lunes, 23 de diciembre de 2013

Jinete Nocturno (IX)

39
Después de arrinconar al agente francés, pero antes de empezar a arrastrarle, Henri se preguntó en qué se había metido. No hacía tantos años, él mismo podía haber sido ese agente. Cierto que cuando trabajaba para la DGSE nunca se había dedicado a cometidos tan poco cualificados (y a tenor del papelón que había hecho este agente, desde luego no exigían demasiado para llegar a ese puesto), pero qué demonios, estamos hablando de nuestros protectores.
En realidad el papel de Henri en el DGSE siempre había sido más bien político. Su formación cosmopolita, de la que había disfrutado gracias a la carrera itinerante de su padre, un militar de alta graduación que le llevó a él y a toda su familia alrededor del mundo, lo que le hizo completar sus estudios en tres continentes diferentes, y su máster en Relaciones Internacionales, le habían servido para ocupar un puesto privilegiado en el que se encargaba de enlace entre los mandos operativos y los cargos públicos. No tenía demasiado respeto a ninguna de las dos partes, unos le parecían soberbios incapaces que se inventaban cualquier trama para justificar sus gastos, y los otros uno inútiles todavía de mayor categoría que solo estaban preocupados por quedar bien sin mojarse los calcetines.
Sin embargo, él sí era apreciado por sus superiores. Su discreción y eficacia le habían facilitado una carrera meteórica que le permitió estar al tanto de los más altos secretos de Estado y disponer de una información privilegiada a las que muy pocos tenían acceso.
Una de sus tareas era la de servir de contacto para los agentes extranjeros que colaboraban con DGSE, y así fue como conoció a Tom. Enseguida conectaron y entre los dos se estableció una conexión que Henri no había encontrado entre sus compatriotas en la agencia, y mucho menos Tom en su aventura francesa. En realidad fue Henri quien organizó el encuentro entre Tom y su hermana Sophie y se vanagloriaba de haber ejercido como cupido en esta relación internacional.
Después de ocho años de servicio a su país, Henri decidió que ya había llegado el momento de servirse a sí mismo y se pasó a la empresa privada. La ley de incompatibilidad en teoría le dificultaba mucho la transición, pero tras perderse durante un año en el que dejó que su nombre se olvidara, en realidad no tuvo demasiadas dificultades para conseguir un puesto extraordinariamente bien pagado en el que poco más que tenía que hacer uso de las conexiones labradas a lo largo de su trabajo en el servicio de seguridad.
Con necesidad o sin ella, Henri pasaba la mayor parte del año de viaje por los países más exóticos. El negocio prosperaba con unas cifras de beneficio espectaculares y su labor era tan valorada como lo había sido cuando trabajaba para el Estado. No corría riesgos, no acababa la jornada agotado y en general se lo pasaba muy bien gastando su bien ganado salario.
Fue en un día cualquiera de satisfacción y relajo cuando recibió la llamada de Tom.


