fallecidos.

Pero King ya había demostrado antes ser un novelista de cualidades extraordinarias. Eljuego de Gerald, publicado a principios de los años 90, es un tour de force en el que parece que el escritor se ha puesto a prueba a sí mismo con un reto en apariencia insuperable, pero que King supo solventar con maestría. Un libro de 400 páginas en el que la protagonista se pasa todo el tiempo esposada en una cama no parece un reto sencillo ni para el escritor ni para el lector, que a cada momento piensa, ¿cómo va a conseguir King llegar a la meta? Pero lo hace, entre sobresaltos, pero llega.




Aquí el terror que transmite la historia es puramente psicológico. La protagonista se asoma al abismo de la locura y tiene que luchar, más que contra las apariciones (en el doble sentido) que la acechan, contra su propio desquiciamiento. Y King cada vez le pone (se pone) las cosas más difíciles, para finalmente salir airosa (airoso), no con artificios, sino con oficio.

Le podríamos reprochar al libro las últimas 50 páginas. Tomadas aparte, son impecables y de un gran impacto, aunque al salir del escenario principal puede parecer un añadido. Pero preferimos quedarnos con la satisfacción de haber asistido a la ejecución un ejercicio de estilo resuelto a lo grande por parte de un autor al que algunos tenían catalogado como escritor de manual hasta hace muy poco tiempo.

Editorial Grijalbo
Traducción de María Vidal

martes, 17 de diciembre de 2013

El mensajero, de L. P. Hartley


Quizá el efecto más difícil de conseguir en literatura sea que en una narración en primera persona el lector sea capaz de descubrir muchos más secretos de los que la voz narrativa está dispuesta a desvelar. Se trata de un engranaje de insinuaciones en el que, si al escritor se le va la mano, el juego pierde la gracia; y si no alcanza el nivel mínimo de sugerencia, el lector se quedará en la inopia. Seguramente fue Henry James quién llevó a su extremo esta técnica.

El mensajero podría ser un ejemplo canónico de cómo llevar a la práctica este recurso. Para empezar, L. P. Hartley tuvo el acierto absoluto de encontrar el mejor punto de vista. Porque la historia no la narra un niño de 12 años, sino ese niño 50 años después. Y como él mismo dice, es al recuperar esa historia cuando el protagonista empieza a comprender muchas cosas que antes se le había pasado por alto. Así que está en igualdad de condiciones con el lector, que nunca sabrá con seguridad cuánto hay en lo que está leyendo de verdad, recreación o invención.




Otra muestra de la maestría de Hartley, que obliga a dejar apartado el libro durante unos instantes y aplaudir como reconocimiento a su labor, es su dominio de la sutileza. Cómo es capaz de dejar entrever lo que está pasando, sin ser en ningún momento obvio ni descriptivo. Por ejemplo, su uso de las metáforas no tiene intención poética ni pretende que la lectura sea simbólica, sino que consigue apuntalar lo que solo se percibe de una manera nebulosa a través de un mecanismo puramente sensorial.

Todo el mundo conoce la primera frase del libro (El pasado es un país extranjero: allí las cosas se hacen de otra manera), pero parece como si con eso (y quizá con la magnífica adaptación que realizó Joseph Losey) fuera suficiente. Y sin embargo, El mensajero es una obra maestra que tiene mucho que enseñarnos. Se puede analizar como una pieza literaria de una fineza y una sabiduría compositiva extraordinarias, pero sobre todo se puede leer como una novela de aprendizaje cuyas reminiscencias no se acaban nunca.

