viernes, 29 de noviembre de 2013

Un día es un día, de Margaret Atwood



Según los propios canadienses, Canadá es un país de escasa tradición literaria. Sin embargo, con la figura de Robertson Davies como referente, en los últimos años se ha convertido en una potencia de las letras, con algunos de los autores más reverenciados del momento. Si Alice Munro acaba de ganar un merecidísimo Nobel, Canadá también cuenta con escritores de primera fila no estrictamente literarios, como Steven Pinker, o con Margaret Atwood, en nuestra opinión otra de las más destacadas autoras de la actualidad. Y eso solo por citar a dos ejemplos de lo más heterogéneo.

La comparación entre Munro y Atwood es inevitable, pero también innecesaria. Se podrían encontrar multitud de vínculos entre los cuentos reunidos en Un díaes un día y los relatos de Munro, pero Atwood tiene una voz propia, de hecho tiene un estilo inconfundible. Aquí no nos encontramos con las fantasías distópicas de muchas de sus novelas ni con complejos entramados narrativos, pero sí con fuertes personajes femeninos y una descripción de la cotidianidad de una gran sensibilidad y acierto en la captura de los detalles más reveladores.



El libro se divide en Infancia, Madurez y Vejez, por lo que la presentación de los cuentos no es cronológica. Pese a ello, no hace falta buscar el año de la publicación de los relatos para ser consciente de su progresión. Si en los primeros, aun contando con buenos personajes y con la habilidad narrativa de Atwood, todavía no hay ese impulso que la hace única. Será en los cuatro cuentos más reciente, a los que podríamos añadir el que abre el libro, en los que demuestre toda su fuerza evocadora y su capacidad para encandilar al lector.

El mundo de Atwood combina la sordidez de la mediocridad con el vuelo poético de la esperanza. No hay un estado de ánimo permanente, sino que los altibajos, como en la vida, jalonan la experiencia de sus personajes. Abunda el desengaño, la frustración, la sensación de pérdida. Pero hay algo en su estilo que evita la lamentación y contagia una sensación de plenitud. Y eso es lo que hace de Atwood una escritora diferente a cualquier otra.

Editorial Lumen
Traducción de Eduardo Murillo, Víctor Pozanco y Alejandro Palomas

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Passions républicaines, de François-Georges Dreyfus


La Tercera Républica francesa no ha sido tratada con demasiada asiduidad editorial. No, desde luego, en España. Pero incluso en Francia parece ser un periodo marginado. Vista a menudo como un fracaso que empieza con la derrota en la Guerra franco-prusiana en 1870 y termina con la debacle del régimen en 1940, su único recuerdo parece ser la inestabilidad, la corrupción y la más absoluta mediocridad.

Sin embargo, la Tercera República se revela como un campo a estudiar para despejar tópicos. Las reformas de Jules Ferry propiciaron una educación universal y laica de la que Francia todavía se enorgullece. Su sistema político podía ser débil y a menudo caótico, pero también permitió vivir una época de libertades no tan común durante esos años en el el mundo y ni tan siquiera en Europa. Sus fracasos fueron numerosos y condujeron al derrumbe del sistema durante la Segunda Guerra Mundial, pero no se puede pintar un panorama sin matices.




François-Georges Dreyfus ha sido acusado de inexactitud, plagio y revisionismo. No parecen las mejores credenciales para confiar en un historiador. Pero, con las precauciones debidas, leer Passions républicaines es un buen método para conocer más en detalle este periodo complejo y lleno de malentendidos. Confesamos que su punto de vista nos parece personal, sí, pero moderado. Por ejemplo, no le duelen prendas en reconocer los éxitos del Frente Popular. Por lo menos en esta ocasión, no vemos en él a un autor dogmático o extremista.

El libro tiene pretensiones braudelianas. Es decir, no se limita a compilar fechas y sucesos llamativos, sino que busca una explicación amplia de la Tercera República, deteniéndose en diversos aspectos sociales, políticos, económicos o religiosos. Dreyfus estructura el estudio por medio de preguntas concretas que va respondiendo en breves apartados que conforman una visión más amplia y detallada. Nos parece, pues, una excelente introducción a un periodo que merece ser mejor conocido.

Editorial Bartillat


lunes, 25 de noviembre de 2013

Jinete Nocturno (V)

17
Como la mayoría de los agentes de la Sección Especial, Tom había sido reclutado en Oxbridge. Cada año los mejores estudiantes universitarios eran objeto de un informe extraoficial que valoraba su capacidad para trabajar en los servicios secretos, pero sólo algunos eran seleccionados, y pocos de entre ellos llegaban a formar parte del equipo.
El caso de Tom no tuvo nada de extraordinario. Con un brillante expediente en su licenciatura de Historia Contemporánea, unas grandes capacidades físicas que le habían hecho destacar en el equipo universitario de atletismo y un pasado impoluto en el que ni tan siquiera figuraba una multa de tráfico, un día fue llamado al despacho del profesor Pole, quien como al resto de la comunidad estudiantil, no le era nada simpático.
En sólo un par de meses, comenzarían los entrenamientos. Después tendría que decidir si quería ingresar oficialmente en los servicios de inteligencia. Y ya no habría marcha atrás. Aunque en algún momento, y por causas muy justificadas decidiera abandonarlos, siempre permanecería como un “agente durmiente”, con la obligación de responder a la llamada de la patria si sus servicios eran requeridos.
Tras una conversación de una hora y un fin de semana para reflexionar sin poder hablar a nadie del asunto, decidió aceptar el ofrecimiento.
Al llegar al campo de entrenamiento, situado cerca de Norfolk, Tom se topó con la primera de las muchas sorpresas que le esperaban: John Harker, su mejor amigo en la universidad, estaba entre los reclutas. Precisamente durante su fin de semana de reflexión había pensado más de una vez en si debería contar a su colega el ofrecimiento que le habían hecho y las dudas que tenía al respecto. Pero era consciente de que comentar el asunto con cualquier persona, incluso si se tratara de alguien como John, del que estaba seguro que nunca le delataría, hubiera supuesto el fin de su carrera antes de que ésta ni tan siquiera hubiera comenzado.
Harker no se mostró tan sorprendido como Tom al verlo en el campamento de entrenamiento. Cuando tuvieron un momento para hablar sin que nadie les importunara, le dijo que estaba seguro de que se encontrarían allí. Después de todo, sabía que su amigo era un objetivo preferente para los servicios de inteligencia y que cuando el deber le llamara sabría actuar como él mismo, es decir, poniéndose a su disposición.
A Tom le pareció un razonamiento evidente y no supo explicarse por qué el no había pensado lo mismo. Pero tampoco tuvo mucho tiempo para reflexionar al respecto. Los ejercicios físicos, psicológicos e intelectuales les iban a proporcionar pocos respiros. Además, cuando no estaban haciendo ninguna actividad programada, se encontraban tan exhaustos que no eran capaces ni de pensar. Se estaban convirtiendo en máquinas al servicio de la Corona.
Tras los primeros días de dura adaptación, cuando casi la mitad de los seleccionados ya habían decidido que eso no era lo suyo, las obligaciones se relajaron y los instructores incluso fomentaron un mayor conocimiento entre los reclutas. Tom y John, a quienes se reconocía unánimemente como los dos aspirantes más brillantes de la promoción, pasaban la mayoría del tiempo juntos. Pese a que el espíritu competitivo predominaba en ambos, eran tan buenos ganadores como perdedores, y ninguno de sus múltiples enfrentamientos se saldaba con una disputa ni una mala cara: los dos estaban dispuestos a reconocer la superioridad de su rival.
Algunas veces, después de dar por concluida la sesión de entrenamiento, incluso tenían algo de tiempo para hablar de cuestiones personales. Tom todavía seguía mostrando algunas dudas sobre el embrollo en el que se había metido. Aunque como cualquier niño inglés alguna vez había fantaseado con convertirse en espía, le parecía irreal que finalmente fuera a dar el paso que convirtiera esas ilusiones infantiles en una realidad difícil de asimilar. John, por el contrario, le confesó que desde que había entrado en la universidad, y aún antes, tenía claro que su futuro estaba en los servicios secretos. Su plan había sido ingresar en el cuerpo diplomático para desde allí consolidar su carrera, pero cuando Pole le había explicado los planes que habían preparado para él, vio el cielo abierto.
Al pasar los dos meses de entrenamiento, sólo cinco de los reclutas habían superado las pruebas que se consideraban necesarias para pasar a la siguiente fase de instrucción. Durante un tiempo los caminos de Tom y John se separaron, pues cada uno iba a especializarse en un campo diferente. La comunicación entre ambos se hizo muy complicada, pero aún así, cada vez que podían se reunían y compartían las últimas vivencias que habían experimentado. Tom ya había dejado atrás sus dudas, pero John iba aún más lejos y sorprendió a su amigo cuando le detalló todos los planes que había ideado para llegar algún día a la cima del cuerpo de espionaje británico.
Si Tom pasó seis meses de languidez en París, John logró tras muchas presiones y promesas ser enviado a Teherán, un destino sin duda mucho más comprometido y que nunca antes se había elegido como base para un agente novato. Sin embargo sus calificaciones fueron excelentes y sus superiores no pudieron dar mejores referencias sobre su actividad.
A partir de entonces, los caminos de ambos amigos se bifurcaron de manera definitiva. Tom volvió a Londres mientras que John, tras un breve periodo de especialización, volvió a un lugar indeterminado de Oriente Próximo. Pasó mucho tiempo sin que Tom supiera nada de él. Hasta que un día cualquiera, Khun le comunicó que había muerto.


