lunes, 2 de diciembre de 2013

Jinete Nocturno (VI)

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El trayecto que siguió Helen para hasta llegar a la cúpula de la Sección Especial fue totalmente diferente al de Tom. Ella también se había graduado en Oxbridge con las más altas calificaciones, pero no había sido reclutada por ningún cazatalentos, ya que estos solían inclinarse más por candidatos varones en buena forma, y Helen no cumplía ninguno de los dos requisitos.
Tras licenciarse en Ciencias Políticas, Helen había ingresado en el Ministerio del Interior donde ejerció de analista de datos con una sagacidad que pronto llamó la atención de sus superiores.
Su ingreso en la Sección Especial fue discreta y natural. Se le ofreció como un ascenso, y ella apenas se planteó la posibilidad de rechazar el puesto. Asumiría muchas más responsabilidades y en la práctica casi tendría que despedirse de su vida privada, pero ya hacía tiempo que había asumido que su vida era su trabajo y veía con apasionamiento las posibilidades que le planteaba su nueva ocupación.
Pese a que hacía tiempo que las mujeres habían empezado a trabajar en la Agencia, e incluso una de ellas había llegado a ocupar el puesto más alto del escalafón, todavía existía cierto recelo hacia ellas entre un grupo mayoritariamente masculino y anclado en las viejas prácticas de la Guerra Fría. Pero Helen ni tan siquiera prestaba atención a las ocasionales zancadillas que sus compañeros más retrógrados le ponían. Sabía que era la mejor en su puesto y cada día se empeñaba en demostrarlo sin tener que dar una voz más lata que otra.
Poco a poco fue escalando en el organigrama hasta alcanzar la subdirección de la Sección Especial, siempre bajo las órdenes de Khun, quien desde su ingreso en el grupo se había auto asignado el papel de mentor de la agente Clarke. Su profesionalidad e implacabilidad lograron que todos sus subordinados, incluidos los agentes de campo, que habitualmente despreciaban a los “burócratas de Vauxhall” la respetaran y asumieran su autoridad.
Pero Helen nunca había sido una mujer de acción. Sus escasas salidas de Londres se habían limitado a reuniones de alto nivel con otros jefes de servicios de inteligencia o a conferencias internacionales que eran vistas por todos sus participantes como perfectas excusas para pasar unos días de vacaciones. Al principio Helen trató de tomarse estas citas más en serio, pero al darse cuenta de que si ella era la única que seguía el juego, éste no tenía sentido, decidió sumarse a la indolencia general y disfrutar de los pocos días libres que su agotador trabajo le concedía.
Poco después de su ingreso en la Sección Especial había aprendido a utilizar armas y había seguido algunos cursillos obligatorios que le permitieron adquirir los rudimentos del buen espía, pero su implicación, por una vez había sido más para cumplir el expediente que con la intención real de llevar a la práctica algún día esos conocimientos. No, Helen Clarke no era el tipo de espía que aparecía en las películas de Hollywood.


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Tom no paraba de dar vueltas por la habitación observando cómo Helen preparaba sus cosas para irse de inmediato junto al agente francés que había ido a buscarla,
-Mira, Helen, esto no me parece bien -dijo con algo de miedo-. Soy yo el que debería ocuparse de esta misión. Reconócelo, tú no estás preparada para llevar una tarea de vigilancia.
-Gracias por preocuparte por mí -dijo Helen con una sonrisa-, pero todo irá bien. No pensarás que los franceses me van a dejar sola siguiendo a Harker. Simplemente estaré junto a alguno de los suyos tratando de enterarme de primera mano de lo que está pasando. No podemos dejarlos solos para que administren la operación a su antojo y nos dejen a nosotros la información residual.
-¿Y si las cosas se ponen feas? Harker es el mejor agente que he conocido, y si es verdad que se ha pasado al otro lado, va a ser muy difícil controlarlo.
-Ya sé lo que estás pensando: “un francés y una burócrata de Vauxhall”. Pero sabes que nunca tomo riesgos innecesarios. Seguiremos todos los protocolos y nos limitaremos a seguir la pista de Harker a una prudencial distancia -le guiñó el ojo-. Seguro que todo estará bajo control.
Tom seguía sin poder estarse quieto y no paraba de mover la cabeza intentando negar la realidad.
-¡Maldita sea! Todo esto es por mi culpa, no tenía que haber ido a ver a Rashid. Y luego estos franceses aficionados... No me gusta nada esta operación, tengo la sensación de que algo va a salir mal. Quizá debería llamar a Khun y decirle que acepto su propuesta de enviar a un nuevo agente para que se ocupe de llevar a cabo la acción de campo.
-Demasiado tarde, me temo. Pero no te mortifiques, Tom, ninguno de nosotros podía pensar que Harker iba a salir de la nada... -como Tom seguía sin convencerse, Helen tuvo que continuar-: Piensa un poco, la situación está perfectamente clara, sólo tenemos que esperar un poco esta noche los terroristas y los traficantes caerán ellos solos en la trampa.
-Por favor, mantente en contacto conmigo en todo momento -dijo Tom suplicante-. Nunca me perdonaría que te pasara algo malo.
Helen se acercó a él y le dio un beso en la mejilla.
-Bueno, ya está todo listo. Me tengo que ir. Intenta tranquilizarte.