Editorial Pre-textos
Traducción de José Luis López Muñoz

lunes, 16 de diciembre de 2013

Jinete Nocturno (VIII)

33
-Ha llamado Yurov. Me ha lanzado algunos insultos realmente dolorosos y encima me ha hecho repetir el plan en clave una vez más, y ya sabes como suena eso.
El té ya está en las bolsas y listo para ponerse a calentar. Antes hemos comprobado el fuego y todo funciona bien. También tenemos confirmación de que el jockey está montando al caballo y que el caballero le observa desde cerca. Por su parte, los dátiles están frescos y listos para la fiesta.
-¿Y qué hay del samovar?
-¡El samovar! Jaja
-Jaja. No, en serio, yo creo que el hombre se aburre.
-¿Quién no se aburriría en un yate con todo lo que quiera a su disposición? Debe de ser muy estresante eso de poder hacer cualquier cosa.
-Si, yo no sabría elegir qué pantalones ponerme por la mañana.
-¿Es que te pondrías pantalones? ¿Para qué?
-Pues también tienes razón. Todo el día en bolas. Y al que le moleste, ya sabes, pum, pum.
-De todas maneras, no sé por qué nos tomamos tantas molestias en convertirnos en Yurov. Para ir en bolas no necesitas dinero, y también puedes hacerlo en tu casa.
-Oye, una cosa. En realidad, ¿a ti qué te parece todo esto?
-Pues que las cosas iban tan bien que es normal que algo pasara. Incluso mejor: si todo está tranquilo, es que se acerca la tormenta.
-Ya, pero ahora estamos nosotros, los moros, los yanquis, los gabachos, los caracaballos. Parece un vodevil como ese que vimos en el Théâtre des Capucines.
-¿Y lo que nos reímos?


34


-Como todo esto se líe, aprieto el botón y todo por los aires. Se acabó el problema.
-Claro, tú lo solucionas todo muy rápido. Pero así no conseguiríamos nada.
-¿Cómo que no? Llamaríamos la atención, que es lo que queremos.
-¿Y nuestra gente, qué? ¿Es que va a conseguir la libertad porque tú aprietes un botón?
-Eso tendrías que haberlo pensado antes, porque eso es todo lo que hacemos, apretar botones.
-Eres un cínico y un criminal.
-A buenas horas. A ver si tú vas a ser uno de ellos, porque yo ya no me fío ni de mi padre.
-Pues yo del que no me fío es de ti. Ten cuidado, hace tiempo que te observamos.
-¿Que me observáis? ¿Tú y cuántos más? A ver si voy a tener que apretar el botón antes de tiempo.
-Ven aquí ahora mismo.
-Ven tú.
-¡Te parto el alma!
-¡Chicos! ¡Ya está bien! Parecéis unos niños malcriados en lugar de unos luchadores por la libertad. Y yo no quiero hacer el papel de madre, así que si no queréis que os dé una buena zurra a los dos, más vale que os controléis. Venga, daos la mano.
-Pero si ha empezado él.
-Y una mierda.
-Os voy a tener que mandar de vuelta a vuestro pueblo. Pero ya.
-¡No, por favor, eso no!
-¡Si estamos de broma! Venga, un abrazo.
-¡Qué abrazo! ¡Dame un beso, hermano!