18


-Pero eso es imposible, John murió hace dos años en Irán -dijo Tom sin poder asimilar todavía el nuevo golpe que acababa de recibir.
-Ah, ¿entonces a ti también te contaron ese cuento? -dijo Ronet sin intentar disimular el regocijo que le proporcionaba la ignorancia del espía inglés-. Oficialmente ningún servicio de inteligencia va a reconocer una traición en sus filas, por eso le dieron por muerto. Pero suponía que alguien tan importante como tú estaría al tanto de la verdad.
Tom miró con odio a su interlocutor y apretó los puños para intentar controlar su ira. Nunca se había sentido tan desconcertado en el desarrollo de una misión, y ahora se encontraba no sólo totalmente desorientado, sino furioso.
-Quiero hablar con Khun inmediatamente -dijo con firmeza e intentando trasmitir serenidad-. Esto exige una explicación.
Ronet se encogió de hombros y señaló con la mirada el móvil de Tom.
-Khun -dijo tras marcar el número seguro que le ponía directamente en contacto con la Sección Especial-, no te puedes imaginar la locura en la que estamos metidos.
-Sí, ya lo sé todo -contestó Khun sin dejar reflejar la menor intención.
-¿Sabes que han asesinado a Rashid?
-Sí, y también que tú te libraste por los pelos.
-Bueno, pero lo más inverosímil de todo es que los franceses me acaban de decir que el intermediario del FLI es nada menos que John Harker.
-Somo conscientes de ello.
La respuesta de Khun fue sencilla, pero para Tom fue como una ecuación indescifrable.
-¿Me estás diciendo que es verdad?, ¿que Harker no sólo está vivo, sino que es un traidor?
-Escucha, Tom, ahora no es el mejor momento para explicar todas estas cosas. Lo único que tienes que saber es que lo que te han dicho los franceses es verdad. Sé que todo esto es muy duro para ti, por eso hemos pensado que lo mejor es que abandones la misión de inmediato y vuelvas a Londres. Walter ya está de camino para reemplazarte.
La reacción de Tom a estas palabras fue mucho más rápida.
-Ni hablar del asunto. Ni se te ocurra pensar que voy a dejar la misión justo ahora. Quiero llegar al fondo de la cuestión. No puedo creerme que John trabaje para los terroristas. De entre toda la gente que he conocido en la Casa, John sería el último en el que pensaría como posible traidor.
-Precisamente ese tipo de gente es la más cualificada para la traición, ¿no te parece? Mira, tenemos pruebas irrefutables de que Harker se cambió de bando. Cuando estés aquí podré darte todos los detalles.
-¿Y qué mejor prueba que el propio John? Si le atrapamos y lo que decís es cierto, yo mismo me ocuparé de que se arrepienta.
-Acabas de confirmarme que no eres la persona idónea para ocuparte de la misión. Nadie te reprochará nada, sólo espera a que llegue Walter y cuando le hayas informado de la situación, regresas de inmediato.
Tom se tomó unos momentos para reflexionar el alcance de sus palabras antes de volver a hablar.
-Lo siento mucho, Khun, pero eso no va a poder ser.
-Winder, no me gusta hablar así en ningún sentido, pero te estoy dando una orden, no tienes más opciones.
-¿Khun? ¿Khun? ¿Qué está pasando? No he podido oír tus últimas palabras. Creo que tenemos un problema de cobertura.
-¡Tom! Ni se te ocurra hacer esto. Te lo advierto...
-Vaya -dijo Tom a Helen tras colgar el teléfono y apagarlo disimuladamente-. Parece que se ha cortado la línea.


19


-Me lo temía, se ha enrocado y no tiene la menor intención de volver.
-Pero eso no puede ser. Los americanos ya nos han dicho que la situación es delicada y un agente que actúe por su cuenta puede arruinar todo el plan. Tendremos que hablar con los franceses para que le aparten.
-¿Y quedar también en ridículo delante de ellos? ¿Qué iban a pensar si les decimos que no somos capaces de controlar ni a nuestra propia gente?
-Francamente, lo que piensen los franceses me da igual. El problema son los americanos.
-Si nos hubieran contado todo a su debido tiempo, no hubiéramos tenido este problema, así que ahora que apechuguen con su responsabilidad.
-Claro, y seguro que se toman con un pequeño contratiempo el tener un agente británico actuando por libre y dispuesto a tomarse la venganza por su mano.
-Tampoco me preocuparía demasiado. Tom es el nuestro mejor agente y estoy seguro de que en todo momento actuará de la manera más conveniente.
-¿Y también estás seguro de que la manera más conveniente será la que los yanquis consideren más apropiada?


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-El tal Winder no va a obedecer las órdenes de Londres. Seguirá participando en la misión.
-¿Pero qué tipo de Agencia es esa? Durante todos nuestros años de “colaboración” los ingleses me han decepcionado una y otra vez, pero en esta ocasión todo es mucho más grave.
-Ya sabes mi opinión sobre compartir información con ellos. Los europeos no son serios. Los británicos son un poco más de fiar que los franceses, pero aún así no les dejaría solos ni para sacar a pasear a mi perro. Mira lo que ha pasado con las filtraciones a la prensa.
-Al final siempre somos nosotros los que tenemos que ocuparnos de que la situación no les explote en las narices. Pero eso tendrá sus consecuencias: si ellos no se ocupan de neutralizar a su agente, vamos a tener que ocuparnos nosotros.
-Quiero estar seguro de que estás diciendo lo que estás diciendo.
-Por supuesto será sólo nuestro último recurso. Pero si es necesario, que así sea.