40


Durante una hora Helen estuvo estudiando los métodos de trabajo que habían montado los franceses. O al menos lo que le dejaban ver. No estaba demasiado impresionada, todo lo que la rodeaba era más o menos igual a lo que estaba acostumbrada a ver en la central de Londres. Pero sí le parecía que los franceses se lo tomaban todo con mucha calma. Estaban ante una misión con repercusión internacional que podía desembocar en varias guerras, y parecía un trámite más. Ni gritos, ni carreras ni nervios. Comme il faut.
Tras pedir permiso (tenía que hacerlo cada vez que hacía un movimiento), llamó a Khun, quien le informó de que no había ninguna novedad y que siguiera atenta. Después trató de localizar a Winder, pero le saltó el buzón de voz. Nada por lo que preocuparse. Seguro.
-Venga conmigo un momento.
La voz de Jean, el agente ocupado de su cuidado, o vigilancia, según se mirara, la sobresaltó. Le acompañó a un lugar apartado esperando que le dijera que se fuera de allí de una maldita vez. Pero no era eso lo que la esperaba.
-Creemos que Harker ha caído.
-¿Cómo?
-Su ex agente, ya sabe -estos franceses no podían privarse de dejar de recordárselo. Y lo hacían con indisimulada satisfacción.
-Pero ¿qué ha pasado?
-Nos han informado de un incidente cerca de la A6 en la que se han visto involucrados dos todoterrenos. Tenemos evidencias de que ha habido un tiroteo y un choque brutal. Hay tres cadáveres de unos italianos, con antecedentes en todos los delitos conocidos por la humanidad, y rastros de otro herido. Estos rastros corresponden a Harker.
Helen no dejó mostrar su preocupación. Su tarea allí era ocuparse precisamente de Harker, y si este había desaparecido ya no tendría ningún sentido que siguiera allí. Por eso su primer pensamiento fue que simplemente podría tratarse de una trampa de los franceses.
-¿Han encontrado su cuerpo? -preguntó buscando una vía de escape que la permitiera continuar con su misión.
-No. Ya se lo habría dicho. Pero sabemos que ha tenido una gran pérdida de sangre y es altamente improbable que llegue a París. Si es que va a poder llegar a cualquier sitio.
-Bueno, pero todavía no están seguros de nada. Y Harker es realmente duro, créame. Así que de momento todo sigue igual.
-No lo creo -dijo Jean con condescendencia-. Podemos considerar a Harker como fuera de juego. Una preocupación menos. Debería alegrarse, sus dolor de cabeza ya se ha pasado y no ha tenido que tomarse ni una aspirina. Nosotros nos ocuparemos de todo.
Helen se tomó su tiempo para replicar. Miró a Jean fijamente a los ojos. Después hizo una panorámica para comprobar que, efectivamente, todas las miradas estaban sobre ellos. Como si no hubiera nada más importante que hacer. Como si una coalición de traficantes de armas y terroristas no estuvieran a punto de poner el mundo patas arriba. No, aquí lo interesante era librarse de esa inglesa entrometida. Después de lanzar una mirada de vuelta llena de desprecio, se inspeccionó los dedos de la mano derecha con mucho más cariño que el dedicado a los seres vivientes de su entorno y se pasó esa misma mano por el pelo con extrema suavidad. Nadie podía ponerla de los nervios.
-Hasta que no haya constancia de que Harker está muerto o incapacitado todo seguirá igual. No podemos relajarnos ahora.
Jean resopló con fastidio. Con estos ingleses no había manera, cuando se les mete algo en la cabeza...
-Está bien. Usted continúe con su inagotable trabajo -dijo con sorna-. Espero que su asiento sea cómodo.
-Muchas gracias -dijo Helen dándose la vuelta.
-Ah, por cierto -soltó Jean cuando Helen ya había iniciado su regreso-. Winder acaba de escaparse del hotel. Esperemos que no le pase nada.


41


-¿Dónde estoy?
A Harker le hubiera gustado que sus primeras palabras fueran más originales, pero no estaba en condiciones de ponerse ingenioso.
-Shhhh.
No lo veía bien, pero ese consejo debía de provenir de Marcel. El mismo Marcel susurrante de siempre.
-¿Quién eres? ¿Qué me habéis hecho?
No había manera. Seguía lanzando un tópico tras otro. Pero sus recursos cerebrales estaban bajo mínimos, como todo en su cuerpo.
-No hables, Harker, vas a necesitar todas tus fuerzas -vaya, el otro tipo tampoco era muy innovador. Aunque con esas palabras supo que no era Marcel. Aunque no consiguió identificar su acento, tal torrente de palabras era impropio de su viejo-nuevo amigo.
-¿Dónde está Marcel?
Tampoco es que le importara mucho. Era un buen tipo. Y le había salvado el pellejo. Pero vamos.
-¿Marcel? -dijo la voz extrañada-. Ah, Marcel. Está perfectamente, no te preocupes por él. Ahora lo que tienes que hacer es pensar un poco en ti mismo. ¿Cómo te encuentras?
-Como si me hubiera pasado un coche por encima.
Aunque Harker empezaba a temer por la supervivencia de su ingenio, al tipo de la voz pareció hacerle gracia.
-Muy chisposo -dijo entre risas-. Te pongo una cosita y voy a contárselo a mi colega.
La risa y el comentario de la voz acabaron por sacar de sus casillas a Harker, que incluso intentó ponerse en pie.
-¡Quieres decirme qué demonios...!
Pero no pudo completar un nuevo cliché, porque antes de seguir discutiendo su cuidador decidió inyectarle una nueva dosis de esa sustancia que tanto bien le estaba haciendo.