35


El encontronazo tuvo un resultado desigual. Los tres ocupantes del todoterreno negro habían quedado gravemente dañados, aunque sus sufrimientos fueron cortados de raíz por un ileso Marcel, que cumplió su cometido como quien se limpia las cenizas que le han caído de un cigarrillo.
PUM PUM PUM
El ruido devolvió la conciencia a Harker, quien hubiera preferido seguir en la bendita compañía de los angelitos. Cuando se despertó, a le dolía hasta el pelo, pero mientras se mantenía quieto podía mantener algo de serenidad. Por eso la voz de Marcel, siempre tan expeditivo, le sonó como una canción heavy puesta a todo volumen con la única intención de torturarle.
-Muévete. Muévete. Muévete. Muévete. Muévete. Marcel solo lo había dicho una vez, como era su costumbre, pero la palabra resonó en el cerebro de Harker, rebotando una y otra vez y haciéndose cada vez más insoportable. Cuando el eco ceso, John apenas disponía de un susurro y de una pizca de su caudal de ironía para soltar:
-Si tienes una grúa escondida por ahí a lo mejor podría ponerme en pie.
-Seguro que estos inútiles no son los únicos que vienen detrás de nosotros. Será mejor que nos pongamos en marcha ya.
Harker tuvo fuerzas para sorprenderse de escuchar dos frases completas salidas de la boca de Marcel, pero para poco más. El Land Rover estaba tan hecho polvo como él mismo, mientras que el todoterreno daba las mismas señales de vitalidad que sus ocupantes.
-Ni a rastras me podré mover de aquí.
La mirada de Marcel fue mucho más expresiva que cualquier palabra que hubiera podido emitir. Una vez más se alejó de John para llamar por teléfono. Cuando volvió no dijo nada.
-¿Qué va a pasar? ¿Vienen a por nosotros?
-Guarda tus fuerzas. Las vas a necesitar.


36


-¿Quién ha sido?
-...
-No me hagas repetir la pregunta. ¿ Franceses, americanos o ingleses?
-Según nuestro hombre en La Granja...
-¿Nuestro qué?
-Ya sabe, nuestro sherpa.
-¿De qué me estás hablando?
-Nuestro chófer, nuestro guía, nuestro gorila, nuestro salvaguarda, la persona encargada de protección y vigilancia, el campesino, el franchute fiel, el buen hombre de las montañas, el gigante moreno, el ángel de la guarda, el mocetón del sur, nuestro seguro de vida.
-Está bien, ya sé de quién me hablas.
-Pues según el, y prepárese, los tipos malintencionados del todoterreno... eran italianos.
-¡Te estás quedando conmigo! ¿Qué pintan los italianos aquí?
-No, no eran mafiosos, ya solo faltaba que tuviéramos a los macarroni metidos también en el ajo.
-Menos mal, esto ya iba camino de convertirse en una opereta de cuarta categoría.
-Seguramente estaban contratados por alguna de las partes implicadas. Solo que todavía no sabemos por cuál.
-Pues ya podéis aplicaros.
-Tenemos a un equipo de camino. Se encargarán de evacuar al campesino y al caracaballo y si les da tiempo comprobaran las pruebas que hayan quedado.
-Para empezar, ¿de quién fue la idea de que solo una persona se ocupara de la vigilancia del carapepino?
-...
-Te ordeno que me lo digas. Que cada palo aguante su vela.
-Fue... ¿usted?
-¡YO! ¿YO? Yo... tenía mis motivos, pero ahora todo ha cambiado. Es prioritario que el sangredemermelada llegue sano y salvo a París.
-Me parece que para lo de sano ya es un poco tarde.
-No te pongas impertinente y ocúpate de que todo salga bien. Te hago personalmente responsable.
-Sí, señor. También me ocuparé de meterte una granada por donde te quepa.
-¿Pero qué dices?
-Que ya había colgado, hombre.


37


-¿Cómo se puede ser tan incompetente? Es que no me entra en la cabeza. Os dejamos esto en vuestras manos, porque es vuestro terreno, ¡y se lo encargáis a unos italianos que serían profesionales, pero de la fantochada!
-Nos vinieron con las mejores referencias.
-Sí, seguro que se las inventaron y ni las comprobasteis.
-No podíamos actuar directamente. Imagínate por un momento que mandamos a algunos de nuestros agentes y se quedan en el camino. Todo el plan hubiera quedado al descubierto.
-Tal y como están las cosas, tarde o temprano pasara de todas maneras, así que mejor haber hecho el trabajo bien a la primera y ahora no estaríamos metidos en este embrollo.
-No te preocupes, ya nos hemos ocupado de que esta vez la eliminación se produzca sin más contratiempos.
-Y a quién se lo habéis endosado esta vez, ¿a unos rumanos?
-No, nuestro rumano jefe está en la cárcel. Un pequeño problema de descoordinación con la Policía. Ya sabe que estas cosas pasan.
-Tienes que estar de broma. Lo mejor será que llame a alguno de los nuestros y que se ocupen ellos. Harker no puede llegar a París de ninguna de las maneras.
-No, eso enredaría aún más las cosas. Nuestro contacto no sabe de qué va el asunto, y si ve aparecer a un grupo desconocido, acabará también con ellos. Es superprofesional.
-Superprofesional mi culo.
-Tampoco hay que ponerse así.
-Me pongo como me da la gana. Si al final es lo que yo dije desde el principio, que con vosotros no se puede. Ya verás como tendré que ocuparme de Harker personalmente. Davies ya está de camino, por si las moscas.
-Que no, hombre, que no. Te reporto en una hora.