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-Está bien -dijo Ronet tras volver de hacer unas supuestas consultas-. Éste es el plan Jinete Nocturno.
-¡Por fin! -dijo Tom sin poder contenerse.
-Obviamente Winder no podrá estar en el Café -Ronet seguía con la costumbre de dirigirse exclusivamente a Helen, como si Tom no estuviera sentado a unos pasos de él-. Harker le reconocería de inmediato y todo se iría al garete. Por eso mismo no es conveniente que se deje ver, así que no permitiremos que vuelva a salir del hotel más que para ir al centro de operaciones.
Tom apretó con tal fuerza sus uñas en las palmas de sus manos que casi se hizo sangre.
-Es decir, que volvemos al punto de partida.
-A lo mejor el agente Winder -Ronet persistía en hacer caso omiso de Tom- preferiría ponerse una peluca, un bigote y gafas para intentar pasar desapercibido.
-El agente Winder tiene una mejor idea -dijo Tom siguiendo el juego-. El agente Winder no sólo pasó seis meses aprendiendo de los excelentes servicios de inteligencia franceses -por su tono, más que intentar dorar la píldora a Ronet, lo que dejaba claro era una sorna indiscreta-, sino que conoce perfectamente a Harker. Sería el agente más idóneo para llevar a cabo una discreta vigilancia de sus movimientos.
-¡Jaja! Ésta sí que es buena -esta vez Ronet sí que miró directamente a Tom-. No sé cómo actuará la Sección Especial británica... Bueno, en realidad sí lo sé. Pero en cualquier caso, aquí ni se nos ocurriría no ya llevar a la práctica, sino ni tan siquiera pensar en una alternativa tan disparatada. Será mejor que se calme y que se quede aquí junto a la agente Clarke a la espera de los acontecimientos.
Helen, que tras los últimos incidentes había decidido que era más prudente quedarse en un segundo plano, abrió la boca por primera vez después de mucho tiempo.
-Coincido con el agente Ronet, sería totalmente inoportuno que te implicaras en la operación.
-Pero... -intentó quejarse Tom.
-Déjame terminar -dijo Helen sin permitírselo-. También pienso que nuestra participación en la misión no debe en ningún caso limitarse en quedarnos aquí sentados esperando a verlas venir. Ya no sólo se trata de que las armas estén en nuestro país poniendo en peligro la seguridad nacional, o el hecho de que la venta de armas podría tener unas consecuencias trascendentales para nuestra posición en el mundo, sino que también está involucrado uno de nuestros antiguos agentes, por lo que me parece prioritario que nuestra involucración en el Jinete Nocturno sea directa.
Ronet hizo un gesto de impaciencia, pero al ver que Helen no había terminado, prefirió no decir nada todavía.
-Yo nunca llegué a conocer a John Harker, así que, ahora mismo, la opción que me parece más plausible es que sea yo misma quien se ocupe de su vigilancia.
-¡Pero están todos locos!- dijo Ronet poniéndose de pie-. Creía que se trataba de un caso aislado y que sólo Winder actuaba por libre sin atenerse a ninguna responsabilidad, pero ya veo que es una cosa compartida.
-Seamos sinceros -dijo Helen con toda firmeza-. Sabemos que usted aquí no pinta nada. Hasta el momento, cada vez que ha tenido que tomarse una decisión, ha hablado antes con ¿Millot? para que le dijera cómo actuar. Así que, por favor, no pierda el tiempo que no tenemos y vaya a hacer las consultas pertinentes.
En esta ocasión fue Ronet el que no pudo ocultar su furia. Ya que no le quedaba otro medio de expresión, al salir de la habitación cerró la puerta con tal violencia que hizo temblar todos los muebles del interior. Cuando esa misma puerta se volvió a abrir, no fue Ronet quien apareció.
-¿Agente Clarke? Por favor, acompáñeme. Tenemos que ponerle al tanto del plan de vigilancia.



viernes, 22 de noviembre de 2013

Las sombras de la mente, de Roger Penrose


Algunas de las mentes científicas más brillantes de la actualidad han dedicado sus estudios (y un buen puñado de libros) al complejo tema de la consciencia. Desde lo básico (¿es tan siquiera posible estudiar la mente... mediante la mente?) hasta sus consecuencias más trascendentales (¿hay algo en el funcionamiento de la consciencia que vaya más allá del conocimiento científico?), parece que el estudio de la mente es una de las cuestiones que están llamadas a concentrar el debate intelectual del siglo XXI.

Pinker, Damasio, Dennet, Searle... Todos han escrito libros en los que dan su propia visión del tema. El lector los lee con curiosidad, a veces superando grandes dificultades de comprensión... y normalmente acaba dando la razón al autor. El problema es que cada uno de ellos llega a conclusiones diferentes. Son tan brillantes y convincentes que siempre parecen estar en lo cierto, pero es imposible estar de acuerdo con todos ellos. Y lo más curioso es que, al final, todos estos teóricos suelen acusar a sus contrincantes de caer en la falacia del fantasma en la máquina que ninguno de ellos dice sostener.




Uno de los científicos más controvertidos en este campo es Roger Penrose. Tras el éxito de La nueve mente del emperador, escribió Las sombras de la mente, en el que desarrolló sus ideas. Si en la primera parte explica su rechazo total a la teoría computacional (el cerebro es básicamente una gran computadora) y a la Inteligencia Artificial fuerte (la idea de que en un momento más o menos próximo los robots superarán en inteligencia a los humanos), en la segunda parte del libro trata de dar una explicación matemática basada en la física cuántica para explicar el funcionamiento de la mente.

Penrose, un admirado físico matemático, posee una base científica incuestionable que le ha situado como adalid de una determinada posición, pero también como objeto de numerosas críticas. Sus libros son complicadísimos de leer (él mismo advierte de las partes que un no especialista (un no muy especialista, de hecho) puede saltarse). Y puede transmitir la sensación de que dominio de la física cuántica le ha valido para arropar una teoría difícilmente rebatible. Pero no ha sido suficiente. La disputa continúa.

Editorial Crítica
Traducción de Javier García Sanz

jueves, 21 de noviembre de 2013

Diario 1887-1910, de Jules Renard


¿Qué puede tener de interesante el diario de un escritor casi olvidado de hace cien años? Un escritor que no tuvo aventuras apasionantes, ni conoció a otros personajes relevantes más que a un puñado de autores más o menos igual de olvidados que él. Un literato a menudo antipático, desabrido, que convierte su malhumor en ingenio.

Y sin embargo, el Diario de Jules Renard no tiene desperdicio. Con una buena selección y una traducción espléndida de Josep Massot e Ignacio Vidal-Folch, la lectura de estas entradas en apariencia banales y pedestres se convierten en un gozo y una sorpresa continuas. Porque la brillantez gruñona de Renard es solo la máscara artística de una persona decidida a escribir lo que siente, por muy duro que parezca, a veces incluso inhumano en lo referente a su familia. Pero esta inhumanidad es también la muestra de que estamos ante un ser humano real y no ante un escritor que pretende quedar bien con la eternidad.

Con justicia, lo más recordado de Renard son sus aforismos. Siempre atinados, no pocas veces deslumbrantes, en ocasiones casi surrealistas. La primera vez que se leen producen sorpresa, pero es en la relectura cuando se descubre su profundidad, su capacidad para desvelar verdades ocultas. Renard fue un escritor con sus miserias, que conocía mejor que nadie; con sus limitaciones, que lamentaba también con ironía; y con un ojo para la frase redonda que es más que suficiente para que haya pasado a esa posteridad por la que tanto se preocupaba... para olvidarse al pasar de página.


