martes, 3 de diciembre de 2013

La abadía de Northanger, de Jane Austen


No podemos entender el gran malentendido alrededor de Jane Austen. Que se la considere una autora romántica solo puede indicar que quien exprese tal opinión o no ha leído ninguno de sus libros o lo ha hecho con tantos prejuicios que la evidencia no pudo mostrar lo obvio. Decir que Sentido y sensibilidad, por ejemplo, es un libro romántico sería como decir que lo es Madame Bobary.

Con La abadía de Northanger los malentendidos se multiplican, porque al equívoco habitual se une su catalogación como novela menor de Austen, cuando es un prodigio, quizá su libro más divertido, y en el que se muestra tan sagaz e inventiva como en sus mejores momentos. Puede ser que el motivo de su mala comprensión es que Austen utiliza la ironía con tal maestría que una lectura poco atenta pueda llevar a tomarse en serio lo que no es más de burla. Pero eso no es culpa de la autora: más bien cuenta a su favor.




En esta ocasión Austen no se conformó con parodiar las novelas románticas de heroínas acechadas e historias de amor convertidas en ordalías a través de las cuales la protagonista obtiene una lección y al final alcanza la felicidad. Que también. Aquí nos encontramos además con una parodia de las novelas góticas a la Radcliffe, con edificios malditos, fantasmas y viento que apaga las velas en el momento más inoportuno.

Utilizar el adjetivo “delicioso” al referirse a una novela de Austen es peligroso, pues puede llevar a los despistados habituales a confundirlo con “meloso”, pero lo cierto es que la lectura de La abadía es un placer continuo. Cada página se lee con deleite, saboreando la gracia de la escritura de Austen y su habilidad para jugar tanto con sus personajes como con sus lectores sin maltratarlos. Austen todavía tiene mucho que enseñarnos, y nosotros mucho que aprender de ella.


Editorial Espasa-Calpe
Traducción de Isabel Oyarzábal

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