lunes, 13 de enero de 2014

Jinete Nocturno (X)

43
-Agnaca.
Poco a poco las tinieblas se fueron disolviendo. Primero sintió una luz cada vez más potente que le llegó a lo más profundo del córtex prefrontal. Después un intenso zumbido penetró por su oído hasta escampar en algún lugar cercano al área de Broca.
-Toma, bebe un poco de agua.
-Sas.
Harker se incorporó entornando los ojos. Cuando logró focalizar su mirada sobre una pared desnuda, se llevó las manos a las mejillas e intentó recomponerse el rostro. Allí fallaba algo, faltaba algún tornillo, un engranaje se había salido.
-¿Qué me habéis hecho?
-Te hemos arreglado.
El tono parecía amable. Pero después de soltar esa frase consoladora, la voz había empezado a tararear una canción que Harker, y todo humano sensible odiaba, una canción sobre arreglar a la gente.
-¡No, por favor! Sácame una muela, méteme un ojo, arráncame las uñas, pero esa canción no.
-Bueno, Harker, tampoco te pongas así, ya me callo.
-Gracias. Ehmmmm... ¿Me puedes decir quién eres?
Harker todavía no interpretaba muy bien los signos que le rodeaban, pero la cara que puso su interlocutor era de evidente estupor.
-No, Harker, claro que no te puedo decir quién soy.
-Pero ¿eres...?
-Soy de los buenos... bueno, bueno-bueno, depende de quién lo diga, supongo, es una cuestión ontológica.
-Por favor, que tengo un dolor de cabeza que no veo estrellitas, veo galaxias completas girando a mi alrededor, no me digas cosas como “ontológica”.
-Tienes toda la razón, lo siento. La verdad es que es una de esas palabras que siempre que veo tengo que buscar en el diccionario para recordar lo que significa. Lo que pasa es que mientras esperaba a que te despertaras estaba leyendo un artículo sobre la sociedad líquida y me he encontrado con el término. Exasperado, he buscado una vez más su significado, y como me has dado pie para usarlo con propiedad, pues me he dicho...
-¡Basta, te lo ruego! -Harker tenía lágrimas en los ojos, y ya no eran debidas al dolor físico-. No más cháchara. Ni canciones horteras. Ni palabras raras. Ay, amigo Marcel, cómo te añoro-
-No te pongas así, John. Me pongo en tu lugar y me callo. Solo quería decirte que estoy aquí para protegerte. Los malos ya no te van a hacer más daño.
-Siento no estar en mejores condiciones para apreciar tu humor, pero... bruoj.
Harker vomito todo lo que quedaba en su estómago. Pero al menos tuvo la delicadeza de no hacerlo sobre su sanador, sino sobre el quirúrgico suelo.
-Bien, ya lo has echado todo, a partir de ahora solo irás a mejor.
El tipo podía estar loco, a lo mejor estaba experimentando con él y cuando recuperará la conciencia plena se encontraría con tres piernas.
-Esto -tanteó Harker dubitativo-, ¿qué hora es? Porque no sé si sabes que tengo una cosa muy importante que hacer en París.
-No te preocupes, viejo -¿viejo?-, estamos en hora. Tú solo preocúpate de ponerte bueno, que nosotros nos ocuparemos de todo lo demás.
Harker no se fiaba en absoluto de su acompañante, que ni tan siquiera se había dignado a darle un nombre falso, y cuyo rostro transmitía cierta sensación de enajenación. Pensó en liarse a golpes y salir corriendo, pero la verdad era que no se encontraba en condiciones ni de atrapar una mosca.
-Tengo hambre.
-Tu pide, que nosotros proveemos.




44


Como si todo estuviera perfectamente sincronizado, justo cuando Tom daba el último bocado a la hamburguesa que Henri le había traído, sonó el timbre. Henri dio un pequeño salto, como si no se lo esperara, y se dirigió a la puerta, a la que preguntó que quien era. La puerta permaneció en su mutismo, pero alguien detrás de ella fue más gentil.
-Soy Camille. No empieces con tus pamplinas.
Tom, al que pese a sus ruegos y amenazas Henri no le había desvelado quién iba a ser su invitada, se sorprendió al encontrarse con una joven de no más de 30 años y aire alternativo. Su primer pensamiento fue que se trataba de alguna infiltrada vestida de camuflaje. Pero no.
-Camille, este es Tom, un amigo inglés que necesita cierta información. Tom, esta es Camille, reportera de France-Match y una de las personas mejor informadas del país.
-¡Te estás quedando conmigo! -Tom, que había recuperado fuerzas pese a lo infecto de la hamburguesa que había ingerido, empujó a su cuñado, que trastabilló y casi acaba en el suelo, si no hubiera sido por una oportuna pared que alguien había colocado en un lugar conveniente-. ¡Una periodista! También podías haberme sugerido que buscara en google. A lo mejor le doy a “voy a tener suerte” y mis problemas se resuelven de manera milagrosa.
-Pero qué impertinente eres -dijo Henri que no se había tomado a mal la efusión de Tom-. ¿Acaso te esperabas un militar que se presentara aquí con todos sus galones y una espada para ponerse a tu servicio? Tenemos que mantener esto bajo el radar, y te puedo asegurar que Camille es la persona indicada.
Esta, que había presenciado la discusión sin entrometerse y con una ligera sonrisa socarrona, se sentó en una de las sillas sin tratar de explicarse.
-Mira, Camille -dijo Tom tras sentarse él también, mientras que dada la ausencia de mobiliario Henri tuvo que quedarse de pie-. No sé nada sobre ti y no tengo nada en tu contra, pero sinceramente, no creo que puedas serme de mucha ayuda. Me disculpo por la metedura de pata de Henri.
-Ya esta bien, ¿no, macho? -dijo Henri, que empezaba a estar algo molesto-. Si me has llamado es porque confiabas en mí. Pues yo también confío en Camille.
-Si eso es verdad -estas fueron las primeras palabras de la periodista, que dudaba epistológicamente del concepto de verdad-, necesito que me deis toda la información. Si no, adiós muy buenas.
-¿Todavía estás a tiempo de publicar la noticia en la edición vespertina? -preguntó un escéptico Tom.
-Mira -dijo Camille poniéndose en pie-, yo he venido aquí porque Henri me ha llamado. Si piensas que sobro, por mí no hay problema.
-No, Camille, siéntate, por favor -dijo Henri educadamente-. Y tú, ven conmigo -le indicó a Tom mucho más rudamente.
En la habitación interior Henri trató de convencer a su cuñado de que podía confiar en Camille. Había trabajado con ella en numerosas ocasiones y podía dar fe de su discreción. Además, en la situación en la que se encontraban tampoco es que tuvieran muchas opciones. Tom finalmente cedió, pero marcando claramente las líneas rojas que no se debían cruzar en cuanto a información revelada. De vuelta al salón, Tom se dispuso una vez más a contar todo el embrollo.