Editorial Debolsillo
Traducción de Ignacio Vidal-Folch

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Cómo llegué a conocer a los peces, de Ota Pavel


El manido tema de locura y genio ha dado para numerosas tesis, discusiones bizantinas y clichés perpetuados por la cultura popular. En esta extensa historia, Ota Pavel solo ocuparía unas pocas líneas, pero su caso también es digno de recordarse. Famoso cronista deportivo checo, a mediados de los años 70 sufrió una crisis mental que le llevó a diversos internamientos. Pero en esta época de derrumbe también fue cuando se destacó como un excelente literato y escribió sus obras más memorables, entre ellas Cómo llegué a conocer a los peces.

El lugar seguro es el espacio en el que podemos refugiarnos en los momentos de mayor turbación, ese espacio feliz donde hemos vivido los momentos más placenteros de nuestra vida. Para Pavel ese lugar ere el río, el lugar donde se encontraba a sí mismo “La pesca es, antes que nada, libertad. Caminar kilómetros y kilómetros en busca de truchas, beber agua de fuentes, estar a solas y libre al menos durante una hora, unos días, o hasta semanas y meses”.

Pese a que Cómo llegué a conocer a los peces es un libro evocativo que se recrea en anécdotas infantiles y aventurillas adultas, no es en absoluto pretencioso ni blandengue. Al contrario, lo que más llama la atención en el estilo de Pavel es su mezcla de lírica en las escenas que narra y de un lenguaje popular y que a menudo incluso podría parecer descuidado. Pero así era el mundo que recordaba y él no tenía derecho a embellecerlo, porque ese camino no le habría llevado al arte, sino al artificio.


Sajalín Editores
Traducción de Patricia Gonzalo de Jesús

martes, 19 de noviembre de 2013

Cartas a Theo, de Vincent van Gogh


Si para alcanzar fama como pintor, Vincent van Gogh tuvo que esperar hasta después de su muerte, e incluso una década más, para su apreciación como escritor parece que un siglo no ha sido suficiente. Y es seguro que nunca será tan apreciado en esta faceta, pero poco a poco la profundidad y humanidad de su voluminosa obra epistolar va ganando admiradores.

Cartas a Theo es una selección de las correspondencia que mantuvo con su hermano a lo largo de 17 años, desde sus inicios como misionero cristiano hasta la última carta que escribió en su lecho de muerte. Aunque hay extractos de todo este periodo, la muestra más abundante es la que se centra en su estancia en Arlés durante un año, una año de explosión creativa, pero también de derrumbe mental.




Las cartas de Van Gogh se podrían tomar como una lista de consejos para un joven pintor. Su preclaro entendimiento de los grandes maestros, su pasión por el estudio y el trabajo, su dedicación monacal por el arte, sus reflexiones sobre el oficio de pintor. Vincent se muestra tal cual es, confuso, decidido, siempre aprendiendo, siempre dando un paso más allá. Y, por supuesto, cuando habla de arte, de lo que habla es de la vida.

También hay una importante advertencia en estas cartas. A cualquier artista le gustaría ser “un Van Gogh”, un genio creativo admirado por todo el mundo. Pero ¿cuánta gente estaría dispuesta a tener la vida de sacrificios, soledad y desilusión permanente que tuvo Vincent para alcanzar esa gloria postuma?


Alianza Editorial
Traducción de Francisco de Oraá

lunes, 18 de noviembre de 2013

Jinete Nocturno (IV)

12
-Estos malditos franceses nos pueden echar toda la operación abajo.
-Ya les hemos dejado claro que no deben intervenir.
-Por supuesto, pero no me fío ni un pelo de ellos. O bien se las dan de héroes para llevarse el mérito, o lo que es más probable, meten la pata.
-Ese Millot parece de fiar. Sabe que lo que hay detrás es mucho más gordo y que será mejor que no hagan nada.
-¿Cuánto tiempo llevamos con esta operación? ¿Cinco meses?
-En realidad seis, desde que tuvimos conocimiento de que Yurov estaba relacionándose con quien no debía.
-Y ahora que ya lo tenemos todo preparado para atraparle va ese estúpido de Soyenko y se olvida el portátil en casa de su novia. Aficionados... De todas maneras, esto me huele mal desde el principio. Vamos a tener que andarnos con mucho ojo.
-Guillaume está en el centro de operaciones, nos mantendrá informados en todo momento si alguien decide salirse del camino indicado.
-Y para colmo ahora también se han metido de por medio los ingleses. ¿A quién tenemos con ellos?


13
Después de que Ronet se marchara, un agente invitó a Helen y Tom a que le acompañaran. Les llevaría a un hotel cercano donde pasarían lo que quedaba de noche antes de que a las seis de la mañana empezara a organizarse el operativo. Ellos cada vez comprendían menos y el sistema francés les parecía improvisado y chapucero, lo que confirmaba sus previas apreciaciones. Una vez se quedaron solos, Tom cogió un cuaderno y después de escribir unas frases se lo enseñó a Helen sin decir nada.
Por muy inútiles que sean, supongo que habrán puesto micrófonos en la habitación, será mejor que nos comuniquemos por escrito.
Helen asintió y Tom volvió a escribir.
Tengo un contacto en la ciudad y prefiero que me confirme los puntos oscuros de todo este jaleo antes de iniciar la misión.
Helen volvió a asentir.
No hay manera de que salga de aquí sin que se enteren, pero me las apañaré para que no me sigan. Lo único que tendrás que decirles cuando vengan a preguntarte es que tú no sabes nada de mis planes. Intentaré ponerme en contacto contigo en cuanto sepa algo.
A Helen no le quedó más remedio que encogerse de hombros y dar su visto bueno de manera tácita. Tom arrancó la hoja que había usado y la tiró al váter. Después salió con la mayor tranquilidad de la habitación sin ver a nadie. Cogió el ascensor y en dos minutos cruzó la puerta del hotel sin apreciar que nadie le estuviera siguiendo. Una vez más se preguntó si los franceses eran muy buenos o unos incompetentes totales.
Tampoco tuvo muchas dificultades para conseguir un coche. En el garaje del hotel sólo había un vigilante que ni tan siquiera le miró cuando pasó por delante de su garita, y el Renault que eligió para llevar a cabo su excursión no cumplía los mínimos requisitos de seguridad necesarios para resistirse a las tentativas de un agente de los servicios de inteligencia británicos.
Durante su trayecto hacia el centro de París, Tom planeó el mejor método de llegar a Rashid sin levantar sospechas. Si estaba sólo en su estudio de Les Halles, no habría ningún problema, pero hacía meses que no estaba en contacto con él y no sabía cuáles podrían ser las circunstancias actuales. Ni tan siquiera tenía un protocolo de emergencia para ponerse en contacto con él en caso de emergencia.
Rashid era en realidad el confidente de Gortiz, el especialista en terrorismo islámico con base continental de la Sección Especial, y Tom sólo se había puesto en contacto con él cuando los caminos de sus respectivos terroristas se habían cruzado. Según Gortiz, era de la máxima credibilidad, y si algo gordo se estaba preparando en París con el FLI de por medio, seguro que tendría que saberlo.
No le quedaba otra que arriesgarse, así que envió un sms al número de Rashid en el que simplemente escribió “de visita desde Londres”, esperando que Rashid comprendiera que algo estaba pasando.
Pasaron diez minutos sin que obtuviera respuesta y Tom ya se estaba planteando presentarse de improviso en el apartamento de Rashid, cuando su móvil empezó a sonar.
-¿Quién eres?
-Pierre -contestó Tom dándole el nombre por el que Rashid le conocía.
-¿Te has vuelto loco? Fuisteis vosotros mismos quienes me enseñasteis que nunca hiciera algo así.
-Lo sé, pero estoy en una situación en la que no podía hacer otra cosa. ¿Podemos vernos de inmediato?
La línea se mantuvo en silencio durante unos instantes.
-Está bien. Supongo que a estas alturas lo mejor será que vengas directamente a mi casa. ¿Recuerdas dónde vivo?
-Sí. Por supuesto estás sólo...
Y Tom ya sólo pudo escuchar el bip que le indicaba la interrupción de la comunicación.