42


-Menos mal que eran de bajada -dijo Henri echando el bofe.
-Ya veo que te has acomodado -comentó Tom, que estaba fresco como una rosa-. En tus buenos tiempos podías no bajar, sino subir 30 plantas sin que se te notara el esfuerzo.
-Exageras, nunca he sido un portento físico. Pero el cansancio no me nubla del todo la mente. Me has metido en un lío importante y vas a tener que darme una buena explicación.
-Por supuesto. Pero antes tengo que decirte que nadie puede verme en la calle. Además, supongo que la inutilidad de tus compatriotas no les impedirá hacer algunas comprobaciones de rutina, así que tenemos solo unos pocos minutos antes de que empiecen a perseguirnos.
Henri disponía de un piso de seguridad, del que solo él tenía conocimiento, en el distrito XVI, y hacia allí se dirigieron tras agenciarse otro coche, pues suponían que el de Henri ya estaba localizado. En el camino Tom resumió la situación casi en titulares, pero dejando claro la gravedad de los hechos. Henri reaccionó primero con incredulidad, después con preocupación y finalmente con total compromiso.
Ya en el piso de seguridad, que Henri no se había preocupado de decorar mínimamente (solo disponían de un par de sillas para acomodarse), el exagente francés ofreció a su amigo una amplia variedad de bebidas.
-Primero, lo que tengo ahora es un hambre que devoraría una vaca sin necesidad de cocinarla ni de salsa, a bocados. Segundo, ¿cómo es posible que no tengas ni una mesa pero sí un completo surtido de bebidas alcohólicas?
-Todos tenemos nuestras prioridades, mi querido amigo. Creo que tengo por ahí algo de queso, no puede faltar en una casa francesa -Tom hizo un gesto como que pasaba del queso-. Pero venga, ponte cómodo y dime cuál es tu plan?
-¿Plan? -Tom dudó legítimamente durante unos segundos-. Mi plan era llamarte a ti. A partir de ahora ya...
-De acuerdo, y luego los chapuceros somos los franceses -dijo Henri tras dar un trago al vermú que él si había tenido la presencia de ánimo para prepararse.
-Venga, compañero, seguro que tú sabes qué pasos dar a partir de aquí. O conoces a alguien con quien ponerme en contacto.
-¡Claro! -exclamó Henri con sarcasmo-. Si todo es muy sencillo. Estás envuelto en una conspiración internacional en la que no falta ni el Tato y no puedes ser visto en ningún lugar a riesgo de que te lleven a un calabozo en Kazajistán o que directamente te vuelen la cabeza, depende de la calaña del tipo que te encuentre. Bájate a comprar un panini y para cuando hayas vuelto ya habré llamado a mi secretaria para ver qué disponibilidad tienen mis contactos en el Gobierno. Aunque a lo mejor prefieres a alguien del Estado Mayor.
Tom sacó uno de los pocos cigarrillos que le quedaban y lo fumó con concentración. Lo apretaba tan fuerte que casi parecía que se lo estaba comiendo. Quizá el humo podía sugerirle alguna respuesta.
Mientras, Henri apuró con prisa lo que le quedaba de copa y se dirigió hacia una habitación interior. Tom esperaba que trajera alguna solución de su excursión, pero Henri solo se había apartado porque necesitaba alejarse un poco de su cuñado (de verdad que le habían dado ganas de abofetearle).
Tras un intenso cruce de miradas, a Tom le pareció que los ojos de Henri comenzaron a brillar. Poco después, una sonrisa de listillo acompañó al relámpago de las pupilas.
-Ya sé a quién podemos llamar. Quizá no sea de mucha ayuda, pero con un poco de suerte te dará la paliza que te estás buscando.


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