38


Henri tuvo que cancelar una cita precipitadamente y sin dar demasiadas explicaciones, pero es que sabía que si Tom se ponía tan imperativo era porque se trataba de algo de la máxima prioridad.
El hotel Sainte-Croix se encontraba en un distrito lejano de la ciudad, que hacía tiempo que no visitaba. Su coche tampoco parecía tener mucha predilección por esa zona de París, porque cuando programó el gps para que le guiara le indicó un hotel del centro de Nantes. Tras varios intentos infructuosos tuvo que consultar a su móvil, que le indicó que tardaría 25 minutos en llegar.
Con más de 20 minutos de retraso sobre el horario previsto, por fin se presentó a las puertas del hotel. En la decimoquinta planta le esperaba un vigilante de muy mala acogida que le preguntó de muy malos modos qué hacía allí. Tom, ya avisado de la llegada, salió de su habitación y dijo que todo estaba bien.
-De eso nada. Me han dejado bien claro que aquí no entra nadie.
Tom se acercó poniendo una cara simpática al vigilante con la mano derecha adelantada en señal de apaciguamiento.
-Eh, amigo, no pasa nada. Podemos tener la charla en el pasillo.
-Eso es completamente irregular. No va a ser posible.
De manera inadvertida, Tom y Henri habían encajonado al vigilante, que se las vio venir demasiado tarde. Al llevarse la mano al comunicador que tenía en el cinturón pareció dar la señal que los otros dos estaban esperando.
-Shhh, tranquilo, tranquilo. No te va a pasar nada -dijo Tom mientras con una sutil llave enviaba al vigilante a un lugar mucho más relajado.
-Recuérdame que nunca te lleve la contraria -resopló Henri mientras arrastraba el cuerpo del francés hacia la habitación. -Pues quizá sea un buen momento. ¿Estás listo para bajar 15 pisos de escaleras?

jueves, 12 de diciembre de 2013

La entreplanta, de Nicholson Baker


Sinopsis: A Howard, un empleado de unos 30 años con una leve neurosis, se le rompen los cordones del zapato y aprovecha la hora del almuerzo para ir a comprar unos nuevos.

Perfecto, ya tenemos el punto de partida, ¿y ahora qué?

No, no me he explicado bien. Eso es todo.

Suponemos que los editores se volverían locos por publicar una novela como La entreplanta. Un libro con ausencia absoluta de acción. Un libro que es un monólogo mental en el que el protagonista se entretiene páginas y páginas en analizar la evolución de las pajas para refrescos. Un libro construido a base de meandros que no llevan a ninguna parte.




Por suerte, alguien tuvo la lucidez de descubrir que la escritura de Nicholson Baker ofrecía algo diferente, un desafío no apto para todos los gustos, pero que a quien consigue conquistar, le mantendrá fascinado hasta el final de una peripecia en apariencia tan insulsa como, en el fondo, tan cercana a cualquiera de nosotros.