14


-Eres consciente de que has puesto en peligro no sólo mi tapadera, sino mi seguridad e incluso me vida. Espero que estés aquí por algo realmente importante.
Tom no sólo comprendía que había roto todos los protocolos, que se iba a ganar una buena reprimenda cuando sus jefes se enterraran de lo que había hecho y que realmente podía estar poniendo la vida de Rashid en peligro, sino que además no estaba muy convencido de que el paso que había decidido dar mereciera la pena. Sin embargo eso no podía decírselo a Rashid.
-Claro que soy consciente. Y no habría venido hasta aquí si la situación no fuera de extrema gravedad. No tenemos mucho tiempo, así que iré al grano. ¿Sabes qué está preparando el FLI?
Rashid miró a Tom entornando los ojos, como si calibrara el estado de su salud mental.
-¿Y piensas que si supiera algo importante no me habría puesto ya en contacto con Gortiz?
Tom dio la razón a Rashid mediante su lenguaje corporal. Ante todo quería que se tranquilizara y que confiara en él.
-Escucha, sabemos que el FLI está a punto de hacer una importante compra de armas a un traficante ruso y que el acuerdo se sellará dentro de unas horas aquí mismo, en París. Muchas cosas se han tenido que estar moviendo delante de tus narices, así que no me vengas con que no sabes nada.
-¿Tienes la menor idea de la cantidad de rumores que oigo al cabo del día? -dijo Rashid cada vez más enojado-. Si le contara a Gortiz cada bavarde que me llega, tendría que estar todo el día pendiente de mí. Por eso me limito a enviarle un informe mensual.
-¿Y no te parece que esta reunión es lo suficientemente importante como para informarnos de inmediato? -Tom no se iba a dejar apabullar ante la furia de los dos metros de puro músculo de Rashid.
-Algo había oído -dijo Rashid ya más tranquilo-. Pero a esos del FLI nadie los toma en serio. Pregúntale a Gortiz, porque seguro que todavía no lo has hecho. Son un grupito de aficionados que se conformarían con que alguien más allá de la gendarmería les conociera. Además, uno, ni de casualidad tienen tanto dinero o recursos como para hacer una operación de esta envergadura; y dos, están tan infiltrados por la DGSE que no podrían ni enviar una carta al Presidente sin que cayera la mitad del grupo en Francia.
Tom no podía asimilar estas noticias sin sentarse. Toda la información que había recibido en las últimas dos horas había sido débil, contradictoria y misteriosa. Ahora incluso empezaba a preguntarse por qué le habían elegido a él para realizar la misión junto a Helen. Ni el terrorismo islámico ni el tráfico de armas ruso eran su especialidad, y parecía que su experiencia como agente de campo tampoco había sido reclamada por los franceses.
-¿No tienes alguna pista de a qué viene todo esto? -dijo sin resignarse a irse del estudio de Rashid sin respuestas-. La DGSE ha puesto el máximo nivel de alerta. Si nos han avisado hasta a nosotros, ya te harás una idea de lo importante que les parece. Y sin embargo dices que el grupo está totalmente infiltrado. No tiene ningún sentido.
Rashid decidió imitar a Tom y también tomó asiento. Después de encender un cigarrillo, iluminando la habitación por primera vez desde que Tom había llegado, decidió volver a hablar.
-¿Quién está al mando de la operación?
-André Millot.
-Cómo no. ¿Y qué os han dicho los americanos?
-Según los franceses, están totalmente la margen.
-Seguro, y a mí me van a hacer ministro del Interior pasado mañana. El traficante ruso... ¿se llama Yurov?
Tom volvió a ponerse de pie ante la perspectiva de estar avanzando en la nueva dirección.
-¿Cómo lo sabes...?
Justo en ese instante un fuerte golpe se adelantó al derribo de la puerta del estudio de Rashid. Tom se lanzó por instinto detrás del sillón en el que había estado sentado hasta un momento antes, pero Rashid no tuvo su misma agilidad y fue el primer blanco que los asaltantes eligieron para descargar sus armas. En menos de un segundo Tom repasó sus limitadas posibilidades y decidió lanzarse por la ventana que tenía detrás de él. Se encontraba en un segundo piso, pero sin duda tenía más posibilidades de salir vivo tirándose por la ventana que si decidía quedarse a discutir con los asaltantes. No tuvo ni un segundo para calibrar pros y contras.
La caída fue estrepitosa, pero Tom no tenía tiempo para lamentaciones. Tras comprobar que no se había roto ningún hueso en la caída, Tom salió corriendo en busca del primer coche que no se hiciera el duro ante sus intentos de intimar. Tuvo suerte y encontró una réplica del Renault que le había llevado hasta allí antes de que los asaltantes hubieran alcanzado la calle. Bendito chovinismo francés. Sin mirar atrás, Tom se dirigió a toda velocidad al hotel en el que había dejado a Helen.


15


-¿Qué ha pasado?
-El árabe ha caído, pero el inglés ha logrado escaparse.
-¡Qué me estás contando! ¿Cómo es posible que haya huido de esa ratonera?
-Simplemente saltó por una ventana. Después le perdimos la pista.
-Habrá ido hacia el hotel. No podemos permitir que salga con vida, es parte del trato.
-¿Quiere que me ponga en contacto con los chicos de arriba? Lo harían barato y sin preguntar.
-Claro, precisamente lo que necesitamos es una pandilla de matones baratos para que nos hagan el trabajo sucio. Lo que quiero es que te ocupes personalmente y que esta vez no falles.


