martes, 17 de diciembre de 2013

El mensajero, de L. P. Hartley


Quizá el efecto más difícil de conseguir en literatura sea que en una narración en primera persona el lector sea capaz de descubrir muchos más secretos de los que la voz narrativa está dispuesta a desvelar. Se trata de un engranaje de insinuaciones en el que, si al escritor se le va la mano, el juego pierde la gracia; y si no alcanza el nivel mínimo de sugerencia, el lector se quedará en la inopia. Seguramente fue Henry James quién llevó a su extremo esta técnica.

El mensajero podría ser un ejemplo canónico de cómo llevar a la práctica este recurso. Para empezar, L. P. Hartley tuvo el acierto absoluto de encontrar el mejor punto de vista. Porque la historia no la narra un niño de 12 años, sino ese niño 50 años después. Y como él mismo dice, es al recuperar esa historia cuando el protagonista empieza a comprender muchas cosas que antes se le había pasado por alto. Así que está en igualdad de condiciones con el lector, que nunca sabrá con seguridad cuánto hay en lo que está leyendo de verdad, recreación o invención.




Otra muestra de la maestría de Hartley, que obliga a dejar apartado el libro durante unos instantes y aplaudir como reconocimiento a su labor, es su dominio de la sutileza. Cómo es capaz de dejar entrever lo que está pasando, sin ser en ningún momento obvio ni descriptivo. Por ejemplo, su uso de las metáforas no tiene intención poética ni pretende que la lectura sea simbólica, sino que consigue apuntalar lo que solo se percibe de una manera nebulosa a través de un mecanismo puramente sensorial.

Todo el mundo conoce la primera frase del libro (El pasado es un país extranjero: allí las cosas se hacen de otra manera), pero parece como si con eso (y quizá con la magnífica adaptación que realizó Joseph Losey) fuera suficiente. Y sin embargo, El mensajero es una obra maestra que tiene mucho que enseñarnos. Se puede analizar como una pieza literaria de una fineza y una sabiduría compositiva extraordinarias, pero sobre todo se puede leer como una novela de aprendizaje cuyas reminiscencias no se acaban nunca.

Editorial Pre-textos
Traducción de José Luis López Muñoz

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