Baker evita la lectura lineal haciendo uso de diversos recursos narrativos, el más llamativo de los cuales es la utilización de extensísimas notas al pie que parecen una invitación o pasar de página, pero en las cuales se encuentran algunos de los hallazgos más iluminadores y divertidos del libro. También evita cualquier comparación cuando mezcla una nostalgia "prefabricada" con una fascinación por la tecnología en principio muy poco literaria, pero que configura un nuevo medio de evocación. 

La entreplanta puede parecer un libro más europeo que americano, con su delectación por el ensimismamiento y el recurso permanente a la digresión. Un viaje que no lleva a ninguna parte, que ni tan siquiera es erudito, sino abiertamente pedestre. Baker, en su primera novela, no quiso someterse a ninguna exigencia comercial, ni hizo ninguna concesión al lector. Apuesta arriesgada, pero que salió ganadora: aquí tenemos a un autor muy personal del que será difícil despedirse.

Editorial Alfaguara
Traducción de Miguel Martínez-Lage

miércoles, 11 de diciembre de 2013

El caballero inexistente, de Italo Calvino


Ya en una carta incluida en la introducción a esta edición de El caballero inexistente ItaloCalvino advertía sobre los peligros de la sobreinterpretación. En una época en la que la política intentaba adueñarse de cualquier expresión artística, se tomó la historia aquí contada como una fábula sobre el Partido Comunista (y lo gracioso es que, puestos a imaginar, la cosa tiene sentido). Pero la grandeza de Calvino es que su capacidad para sugerir no se acaba nunca: cada lector puede crear su propia historia.

Además de la política, otro campo peligroso para el arte avanzaba por aquellos finales de los 50: la experimentación gratuita. Casi todos los libros que cayeron en esta moda hoy han quedado olvidados o ilegibles. Si los relatos de Calvino mantienen su vigencia es porque, junto a su gusto por el juego y su irreverencia ante las normas de la escritura, también poseía un genuino talento para la narración y un fondo cáustico que conservan su frescura.




El caballero inexistente es la última parte de la trilogía que forma Nuestros antepasados. Quizá sea menos reconocido que El vizconde demediado y El barón rampante, pero en la comparación no pierde ni en gracia ni en inventiva. En esta ocasión Calvino viaja más lejos en el pasado, en el que mezcla a Carlomagno y los Caballeros del Grial para configurar un mundo que combina mitos e historia de manera desenfadada.

Cada episodio del libro se puede leer como una fábula moral (o política, sí), y el conjunto ofrece un estimulante enigma sobre la propia identidad, sobre la búsqueda de los orígenes (objetivo no disimulado de toda la trilogía), sobre qué nos hace ser humanos. Un tema central en la obra de Calvino al que no se acercó de manera pretenciosa, sino que siempre indagó de la forma más apropiada, es decir, con humanidad.

Editorial Siruela
Traducción de Esther Benítez

martes, 10 de diciembre de 2013

El ángel rojo


En la contraportada de El ángel rojo se previene de su lectura a quienes padezcan “enfermedades cardíacas”. El aviso es pertinente, pero creemos que sería más adecuado poner en alerta a quienes padezcan de estómago delicado: si en el cine es normal apartar la mirada de la pantalla en las escenas más truculentas, en este caso habrá que saltarse algunas líneas cuando la cosa se ponga especialmente desagradable.

Está claro que FranckThilliez no piensa que insinuar sea mejor que mostrar, o que la descripción del horror tenga un límite. Él prefiere sumergirse en el lodo, llenar sus libros de vísceras, órganos y mucha sangre. Y arrastrar consigo al lector. No se ahorra ningún detalle, no se amilana ante las descripciones más minuciosas de la carnicería. Él no mira hacia otro lado. Será responsabilidad del lector decidir hasta dónde está dispuesto a llegar.




El ángel rojo es el primer libro de la serie protagonizada por Franck Sharko, pero Thilliez no se detiene en presentaciones. Desde el principio impone a la narración una velocidad de vértigo, en la que se suceden espantosas escenas de crímenes, personajes que cuanto más lejos mejor, y una investigación criminal que solo avanza aparentemente, pues cada paso adelante no es más que un acercamiento al abismo.

