jueves, 5 de diciembre de 2013

Crónicas marcianas, de Ray Bradbury


Adentrarse en un género como la ciencia ficción, a menudo acusado de quedar desfasado con demasiado rapidez, y leer un libro en el que el futuro es ya pasado, puede suponer una prueba de fuego. Pero el interés de comprobar si las predicciones se han cumplido es bastante limitado: después de todo, los escritores de ciencia ficción son simplemente eso, escritores, no futurólogos.

En cualquier caso, Crónicas marcianas es un libro que conviene leer no hacia adelante, como un modelo de anticipación, sino hacia atrás. Hay que tener en cuenta que cuando Ray Bradbury escribió esta colección de cuentos la II Guerra Mundial acababa de terminar y su recuerdo y el de las dos bombas atómicas lanzadas sobre Japón todavía era reciente. Es con esto en mente como se pueden interpretar unas narraciones desoladoras, teñidas de pesimismo y que más que como historias futuristas se leen como historias de terror.




Otro reproche que se suele hacer a la ciencia ficción es que se basan demasiado en la simbología. Es natural que las historias de ficción sean de hecho parábolas con intenciones de denuncia social, representación histórica, o cualquiera que sea el verdadero propósito del autor. Pero en la ciencia ficción más que en otros géneros se corre el peligro del acartonamiento, de que todo suene a falso, a que nos han presentado un escenario muy bonito para después descubrir que detrás del telón no hay nada.

Pero Bradbury evita este efecto con una genuina maestría a la hora de combinar historias de fantasía con un trasfondo social y psicológico mucho más profundo. Las interpretaciones son diversas y se multiplican en cada relato: el belicismo autodestructivo, el racismo, el peligro de las ideologías desbocadas, el afán destructor del colonialismo... Tampoco faltan las referencias literarias (que hoy también podemos leer hacia adelante: el influjo de Bradbury ha sido constante) y, ante todo, ese tono desesperado que se convierte en un atronador grito. Un grito que, en el espacio, nadie escucha.


Editorial Minotauro
Traducción de Francisco Abelenda

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