16


Tom alcanzó la habitación del hotel en la que le esperaba Helen magullado y con un agudo dolor en cada costado de su cuerpo. Cuando su colega le vio no pudo evitar lanzar un grito de alarma, pero él la tranquilizó con un gesto que quitaba hierro a su penoso aspecto.
-Parece que me he caído de un tercer piso, ¿eh? Bueno, no exageremos, sólo era un segundo.
-Pero, ¿estás bien? ¿Qué ha pasado?
A Tom ya no le importaba que los franceses escucharan lo que pudiera decir. De hecho, su principal sospecha sobre la responsabilidad de lo que había pasado recaía en ellos.
-Fui a ver a un buen amigo de G. y cuando estaba a punto de contarme algo importante, un grupo de liquidadores armados hasta las cejas entró y empezó a disparar a mansalva. No me quedé allí el tiempo suficiente para asegurarme de que le hayan matado, pero no tengo muchas esperanzas de que nos pueda seguir ayudando.
-Mierda, parece sacado de una película -dijo Helen, que no estaba tan acostumbrada a la acción como su compañero-. Entonces ¿no te pudo decir nada?
-No demasiado. Al principio no se tragaba que el FLI pueda estar metido en un asunto tan gordo, pero cuando salieron los nombres de Millot y Yurov pareció hacer alguna conexión.
-¿Y qué crees que deberíamos hacer ahora?
-Admito cualquier sugerencia.
Los dos se quedaron en silencio sin que ninguna idea acompañara sus reflexiones. Helen comenzó a retorcerse los dedos como sólo hacía cuando se encontraba en situaciones realmente extraordinarias. Tom se apretaba las sienes con tal fuerza que parecía a punto de hundir sus dedos en la carne. Ninguno de los dos había vuelto a articular palabra cuando alguien llamó a la puerta de la habitación. Tom pidió con un gesto a Helen que no dijera nada y se acercó a la puerta con una pistola en la mano. Tras escrudiñar por la mirilla con la mayor precaución, abrió la puerta sin soltar el arma.
-¿Qué estas haciendo? -le preguntó Ronet sin apartar la mirada de la pistola.
-Supongo que a ti también te enseñarían eso de que no hay que fiarse de nadie. Pues bien, yo siempre sigo los buenos consejos que me dan.
-¿Es que no te fías de mí? ¿Estás totalmente loco? -dijo Ronet alarmado
-No, sólo que cuando unos desconocidos me disparan sin respetar la más mínima consideración y tengo que lanzarme por una ventana para escapar, suelo volverme susceptible.
-¿Se puede saber de qué demonios estás hablando?
-Está bien, haremos como si.
Y Tom contó nuevamente su aventura nocturna ya un poco cansado del relato. Mientras hablaba, pensaba en la cantidad de veces que tendría que repetir todo otra vez cuando volviera a Londres. Al menos allí podría adornarse un poco y detallar cómo noqueó a alguno de los asaltantes, o su pericia para escapar sin sufrir ningún rasguño.
Cuando Tom terminó el relato, Ronet sacó su móvil (con movimientos muy lentos y dejando claro a Tom que no corría ningún peligro) e hizo una corta llamada.
-Veamos -dijo tras colgar-. Me acaban de confirmar que ha habido un tiroteo en Les Halles y que han encontrado el cadáver de Rashid Hassen, un ratero sin relevancia. No nos consta que esté a vuestro sueldo, pero asumiremos que es verdad. Ahora me tendrás que explicar qué pretendías con tu excursión.
-No estaría mal que me explicaras tú primero cómo es posible que nos dejéis sin vigilancia y que pueda escabullirme de aquí como si tal cosa.
Ronet miró a Helen, pero lo que pretendía era, de nuevo, cuestionar la salud mental de Tom.
-¿Es que acaso no sois nuestros aliados? ¿Por qué íbamos a vigilaros?
-Por favor, Ronet, que no somos unos novatos -dijo Winder cansado de las imposturas de Rone-. Por muy aliados que seamos, si tu estuvieras en Londres no te dejaríamos ni un segundo sin vigilancia justo unas horas antes de iniciar una operación trascendental.
-Supongo que tenemos diferentes estilos.
-En cualquier caso -intervino Helen-, ¿para qué has venido a vernos?
Ronet aprovechó para dar por anotado el incidente de Tom y volvió a centrarse en Helen.
-Uno de nuestros infiltrados en el FLI se ha puesto en contacto con nosotros.
-Ah, ¿entonces ahora tenéis infiltrados en el FLI? Interesante.
Ronet no hizo caso del sarcasmo de Tom y volvió a hablar dirigiéndose exclusivamente a Helen.
-Este contacto nos ha confirmado que el representante de la organización designado para firmar el acuerdo con Soyenko ya está en Francia.
-¡Grandes noticias!
Esta vez Ronet sí que miró a Tom.
-A lo mejor también te alegra conocer el nombre del representante.
-Me tienes en ascuas.
-John Harker.
Al oír el nombre, el dolor que parecía habérsele pasado en los últimos minutos gracias al analgésico que se había tomado, volvió con mayor intensidad que nunca a los huesos de Tom.

viernes, 15 de noviembre de 2013

Paris Trout, de Pete Dexter


Aunque nunca hemos estado allí, nos da la sensación de conocer perfectamente el Sur de Estados Unidos. Gracias a Faulkner, O'Connor, McCullers o Weltry, conocemos sus peculiares habitantes, su dureza, su racismo. Y sin embargo, por mucho que creamos saber sobre este lugar, sigue pareciéndonos un mundo aparte, casi de otra galaxia. Somo como ese personaje también típicamente faulkneriano que llega no sé sabe de dónde y que se encuentra con un paisaje incomprensible y hostil.

Pete Dexter pertenece a esta misma estirpe de escritores que ha intentado desentrañar las esencias del Sur sin ahorrarse detalles macabros ni escenas impactantes. Paris Trout, que también es el nombre del protagonista de la novela, es un libro tan extraño como los habitantes de este lugar. Un libro en el que se mezcla el horror y el humor, la evocación y la brutalidad. Un lugar que podemos empezar a vislumbrar, pero que nunca llegaremos a entender.




El lector mantiene durante toda la novela una sensación de desasosiego. Y eso que, por muy terrible que sea lo que cuenta, Dexter se mantiene en todo momento frío, sin incidir en los aspectos más desagradables. Así que el lector tiene que asumir todas las barbaridades que va descubriendo casi con impasibilidad, como si todo fuera perfectamente normal.

Uno de los grandes logros de Dexter es la creación de su personaje central, ese Trout desalmado y testarudo que desencadena la tragedia. Una tragedia que puede tener muchos responsables, incluido algo tan abstracto como “la sociedad”, pero que a fin de cuentas tiene un único ejecutor, un personaje que ya ha ingresado en la abarrotada galería de monstruos sudistas.

Editorial Anagrama
Traducción de Jordi Beltrán Ferrer

jueves, 14 de noviembre de 2013

El paisaje cósmico, de Leonard Susskind


Algunos científicos han querido ver en la teoría de las cuerdas una “teoría del todo”. En El paisaje cósmico, Leonard Susskind intenta explicar de manera accesible todas las teorías, o al menos las cuestiones científicas más trascendentes de la actualidad, desde la propia teoría de las cuerdas, de la que es uno de los descubridores, hasta la idea del megaverso (también conocido como multiverso), pasando por el principio antrópico, o los agujeros negros.

Aunque el subtitulo del libro sea “Teoría de las cuerdas y el mito del diseño inteligente”, en realidad Susskind no se detiene demasiado en combatir esta acientífica idea. Pero gran parte de El paisaje cósmico está dedicado a defender el controvertido principio antrópico, que interesadamente algunos han intentado asimilar con el concepto de diseño inteligente. Lo cierto es que el principio antrópico produce un rechazo instantáneo y que es necesaria mucha convicción para demostrar su validez.




El paisaje cósmico es un libro de divulgación apto para cualquier lector, pero no para todos los lectores. Susskind no incluye fórmulas matemáticas y cuando sus razonamientos se enredan se muestra comprensivo con el lector. Pero aún así es necesaria una atención total y es mejor estar familiarizado con algunos conceptos, porque si en algún momento se pierde el hilo, ya será imposible recuperarlo.

Desde el principio, con una escena casi de ciencia ficción situada en el Ártico, Susskind demuestra que además de un extraordinario científico tampoco se le da nada mal eso de escribir. El libro está repleto de anécdotas personales y de historias sobre él mismo y otros científicos como Feynman, Gell-Mann o Weinberg, que dan un respiro al lector entre tanta información no pocas veces abrumadora.


Editorial Crítica
Traducción de Javier García Sanz


martes, 12 de noviembre de 2013

Praga mortal, de Philip Kerr


Si en la anterior entrega de la serie de Bernie Gunther, el detective berlinés visitaba Cuba (tras su previa excursión argentina), en Praga mortal, la octava entrega, nos lo encontramos de nuevo en la capital nazi, en el año 1941, y volvemos a toparnos con Heydrich, que ya fue un personaje central de Pálido criminal, la segunda entrega... En realidad poco importa todo este embrollo, porque lo cierto es que tras el pequeño fiasco de Una llama misteriosa, Philip Kerr ha recuperado el pulso.