Con las prevenciones debidas y el peligro del morbo difuminado por una moral individual, la novela se puede leer como un entretenimiento puro y duro, de lectura incandescente. Cada cual puede decidir si de entre tanto horror se debe sacar una conclusión sobre la violencia en la sociedad y el peligro cada vez más extendido de que las comunicaciones faciliten el crimen, o si se queda con la adrenalina puramente literaria. También en este caso se trata de una cuestión de tripas.

Editorial Marlow
Traducción de Martine Fernández Castaner

lunes, 9 de diciembre de 2013

Jinete Nocturno (VII)

SEGUNDA PARTE


29
-Qué aburrimiento.
-Sí, señora Princesa.
-¿Dónde está Pierre?
-Dijo que se iba al cine, señora Princesa.
-Pero cuánto le gusta el cine a este chico.
-Mucho, señora Princesa.
-El cine sí, pero cuando se le pide que haga lo que tiene que hacer, siempre se escapa.
-Cierto, señora Princesa.
-Pero tú no le critiques, eh. Yo puedo decir lo que quiera que para eso os pago. Y muy bien, por cierto, demasiado. Pero tú te callas, que tienes muchos motivos para hacerlo, además.
-Ajá, señora Princesa.
-¿Te he contado alguna vez la historia de mi segunda marido?
-Sí, señora Princesa.
-Se llamaba Alfred, pero yo siempre le llamaba Freddy. A él le molestaba, porque como era bajito, se pensaba que me burlaba de él. Pero a mí me daba igual. Yo soy la que pago, yo soy la que pongo los nombres.
-Efectivamente, señora Princesa.
-El caso es que Freddy se parecía mucho a Pierre. Solo que en vez del cine, lo que le gustaba a él era el casino. Y eso es mucho peor, claro.
-Claro, señora Princesa.
-Se gastaba lo que tenía y lo que no tenía. Y luego la que tenía que poner los francos era yo. Pero le quería mucho, a Freddy. Por eso teníamos muchas broncas, pero al final siempre acababa cediendo.
-Sí, señora Princesa.
-Pero hubo un día en el que perdió millones y eso ya no lo pude soportar. Me vino llorando, suplicando. Tenía que pagar como fuera, estaba en un verdadero lío, con mafiosos de por medio, según decía. Pero yo no me lo creí y le dije que no, que ya estaba bien, que se buscara la vida.
-Muy bien, señora Princesa.
-Aquí teníamos una pistola, por si acaso, y ese día Freddy se fue a por ella y me dijo: muy bien, tú lo has querido. Todavía no sé si me estaba amenazando o si estaba sugiriendo que se iba a pegar un tiro. Supongo que nunca lo sabré. Porque cuando le di la espalda, él abandonó el yate y nunca más he sabido nada de él. ¿Tú has tenido alguna noticia de Freddy?
-No, señora Princesa.
-Aparte del casino, lo único que le gustaba era la música. Eso sí que me gustaba de él. Era un melómano, Freddy.
-Naranananá, señora Princesa.
-Sí, ya sé que a ti también te gusta.
-Sobre todo los violines, señora Princesa.
-Cállate. Bueno, cuando vuelva Pierre lo preparáis todo, que tengo ya ganas de irme de aquí. El ruso ese me da muy mala espina.
-Es simpático, señora Princesa. El otro día me regaló una botella de vodka.
-Pues se la devuelves ahora mismo. No quiero tener nada que ver con esa chusma. ¡Rusos!
-Va a ser un poco difícil, seño...
-¿Cómo?
-Sí, señora Princesa. Mañana nos vamos.


