lunes, 11 de noviembre de 2013

Jinete Nocturno (III)

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Dimitri Soyenko iba a París más veces de las estrictamente necesarias para desarrollar su trabajo con eficiencia. Sus colegas ya le habían advertido de que era demasiado peligroso dejarse ver tan a menudo por la capital francesa, que seguramente los servicios de inteligencia ya le tenían fichado y era arriesgado dejarse atrapar justo en el momento en el que la operación de venta de armas estaba a punto de concretarse. Pero Dimitri era la mano derecha de Yurov y éste le dejaba tomarse unas libertades que el resto del equipo ni podía soñar.


La razón de los múltiples viajes de Dimitri a París era Sonia. Se habían conocido cuando ella todavía era una estudiante de la compañía de danza del Kirov y desde entonces, pese a que nunca habían vivido juntos en la misma casa durante más que unos pocos días seguidos, habían mantenido una relación estable.


Dimitri era un apasionado de la danza al que su trabajo como traficante de armas no le provocaba ningún escrúpulo moral. Para él era un oficio más, no se hacía preguntas ni se detenía ante cuestionamientos humanitarios. Cuando trabajaba era uno de los mejores en su oficio, y en su tiempo libre lograba desconectar por completo.


Sonia no tenía tanta facilidad para obviar las complicaciones éticas. Por eso prefería no hacer muchas preguntas. Sabía que Dimitri no se dedicaba al comercio de obras de arte, como le había dicho, pero nunca había querido entrar en profundidades. Para ella toda la vida se concentraba en el ballet y en su complicada relación con Dimitri. Por eso cuando le ofrecieron un trabajo en la Ópera de París no dudó ni un instante en aceptarlo. Podría dedicarse a lo que más le gustaba en el mundo y a la vez tomar cierta distancia de un Dimitri, que cada vez le parecía más peligroso. No quería confesárselo ni a sí misma, pero en el fondo pensaba que quizá la distancia acabaría con una relación a la que no imaginaba un esplendoroso futuro.


Sin embargo, ahora que trabajaba en París veía a Dimitri casi más tiempo que cuando ambos vivían en San Petersburgo. Dimitri siempre estaba viajando por el mundo, tan pronto se encontraba en Hong Kong cerrando un negocio con un acaudalado coleccionista asiático como llamaba desde Las Vegas, donde se encontraba preparando una gran exposición. Ahora, cada vez que volvía de alguno de estos viajes, se pasaba por París y estaba junto a ella dos o tres días.


Sonia siempre pensaba que la próxima vez que se vieran le diría que no podía continuar así, que necesitaba seguridad en su vida, que los vaivenes personales afectaban a sus prestaciones profesionales, motivo por el cual se había quedado estancada sin poder alcanzar sus sueños infantiles de convertirse en una bailarina reconocida internacionalmente. Pero después de pasar dos días juntos se veía incapaz de decirle que debían separarse de una vez por todas. En el fondo pensaba que Dimitri la necesitaba a ella más que al contrario, y no se veía con la fuerza suficiente como para romperle el corazón.


Aunque a ella nunca la había maltratado, Sonia era consciente del carácter irascible de Dimitri. Le había oído hablar por teléfono dando tales gritos que parecía innecesario usar el móvil como intermediario, y siempre que le proponía salir a cenar o simplemente a dar una vuelta por París, ella no podía ocultar su apuro. Sus broncas con los camareros o con los taxistas franceses, que no eran famosos precisamente por amilanarse, siempre acababan con ella al borde de las lágrimas.


Pocas semanas antes, Dimitri la había llamado muy emocionado para comunicarle que iban a poder pasar cinco días enteros juntos. Tenía un negocio en París y ya había acomodado su agenda para que ambos pasaran el mayor tiempo posible sin separarse. Ella acogió la noticia con una alegría exterior y un gran pesar por dentro.


Hacía tiempo que Pierre, un bailarín de la compañía de danza, le había mostrado abiertamente su interés. Ella al principio le había rechazado casi sin prestarle atención, pero poco a poco se había dado cuenta de que cada vez lo pasaba peor cuando estaba junto a Dimitri y que Pierre seguramente tendría mucho más que ofrecerle. Diane, su gran amiga de la compañía, lo tenía clarísimo. Debía dejar de una vez por todas a ese monstruo ruso (se habían visto sólo una vez, pero la antipatía mutua había sido instantánea) y probar a salir con un buen muchacho francés. La llegada de Dimitri para pasar juntos más tiempo seguido que en los últimos dos años quizá sería una buena oportunidad para dar el paso adelante.