Al principio parece que Praga mortal va a ser una novela de espías. Se recupera el escenario berlinés, como decíamos, y también ese tono negrísimo y sucio que caracteriza la serie de Bernie. Pero enseguida descubrimos una trama de infiltrados extranjeros, maletines misteriosos y mujeres fatales (el título original juega con el tópico de la femme fatal).




Sin embargo, a las 100 páginas el estilo da un giro inesperado. Bernie se traslada a Praga, invitado por Heydrich, y tras la presentación de los personajes se inicia lo que parece ser una novela completamente diferente: la clásica historia del asesinato en una habitación cerrada. A lo largo del libro se cita varias veces a Agatha Christie, y parece que Kerr ha querido homenajear a la escritora invadiendo su terreno. Solo al final del libro la historia de espías y la investigación criminal se fundirán.

Pese a que el juego de pistas e interrogatorios calca el estilo de las novelas de Poirot, obviamente la atmósfera es muy diferente. En Praga mortal no hay aristócratas que toman el té y que civilizadamente admiten su culpa cuando el detective les desenmascara. Aquí hay asesinatos a sangre fría, torturas, traiciones, mucha mugre. Ya sabemos que Kerr domina como nadie este terreno y su facilidad para la frase punzante y la descripción amarga no tienen comparación. De vuelta a Europa, Bernie recupera su garra.


Editorial RBA
Traducción de Alberto Coscarelli

lunes, 11 de noviembre de 2013

Jinete Nocturno (III)

8


Dimitri Soyenko iba a París más veces de las estrictamente necesarias para desarrollar su trabajo con eficiencia. Sus colegas ya le habían advertido de que era demasiado peligroso dejarse ver tan a menudo por la capital francesa, que seguramente los servicios de inteligencia ya le tenían fichado y era arriesgado dejarse atrapar justo en el momento en el que la operación de venta de armas estaba a punto de concretarse. Pero Dimitri era la mano derecha de Yurov y éste le dejaba tomarse unas libertades que el resto del equipo ni podía soñar.


La razón de los múltiples viajes de Dimitri a París era Sonia. Se habían conocido cuando ella todavía era una estudiante de la compañía de danza del Kirov y desde entonces, pese a que nunca habían vivido juntos en la misma casa durante más que unos pocos días seguidos, habían mantenido una relación estable.


Dimitri era un apasionado de la danza al que su trabajo como traficante de armas no le provocaba ningún escrúpulo moral. Para él era un oficio más, no se hacía preguntas ni se detenía ante cuestionamientos humanitarios. Cuando trabajaba era uno de los mejores en su oficio, y en su tiempo libre lograba desconectar por completo.


Sonia no tenía tanta facilidad para obviar las complicaciones éticas. Por eso prefería no hacer muchas preguntas. Sabía que Dimitri no se dedicaba al comercio de obras de arte, como le había dicho, pero nunca había querido entrar en profundidades. Para ella toda la vida se concentraba en el ballet y en su complicada relación con Dimitri. Por eso cuando le ofrecieron un trabajo en la Ópera de París no dudó ni un instante en aceptarlo. Podría dedicarse a lo que más le gustaba en el mundo y a la vez tomar cierta distancia de un Dimitri, que cada vez le parecía más peligroso. No quería confesárselo ni a sí misma, pero en el fondo pensaba que quizá la distancia acabaría con una relación a la que no imaginaba un esplendoroso futuro.


Sin embargo, ahora que trabajaba en París veía a Dimitri casi más tiempo que cuando ambos vivían en San Petersburgo. Dimitri siempre estaba viajando por el mundo, tan pronto se encontraba en Hong Kong cerrando un negocio con un acaudalado coleccionista asiático como llamaba desde Las Vegas, donde se encontraba preparando una gran exposición. Ahora, cada vez que volvía de alguno de estos viajes, se pasaba por París y estaba junto a ella dos o tres días.


Sonia siempre pensaba que la próxima vez que se vieran le diría que no podía continuar así, que necesitaba seguridad en su vida, que los vaivenes personales afectaban a sus prestaciones profesionales, motivo por el cual se había quedado estancada sin poder alcanzar sus sueños infantiles de convertirse en una bailarina reconocida internacionalmente. Pero después de pasar dos días juntos se veía incapaz de decirle que debían separarse de una vez por todas. En el fondo pensaba que Dimitri la necesitaba a ella más que al contrario, y no se veía con la fuerza suficiente como para romperle el corazón.


Aunque a ella nunca la había maltratado, Sonia era consciente del carácter irascible de Dimitri. Le había oído hablar por teléfono dando tales gritos que parecía innecesario usar el móvil como intermediario, y siempre que le proponía salir a cenar o simplemente a dar una vuelta por París, ella no podía ocultar su apuro. Sus broncas con los camareros o con los taxistas franceses, que no eran famosos precisamente por amilanarse, siempre acababan con ella al borde de las lágrimas.


Pocas semanas antes, Dimitri la había llamado muy emocionado para comunicarle que iban a poder pasar cinco días enteros juntos. Tenía un negocio en París y ya había acomodado su agenda para que ambos pasaran el mayor tiempo posible sin separarse. Ella acogió la noticia con una alegría exterior y un gran pesar por dentro.


Hacía tiempo que Pierre, un bailarín de la compañía de danza, le había mostrado abiertamente su interés. Ella al principio le había rechazado casi sin prestarle atención, pero poco a poco se había dado cuenta de que cada vez lo pasaba peor cuando estaba junto a Dimitri y que Pierre seguramente tendría mucho más que ofrecerle. Diane, su gran amiga de la compañía, lo tenía clarísimo. Debía dejar de una vez por todas a ese monstruo ruso (se habían visto sólo una vez, pero la antipatía mutua había sido instantánea) y probar a salir con un buen muchacho francés. La llegada de Dimitri para pasar juntos más tiempo seguido que en los últimos dos años quizá sería una buena oportunidad para dar el paso adelante.


9

Al segundo día de su estancia en París, cuando Sonia todavía no se había decidido a romper con él, Dimitri le dijo que tenía que hacer algo importante y que pasaría toda la mañana ausente. Pero lo compensaría esa tarde haciendo todo lo que ella le pidiera. Incluso tenía un regalito preparado. No, no debía de ser ansiosa, ya lo vería a su debido tiempo.


Sonia se quedó en su apartamento sin saber que hacer. Ya habían planeado pasar esa mañana yendo a visitar algunos anticuarios del fabourg Saint-Honoré, y ahora se encontraba sin plan y llena de dudas sobre lo que debería hacer. Fue a conectarse a internet para comprobar su correo electrónico, ya que esperaba tener algún mensaje de Diane, que no cejaba en su campaña para que diera la patada de una vez al ruso, pero una vez más se encontró con que su maltrecho portátil había vuelto a las andadas y ni tan siquiera se dignaba a arrancar. Otra tarea que no podía prolongar más, comprarse un nuevo portátil, quizá una tableta.


Pese a que Dimitri nunca dejaba detrás de sí su portátil, e incluso cuando iban al teatro lo llevaba dentro de un maletín con seguro, aquel día se lo había olvidado en el apartamento, seguramente por las prisas de última hora que le habían llevado a cambiar de planes tan repentinamante y a salir corriendo sin dar mayores explicaciones.