30


Tras esperar más de media hora sin que nadie fuera a su habitación ni recibir ninguna respuesta de sus múltiples llamadas telefónicas, Tom decidió que tenía que hacer algo por su cuenta. Su anterior excursión por las calles de París no le había salido muy bien, pero quedarse encerrado en esa habitación de hotel le parecía todavía más ridículo que frustrante.
Esta vez sí que se habían ocupado de poner vigilancia en su puerta, como había comprobado cuando salió a “tomar el aire”, y sabía que no le iba a ser nada fácil librarse de los franceses. Además, tampoco quería arruinar toda la misión si era visto por alguna persona inadecuada. Estaba en un callejón sin salida, hasta que un nombre le vino a la mente.
-¡Henri! No sé cómo he podido ser tan estúpido -dijo Tom sin dar tiempo a su interlocutor a saludar.
-¿Tom? ¿Qué pasa? ¿Dónde estás? -Henri, sabedor de que Tom no acostumbraba a hacer llamadas de broma ni, ya puestos, a llamar para preguntar cómo te iba, se puso en alerta inmediatamente.
-Estoy aquí mismo, en París, en el hotel Sainte-Croix.
-Ah, qué bien. Si quieres podemos vernos. Deja que mire... -dijo Henri mientras rebuscaba en su repleta agenda.
-No, no mires nada -dijo Tom imperativo-. Tenemos que vernos ya, cada segundo cuenta.
-Mira, Tom, yo también tengo ganas de verte -dijo Henri mientras buscaba una excusa con la que ganar tiempo-, pero ahora mismo...
-Henri, tienes que venir. Ahora -y el tono admonitorio de Tom no dejaba lugar a dudas.
-Hmmm... -Henri solo se dio unos instantes para calibrar la seriedad de la llamada-. Espero que no sea una de tus locuras. Voy para allá.
-Por cierto, esta llamada estará siendo escuchada y se tomarán las medidas predecibles. Estás avisado.
-Ya, no hace falta ni que lo digas.


31


El teléfono de Marcel llamó la atención de las vacas durante un segundo, pero enseguida volvieron a sumirse en su metafísica. Harker permaneció más atento, aunque Marcel, que ya estaba a una distancia inaudible de él, se alejó aún más.
La conversación no duró ni cinco minutos, pero eso debía de ser un récord para Marcel. Cuando se acercó a John, simplemente le dijo “vámonos”.
Harker cogió su maletín y se subió al Land Rover, que Marcel iba a conducir con tal concentración que John pensó que ni un meteorito conseguiría distraerle de la carretera. Probó a soltar algunas frases de compromiso, e incluso se arriesgó con un “¿adónde vamos?”, pero la respuesta fue la esperada: un silencio divino. John pensó que a Marcel debía de habérsele contagiado algo de la actitud meditativa de las vacas de la granja, aunque ni tan siquiera sabía si vivía allí habitualmente. Lo dudaba.
Prefería no pensar en lo que tenía por delante y una conversación intrascendente le habría venido muy bien, pero ya estaba claro que eso no iba a suceder. Así que John se conformó con sacar un cigarrillo de su pitillera y echar cuenta del tiempo que le quedaba con tan agradable compañía. Cuando se inclinó ligeramente para encender el pitillo, su instinto profesional le indicó que algo iba a pasar.
Marcel debió de tener la misma impresión, porque el volantazo que pegó casi le lanza a través de la ventanilla.
Primero oyó el ruido que producía un potente motor a toda máquina. Al instante las primeras balas comenzaron a sonar cerca de él. Demasiado cerca.
Sin soltar el volante ni mostrar la más mínima reacción, Marcel se las arregló para abrir un compartimento del coche que hasta entonces le había pasado inadvertido a John. Con una mirada casi imperceptible, pero que John captó a la primera, le indicó que cogiera el arma que ponía a su disposición.
La carretera ya quedaba atrás mientras perseguidos y perseguidores se introducían en lo que parecía ser un viñedo. Pero que no le preguntaran a John por los detalles, en esos momentos estaba más ocupado fijándose en otras cosas.
En un segundo el Land Rover dio una vuelta de 180 grados y se cruzó con un todoterreno negro del que salían dos ametralladoras que ofrecían un completo espectáculo de sonido y luces. Mejor que en la ópera, le dio tiempo a pensar a John antes de empezar a disparar su escopeta.
La imagen de los dos vehículos cruzandose en la carretera recordaba a un duelo medieval en el que dos caballeros se retaban en duelo con sus lanzas en ristre. La primera embestida no derribo a ninguno de los jinetes. Pero el lance no había hecho más que comenzar.
Ambos autos dieron un giro que volvió a poner sus morros enfrentados. Parecía que no había nadie por el viñedo, pero de ser así, era poco probable que se inmiscuyera en los asuntos de una personas realmente muy cabreadas.
Esta vez Marcel decidió apurar sus posibilidades y de dirigió directamente hacia la parte frontal del todoterreno acelerando hasta el límite.. El otro conductor pareció aceptar el reto y se situó en el medio del camino, mientras que las balas de la ametralladora seguían acosando al Land Rover sin lograr abatirle. Los disparos de John, más espaciados pero más contundentes, habían alcanzado el parabrisas de su adversario, pero no habían logrado derribar la protección.
-Agárrate.
Era la segunda vez que escuchaba la voz de Marcel esa mañana. Y dudaba que pudiera volver a oírla.