9

Al segundo día de su estancia en París, cuando Sonia todavía no se había decidido a romper con él, Dimitri le dijo que tenía que hacer algo importante y que pasaría toda la mañana ausente. Pero lo compensaría esa tarde haciendo todo lo que ella le pidiera. Incluso tenía un regalito preparado. No, no debía de ser ansiosa, ya lo vería a su debido tiempo.


Sonia se quedó en su apartamento sin saber que hacer. Ya habían planeado pasar esa mañana yendo a visitar algunos anticuarios del fabourg Saint-Honoré, y ahora se encontraba sin plan y llena de dudas sobre lo que debería hacer. Fue a conectarse a internet para comprobar su correo electrónico, ya que esperaba tener algún mensaje de Diane, que no cejaba en su campaña para que diera la patada de una vez al ruso, pero una vez más se encontró con que su maltrecho portátil había vuelto a las andadas y ni tan siquiera se dignaba a arrancar. Otra tarea que no podía prolongar más, comprarse un nuevo portátil, quizá una tableta.


Pese a que Dimitri nunca dejaba detrás de sí su portátil, e incluso cuando iban al teatro lo llevaba dentro de un maletín con seguro, aquel día se lo había olvidado en el apartamento, seguramente por las prisas de última hora que le habían llevado a cambiar de planes tan repentinamante y a salir corriendo sin dar mayores explicaciones.


Sonia no lo dudó y esperó tener más suerte con el cacharro de Dimitri que con su vieja reliquia. Por supuesto, primero tendría que adivinar la contraseña. Sabía que Dimitri no tenía mucha imaginación, así que probó con SONIA. Y funcionó. El portátil era bastante antiguo y Sonia no era ninguna experta en informática, pero aún así le sorprendió la configuración del ordenador. No reconocía los iconos y ni tan siquiera era capaz de averiguar cómo conectarse a internet. Trasteando por los archivos, dio con uno que le pareció especialmente extraño. El nombre, en ruso, era Giselle, el ballet que ella estaba representando la primera vez que vio a Dimitri. Al intentar abrirlo comprobó que tenía que escribir una nueva contraseña. Haciendo memoria pudo recordar la fecha en la que Dimitri habían ido a ver Giselle. No se sorprendió al comprobar la previsibilidad de su novio: volvió a acertar a la primera.


Al principio no pudo comprender lo que estaba leyendo. Era una amalgama de nombres y cifras sin sentido. Pero al poco tiempo pudo reconocer algunos de los nombres que más se repartían. Unos meses atrás había visto con horror un documental de la cadena Arte sobre el tráfico internacional de armas. En él se decía que algunos de los mayores traficantes del mundo eran rusos y que su negocio se extendía por todo el mundo. Su conexión fue inmediata, pero con la misma rapidez descartó sus conclusiones. ¿Dimitri traficante de armas? Se rió con nerviosismo. Todo encajaba de una manera tan sencilla... pero no, era imposible.


Después de tres años, Sonia volvió a encender un cigarrillo. Era de esa apestosa marca que fumaba Dimitri y que ella le había prohibido consumir en su presencia. Pero tras apagar el primero a la segunda chupada, encendió otro. Su cabeza no dejaba de dar vueltas y creyó que la mezcla de información y del fuerte tabaco iba a hacer que se desmayara.


No sabía con quién hablar, ni tan siquiera si debería hacerlo. Sólo confiaba en Diane. Además, recordó que su padre era policía. Pero seguro que la tomaban por loca. Y si Dimitri llegaba a enterarse. Un momento. Su deber era avisar. Podía ser algo grave y su responsabilidad estaba por encima de sus afectos. Además, si todo resultaba una falsa alarma y Dimitri llegaba a conocer su traición, ése sería el fin de su relación.


Salió del apartamento y llamó a Diane desde una cabina. Tenían que verse de inmediato.


10


-¿Y cómo llegasteis a enterraros de todos los detalles de la operación? -preguntó Helen apenas hubo terminado Ronet de contar la historia-. No creo que Dimitri volviera a dejarse el portátil olvidado.


-No, no hizo falta -contestó el francés con suficiencia-. Una vez el padre de Diane se puso en contacto con nosotros, todo fue rapidísimo. Hacía tiempo que seguíamos la pista de Dimitri Soyenko y sabíamos que estaba preparando algo importante. Alertamos a todos nuestros contactos y en poco tiempo pudimos recrear todo el plan. Teníamos las piezas dispersas, y después de obtener la clave de Dimitri ya nos fue fácil hacerlas encajar. Aquí tienen toda la información.