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Mientras Tom se quedaba solo en la habitación del hotel esperando a que le dieran alguna nueva indicación, Helen siguió al agente francés que había ido a buscarla. Durante el camino a un lugar indeterminado, Helen hizo varias preguntas al agente sobre su destino y los próximos pasos a dar, pero ante la monocorde respuesta de éste (“Lo siento, señora, pero no estoy autorizado a darle esa información”), cejó en su empeño y permaneció callada hasta que llegaron a un edificio no muy diferente del que tan bien conocía en Vauxhall, sólo que si aquel estaba a orillas del Támesis, éste se encontraba junto al Sena.
Todavía no eran las seis de la mañana y las oficinas ofrecían un aspecto somnoliento. Parecía que las bombillas emitían una luz por debajo de su intensidad normal y que las pocas personas que se atisbaban por los pasillos y algunos despachos abiertos aún estaban desperezándose.
Pero esta impresión cambió radicalmente cuando entró en la sala de reuniones que su acompañante le había señalado como objetivo final y encontró en ella a Millot desplegando toda su energía.
-Ah, por fin está aquí, Clarke. Ese Khun es un maldito incordio, no ha parada hasta conseguir meter sus narices en la misión.
-¿Me está llamando narices?
Millot o simuló no comprender o quizá se había perdido de verdad con el marcado acento cockney que Helen había imitado.
-Sólo quiero dejar claro que no voy a tener ninguna consideración por usted. Ni porque sea mujer -Helen ya había notado que todavía no había visto a ninguna agente femenina entre los franceses-, ni, sobre todo, porque sea inglesa. De hecho, me lavo las manos. Ya he manifestado con toda rotundidad a Khun que toda la responsabilidad es suya.
-Nada que objetar -dijo Helen, dispuesta a no dejarse achantar en ningún momento por la bravuconería de Millot-. Por favor, no perdamos más el tiempo con charlas inútiles y dígame qué vamos a hacer.
Millot pareció calmarse. Se sentó, abrió las manos, y comenzó a explicarse:
-Esta bien. Empecemos con Harker.


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-No comprendo por qué tenemos que usar a Harker como intermediario. Nunca me he fiado de él y creía que Kemel tampoco, pero ahora resulta que ponemos en sus manos toda la negociación.
-Al parecer lo han impuesto desde arriba. Tiene contactos y un conocimiento de primera mano de las armas.
-Lo que yo te digo, que está llevando un doble juego. No sé tú, pero yo estoy pensando en irme de París inmediatamente, esto tiene toda la pinta de una trampa para hacernos caer.
-¿Y por qué harían eso? Ahora mismo somos su mejor baza.
-Ahora, pero una vez hayamos comprado las armas, no les seremos de utilidad. Creo que estaban esperando este momento para librarse de nosotros y que hemos seguido el camino que nos indicaban como corderos hacia el matarife.
-Ya es demasiado tarde para echarse atrás. Con el dinero que nos paguen podremos vivir tranquilamente durante varios años.
-¿Y para eso estamos aquí? De todas maneras, ¿cómo te explicas tú que hayan metido de por medio a los ingleses? Lo único que logran con ello es embrollar aún más el asunto.
-Seguramente se iban a enterar de todos modos y han querido adelantarse. Pero por eso no te preocupes, los ingleses siempre harán lo que les digan los americanos.
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-Harker ya está en París y los ingleses han logrado que Clarke se ocupe de su vigilancia.
-Perfecto, un incordio más del que ocuparse. Vamos a tener que lanzarles un señuelo para entretenerles. Para cuando llegue la hora de la cita, espero que ya hayamos podido librarnos de ellos.
-Clarke no tiene ninguna experiencia y no creo que sea muy difícil manejarla, pero Winder me sigue preocupando.
-¿No te han dicho que no le van a dejar salir del centro de operaciones? Mientras que esté vigilado no podrá hacer nada.
-¿Y tú confías en que los franceses puedan controlarlo?
-No, pero ya lo tengo todo dispuesto. Si Winder sale de su radar, nos encargaremos de que no pueda volar muy alto.
-Los árabes también han empezado a moverse.
-Otra pandilla de aficionados. Al menos estos no actuarán por su cuenta. No son capaces ni de atarse los zapatos sin indicaciones.
-Ya, pero eso también tiene sus riesgos. Por no hablar de los rusos.
-¿Qué pasa con ellos?
-Son rusos, ¿hacen falta más explicaciones?