Sonia no lo dudó y esperó tener más suerte con el cacharro de Dimitri que con su vieja reliquia. Por supuesto, primero tendría que adivinar la contraseña. Sabía que Dimitri no tenía mucha imaginación, así que probó con SONIA. Y funcionó. El portátil era bastante antiguo y Sonia no era ninguna experta en informática, pero aún así le sorprendió la configuración del ordenador. No reconocía los iconos y ni tan siquiera era capaz de averiguar cómo conectarse a internet. Trasteando por los archivos, dio con uno que le pareció especialmente extraño. El nombre, en ruso, era Giselle, el ballet que ella estaba representando la primera vez que vio a Dimitri. Al intentar abrirlo comprobó que tenía que escribir una nueva contraseña. Haciendo memoria pudo recordar la fecha en la que Dimitri habían ido a ver Giselle. No se sorprendió al comprobar la previsibilidad de su novio: volvió a acertar a la primera.


Al principio no pudo comprender lo que estaba leyendo. Era una amalgama de nombres y cifras sin sentido. Pero al poco tiempo pudo reconocer algunos de los nombres que más se repartían. Unos meses atrás había visto con horror un documental de la cadena Arte sobre el tráfico internacional de armas. En él se decía que algunos de los mayores traficantes del mundo eran rusos y que su negocio se extendía por todo el mundo. Su conexión fue inmediata, pero con la misma rapidez descartó sus conclusiones. ¿Dimitri traficante de armas? Se rió con nerviosismo. Todo encajaba de una manera tan sencilla... pero no, era imposible.


Después de tres años, Sonia volvió a encender un cigarrillo. Era de esa apestosa marca que fumaba Dimitri y que ella le había prohibido consumir en su presencia. Pero tras apagar el primero a la segunda chupada, encendió otro. Su cabeza no dejaba de dar vueltas y creyó que la mezcla de información y del fuerte tabaco iba a hacer que se desmayara.


No sabía con quién hablar, ni tan siquiera si debería hacerlo. Sólo confiaba en Diane. Además, recordó que su padre era policía. Pero seguro que la tomaban por loca. Y si Dimitri llegaba a enterarse. Un momento. Su deber era avisar. Podía ser algo grave y su responsabilidad estaba por encima de sus afectos. Además, si todo resultaba una falsa alarma y Dimitri llegaba a conocer su traición, ése sería el fin de su relación.


Salió del apartamento y llamó a Diane desde una cabina. Tenían que verse de inmediato.


10


-¿Y cómo llegasteis a enterraros de todos los detalles de la operación? -preguntó Helen apenas hubo terminado Ronet de contar la historia-. No creo que Dimitri volviera a dejarse el portátil olvidado.


-No, no hizo falta -contestó el francés con suficiencia-. Una vez el padre de Diane se puso en contacto con nosotros, todo fue rapidísimo. Hacía tiempo que seguíamos la pista de Dimitri Soyenko y sabíamos que estaba preparando algo importante. Alertamos a todos nuestros contactos y en poco tiempo pudimos recrear todo el plan. Teníamos las piezas dispersas, y después de obtener la clave de Dimitri ya nos fue fácil hacerlas encajar. Aquí tienen toda la información.


Ronet soltó sobre la mesa una abultada carpeta y volvió a dejar a Helen y Tom solos tras advertirles de que en una hora tendrían que marcharse de allí para comenzar los preparativos de la operación.


-Parece que en lugar de aliados somos enemigos -dijo Helen a Tom tratando de desahogarse-. Nos dan la información con cuentagotas y seguro que nos ocultan la mayor parte.


-Quizá sea sólo eso, pero hay algo en todo el asunto que no me encaja -comentó Tom escamado-. ¿No te parece que es todo demasiado... matemático? Esa historia de que se deje un portátil olvidado con una información tan... “sensible” a la vista. Y que su novia decida ir a la policía sin el menor temor. Y que todo se resuelva de una manera tan limpia...


-¿Sospechas que todo pueda ser una trampa?


-Algo por el estilo se me ha pasado por la imaginación. Pero no logro adivinar con qué fin. ¿Para qué liar a los servicios de seguridad de Francia con todo este embrollo?


-La verdad es que no tengo ni idea. Y esta maldita gentuza no hace más que ponernos palos en las ruedas. Toma, empieza a leer esta parte y luego sacaremos las conclusiones más importantes. A lo mejor se les ha olvidado tachar algo y podemos descubrir datos interesantes.


Pero cuando la hora que les había sido asignada pasó y se volvieron a llevar los archivos, ninguno de los dos había descubierto nada relevante. La operación iba a comenzar de manera inminente y ambos sentían que tendrían que actuar dando palos de ciego.


11


Sin que les dieran la más mínima indicación, Clarke y Winder fueron conducidos a lo que parecía ser una nave industrial en las afueras de París. Era allí donde se estaba organizando la logística de la operación, y por las instalaciones pululaban numerosos agentes franceses, pero faltaba la tensión que una misión de esta categoría debería llevar implícita.


A Helen y Tom les pareció que todos los allí reunidos se lo tomaban como un trabajo rutinario, como si fuera un análisis teórico más. A lo mejor la experiencia de la DGSE era mayor de lo que habían pensado y su profesionalidad estaba tan afilada que no se ponían nerviosos ni ante la posibilidad del inicio de una nueva guerra mundial.


Tras hacerles esperar un buen rato, Ronet volvió a aparecer. Sin disimular su hastío, empezó a explicarles lo que tendrían que hacer.


-Como saben, la reunión tendrá lugar dentro dieciocho horas. Tenemos vigilado a Soyenko desde hace dos días, pero todavía no hemos podido localizar al intermediario de los árabes. Ni tan siquiera sabemos si ya está en el país o cuál puede ser su procedencia. En cuanto a las armas, por lo que hemos podido averiguar todavía se encuentran en el Reino Unido, almacenadas en un barco que partirá en las próximas cuarenta y ocho horas. Por supuesto, sus colegas ya saben todo lo que hemos podido recopilar sobre este asunto y han iniciado una búsqueda discreta.


Ronet se quedó callado como si ya no tuviera nada más que decir. Le tocó a Helen hacer el papel de sacamuelas.


-¿Y qué tienen pensado para esta noche?


-Lo más fácil sería atrapar a los dos pájaros en cuanto se pusieran a tiro. Pero no podemos estar seguros de que todo este asunto no sea un señuelo para llamar nuestra atención y luego dejarnos como estúpidos.


-Sí, ya habíamos pensado algo parecido -dijo Tom sin que Ronet le prestara más atención de la que solía dedicarle Millot.


-Tampoco podemos seguirles durante demasiado tiempo. Se trata de gente experimentada y en cuanto tuvieran la menor sospecha, se largarían sin mirar atrás.


-Entonces, ¿por qué reunirse en un lugar como el Café de la Ópera? -preguntó Helen.


-Sonia tiene una actuación esta noche y Dimitri aprovechará para verla y hacer negocios a la vez. La reunión tendrá lugar justo antes del inicio del ballet.


-No sé, parece absurdo, amateur -dijo Tom sin resignarse a ser ignorado.


-En conclusión -continuó Ronet como si nada-, hemos puesto bichos por todo el Café para no perdernos ni una palabra de su conversación. También nos las arreglaremos para intervenir sus móviles y portátiles. Estaremos atentos a sus comunicaciones, y esta misma noche, pase lo que pase, les atraparemos. Todo muy sencillo.


-Precisamente por eso no me gusta -concluyó Tom.


Ronet se levantó dando la reunión por terminada, pero Helen seguía insatisfecha:


-Sólo una cosa más. ¿Qué piensan los americanos de todo esto?


Ronet miró a su interlocutora con incredulidad.


-¿Los americanos? ¿Qué tienen que ver los yanquis con todo esto?