45


¿Por qué no? Como miles de licenciados en periodismo, Camille no encontraba ningún trabajo “de lo suyo” y ya llevaba demasiado tiempo ocupándose de anotar pedidos y de llamar por teléfono a desconocidos (que no se solían tomar muy bien esta impertinencia). Por eso cuando en una de sus ya rutinarias búsquedas de trabajo por internet dio con una oferta en la que se reclamaba a un joven periodista con conocimientos de cotilleos (así interpretó Camille lo de “familiarizada con personajes populares y seguidora de contenidos de información social”), no se amilanó pese a su sideral desconocimiento del tema.
Tras superar una entrevista en la que usó sus encantos para soslayar su falta de preparación (en cualquier caso, una tarde en la peluquería le sirvió para ponerse al día lo suficiente como para dar el pego) y pasar un mes a prueba redactando notas banales sobre gente insulsa, sin llegar a comprender qué interés podía tener ese mundo para la vecina de enfrente, Camille “entró en plantilla”.
Poco a poco su talento natural y su habilidad para entablar relaciones hicieron que fuera asumiendo tareas de mayor calado. En su periodo de meritoria había conocido a personas de las “altas instancias” empresariales del país, que no se molestaban en ver aparecer su nombre junto a la actriz del momento o ante la última luminaria del artisteo. Estos contactos le vinieron de perlas cuando realizó un reportaje sobre una excursión de fin de semana a Suiza, una investigación sobre la implantación de cierta compañía francesa en Estados Unidos o un perfil sobre el emprendedor del año.
Convertida en una de las firmas estrella de su revista, Camille tuvo carta blanca para hacer lo que quisiera. Y eso ya lo tenía claro antes de empezar sus notas chismosas: Camille quería viajar. Ahora podía hacerlo dónde quisiera. Su red de contactos se fue ampliando a personalidades de todo el mundo, encantadas de su presencia y satisfechas de verse reflejadas en reportajes laudatorios y fotos favorecedoras, marca de France-Match.
Aunque ese ambiente no le era tan agradable, Camille también se acostumbró a frecuentar a la clase política francesa. Nada agrada más a un ministro francés que la compañía de una bella reportera, y si no puede casarse con ella, al menos trata de mostrarle su mejor perfil.
En una de estas fiestas en las que se reunían empresarios y políticos para hablar de sus cosas y pasárselo bien, Camille conoció a Henri. Enseguida se dieron cuenta de que tenían muchas cosas en común (entre otras, el desprecio a la mayoría de las personas que les rodeaban), y entablaron una animada conversación que les llevó a irse del palacio donde se celebraba la fiesta para estar más tranquilos.
Henri descubrió que Camille estaba al corriente de secretos a los que una periodista nunca debería haber tenido acceso y de que su conocimiento de las figuras económicas y políticas del país era mucho más profundo e íntimo de lo que aconsejaba la seguridad del Estado. Y le encantó.
A lo largo de los meses la relación entre ambos se fue estrechando. A Henri le venían bien algunos de los secretos que Camille podía compartir con su buen amigo. Así se situaba por delante de los acontecimientos y podía evitar males mayores o sacar algún beneficio de su posición. Por su parte, Camille también podía aprovecharse del material reservado que Henri quería compartir con ella y de algunos datos sobre gente de primer nivel, que estaría bien que la opinión pública conociera. Y todos contentos con el arreglo.
Así que cuando Tom le habló de su “situación”, el nombre de Camille se le apareció a Henri como garantía de información veraz y de primera categoría.
-De acuerdo -dijo Camille al terminar de contar su historia-. ¿Y qué quieres de mí?
-Buena pregunta -dijo Tom-. Pero creo que será mejor que te lo diga Henri.
-Pues... -Henri se sintió apurado-. Pues... queremos que nos lo expliques.
-Ah, era solo eso. Vamos a ello.

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