Ronet soltó sobre la mesa una abultada carpeta y volvió a dejar a Helen y Tom solos tras advertirles de que en una hora tendrían que marcharse de allí para comenzar los preparativos de la operación.


-Parece que en lugar de aliados somos enemigos -dijo Helen a Tom tratando de desahogarse-. Nos dan la información con cuentagotas y seguro que nos ocultan la mayor parte.


-Quizá sea sólo eso, pero hay algo en todo el asunto que no me encaja -comentó Tom escamado-. ¿No te parece que es todo demasiado... matemático? Esa historia de que se deje un portátil olvidado con una información tan... “sensible” a la vista. Y que su novia decida ir a la policía sin el menor temor. Y que todo se resuelva de una manera tan limpia...


-¿Sospechas que todo pueda ser una trampa?


-Algo por el estilo se me ha pasado por la imaginación. Pero no logro adivinar con qué fin. ¿Para qué liar a los servicios de seguridad de Francia con todo este embrollo?


-La verdad es que no tengo ni idea. Y esta maldita gentuza no hace más que ponernos palos en las ruedas. Toma, empieza a leer esta parte y luego sacaremos las conclusiones más importantes. A lo mejor se les ha olvidado tachar algo y podemos descubrir datos interesantes.


Pero cuando la hora que les había sido asignada pasó y se volvieron a llevar los archivos, ninguno de los dos había descubierto nada relevante. La operación iba a comenzar de manera inminente y ambos sentían que tendrían que actuar dando palos de ciego.


11


Sin que les dieran la más mínima indicación, Clarke y Winder fueron conducidos a lo que parecía ser una nave industrial en las afueras de París. Era allí donde se estaba organizando la logística de la operación, y por las instalaciones pululaban numerosos agentes franceses, pero faltaba la tensión que una misión de esta categoría debería llevar implícita.


A Helen y Tom les pareció que todos los allí reunidos se lo tomaban como un trabajo rutinario, como si fuera un análisis teórico más. A lo mejor la experiencia de la DGSE era mayor de lo que habían pensado y su profesionalidad estaba tan afilada que no se ponían nerviosos ni ante la posibilidad del inicio de una nueva guerra mundial.


Tras hacerles esperar un buen rato, Ronet volvió a aparecer. Sin disimular su hastío, empezó a explicarles lo que tendrían que hacer.


-Como saben, la reunión tendrá lugar dentro dieciocho horas. Tenemos vigilado a Soyenko desde hace dos días, pero todavía no hemos podido localizar al intermediario de los árabes. Ni tan siquiera sabemos si ya está en el país o cuál puede ser su procedencia. En cuanto a las armas, por lo que hemos podido averiguar todavía se encuentran en el Reino Unido, almacenadas en un barco que partirá en las próximas cuarenta y ocho horas. Por supuesto, sus colegas ya saben todo lo que hemos podido recopilar sobre este asunto y han iniciado una búsqueda discreta.


Ronet se quedó callado como si ya no tuviera nada más que decir. Le tocó a Helen hacer el papel de sacamuelas.


-¿Y qué tienen pensado para esta noche?


-Lo más fácil sería atrapar a los dos pájaros en cuanto se pusieran a tiro. Pero no podemos estar seguros de que todo este asunto no sea un señuelo para llamar nuestra atención y luego dejarnos como estúpidos.


-Sí, ya habíamos pensado algo parecido -dijo Tom sin que Ronet le prestara más atención de la que solía dedicarle Millot.


-Tampoco podemos seguirles durante demasiado tiempo. Se trata de gente experimentada y en cuanto tuvieran la menor sospecha, se largarían sin mirar atrás.


-Entonces, ¿por qué reunirse en un lugar como el Café de la Ópera? -preguntó Helen.


-Sonia tiene una actuación esta noche y Dimitri aprovechará para verla y hacer negocios a la vez. La reunión tendrá lugar justo antes del inicio del ballet.


-No sé, parece absurdo, amateur -dijo Tom sin resignarse a ser ignorado.


-En conclusión -continuó Ronet como si nada-, hemos puesto bichos por todo el Café para no perdernos ni una palabra de su conversación. También nos las arreglaremos para intervenir sus móviles y portátiles. Estaremos atentos a sus comunicaciones, y esta misma noche, pase lo que pase, les atraparemos. Todo muy sencillo.


-Precisamente por eso no me gusta -concluyó Tom.


Ronet se levantó dando la reunión por terminada, pero Helen seguía insatisfecha:


-Sólo una cosa más. ¿Qué piensan los americanos de todo esto?


Ronet miró a su interlocutora con incredulidad.


-¿Los americanos? ¿Qué tienen que ver los yanquis con todo esto?



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