32


500 kilómetros al norte, los últimos años de la vida que Harker creía cercana a su final habían sido descritos con todos los detalles que eran posible entresacar de una nube de misterios, pistas falsas y testimonios contradictorios que se habían recolectado.
-Todo eso está muy bien -dijo Helen después de una hora de escuchar pacientemente soliloquios que parecían sacados de Ionesco y de ver imágenes borrosas, como si estuviera en El tercer hombre siendo convencida de la culpabilidad de Harry Lime-. Pero aparte de dejarme claro que los agentes ingleses no son de fiar, no me ha dicho qué tiene que ver Harker en todo este lío.
Millot pareció desconcertado durante un instante. Había pensado que todo el trabajo que había expuesto dejaría bien calladita a la inglesa y podría ponerse a resolver algunos asuntos realmente importantes. En unos segundos de reflexión le dio tiempo a repasar una completa cadena de mando para la que tenía reproches sin excepción. Ya llegaría su momento. El pensamiento le provocó una sonrisa intempestiva que descuadró aún más a Clarke.
-Está claro, ¿no? -su pose avinagrada había regresado-. Harker es un intermediario. Tiene contactos, recursos y materiales que ofrecer. Supuestamente es un tipo de grandísimo talento. Por eso confiasteis tanto en él, ¿no es así?
-¿Me está diciendo que el mayor traficante de armas del mundo necesita a un free lance de pasado turbio para lleva a cabo sus operaciones? -preguntó Helen con ese aire de superioridad tan inglés que tanto enervaba a Millot.
-Le recuerdo que las armas son inglesas -en toda la cara-. En este negocio, como supongo que sabrá, todo se trata de a quién conoces y cómo mueves el material.
Con mucho gusto Helen y Millot se abrían abofeteado. Millot pensó en duelos al amanecer, pero su caballerosidad francesa le impidió llegar más lejos que a levantar el mentón.
-No sé -dijo Clarke, que había dudado entre pistola y florete-. Tom tenía razón, hay algo aquí que no encaja.
-¡Ya estamos con Winder y sus locuras conspirativas! -exclamó Millot exasperado-. Escúcheme, aquí tenemos muchas cosas de las que ocuparnos para entretenernos con los asuntos internos de los ingleses. Así que si me lo permite, la voy a dejar con sus teorías para centrarme en Jinete Nocturno.
-Le acompaño.
-Si no hay más remedio...