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Alrededor de la granja sólo se escuchaba el mugir de las vacas. A Harker le parecía irónico que en un momento de máxima tensión como la que estaba viviendo, el paisaje ofreciera un aspecto tan bucólico.
Tras desembarcar cerca de Marsella, le habían llevado inmediatamente a ese paraje, donde sólo le acompañaba Marcel, quien en las dos horas que llevaban juntos todavía no le había dirigido la palabra.
El plan consistía en permanecer allí hasta media mañana, cuando iniciaría su viaje hacia París. No debía dejarse ver ni hacer ninguna llamada. Si sucedía algo importante, ya se pondrían ellos en contacto.
Pero la tranquilidad del entorno no colaboraba en templar su inquietud. En principio el plan parecía de una sencillez absoluta. Simplemente tendría que encontrarse con el tal Soyenko y en cinco minutos el trato estaría firmado. Le habían indicado (por decirlo suavemente) que después volvería a la granja y esa misma noche partiría de nuevo hacia la costa africana. Pero su enlace le había comentado que la situación se había complicado con la irrupción de los ingleses. Había tratado de quitar hierro al asunto diciendo que estaban totalmente controlados, pero se le había escapado (aunque dudaba que hubiera sido fortuito), que ya había habido una muerte. Cuando le preguntó por los agentes implicados, el enlace había soltado como si tal cosa “me parece que se trata de un tal Tom Winder”, sin saber lo que eso implicaba para Harker.


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En un yate anclado en el muelle de Niza, la perspectiva era todavía más serena que en la granja. Sólo el capitán del barco acompañaba a Yurov. Pese a las noticias que le iban llegando desde París, su idea del plan no se había desviado ni un ápice.
El día anterior lo había pasado junto a Polina, pero había acabado harto de sus quejas. Ya no sabía cuántas veces le había contado la historia de que su bisabuelo había trabajado como taxista en Niza después de la Revolución. Lo único gracioso del tema era que cada vez le contaba una versión diferente, siempre había algún detalle que cambiaba. Polina era una terrible mentirosa. En eso podría Yurov podía darle unas cuantas lecciones.
Pero las trolas de Polina eran inofensivas. A veces lo hacía simplemente por aburrimiento, y casi siempre para tratar de sacarle algo de dinero. Como si hiciera falta. En realidad, Polina ni tan siquiera le gustaba, ya estaba harto de ella. Pero lo parecía más cómodo, más fácil, seguir viéndola de vez en cuando y atender sus capricho que tener que afrontar una pelea en toda regla. Podría hacer que se deshicieran de ella, alguno de sus colegas se lo había sugerido. Pero él no era un bárbaro. ¿Liquidar a una mujer solo por pesada? Por favor. Puede que fuera el mayor traficante de armas del mundo, pero eso no le convertía en un insensible. Hay muchos hombres completamente respetables que se dedican a su mismo negocio, solo que él prefería mantenerse al margen de la burocracia. Eso no le convertía en un psicópata.
De hecho, le gustaba que le vieran como una persona refinada. Seguro que sus compañeros de muelle veían en el a un nuevo rico ruso que habría amasado su fortuna de manera sucia. Pero al menos él tenía modales, no como esos herederos y directores ejecutivos que le rodeaban y que no sabían tratar a las personas, malcriados en sus privilegios y creyéndose los amos del mundo.
Ahora se encontraba en un lugar idílico, en un yate de su propiedad, con todo lo que quisiera a su disposición, y a punto de concretar un negocio que no solo le haría todavía más rico y poderoso, sino que podría cambiar la faz del mundo. Qué aburrimiento.



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