viernes, 28 de febrero de 2014

Los perros y los lobos, de Irène Némirovsky


Para un aficionado a la lectura hay pocas experiencias más satisfactorias que descubrir a un autor prometedor, seguir su trayectoria y asistir a su consagración como escritor (aunque, por complicaciones psicológicas inherentes al ser humano, no es inhabitual que, una vez alcanzado el reconocimiento general, el admirador de primera hora reniegue de “su” autor debido a pintorescas justificaciones). El caso de Irène Némirovsky es totalmente inusual, y entre sus peculiaridades no es la menor que conociéramos primero su obra maestra, Suite francesa, que también fue su último libro, antes de ser capaces apreciar su evolución.

Gracias a la labor de Salamandra en los últimos años hemos podido acceder a la bibliografía de Némirovsky y reconstruir su historia editorial. Tiene interés por sí mismo el poder rastrear los motivos de la “autora”, investigar sus métodos de creación, rastrear sus obsesiones y sus marcas de estilo. Pero sin duda lo más importante es poder disfrutar de sus novelas, unos libros quizá de tono menor, sobre todo teniendo en mente la grandeza de Suite francesa, pero que siempre tienen algo que los hace muy apreciables.




En Los perros y los lobos, la última novela que Némirovsky vio publicada, nos encontramos con uno de los grandes temas de toda su obra, la difícil asimilación de los judíos en Europa occidental. Una vez más, Némirovsky muestra una ambivalencia hacia su propio pueblo de una complejidad que no admite análisis categóricos. Hay algo de desprecio, y mucho de compasión; hay rechazo, pero también reconocimiento de la propia identidad; hay rabia y dolor, pero al final se impone la aceptación de la pertenencia.

En cualquier caso, Los perros y los lobos, que no podemos leer ajenos a su contexto, es también una peculiar historia de amor, aunque quizá sería mejor hablar de ilusión. Un contraste entre lo que se es y lo que se pretende ser, un juego de niños llevado a la práctica de manera inconsciente y con consecuencias en apariencia terribles, pero que quizá, en el fondo, tengan pleno sentido. Es curioso que la protagonista del libro sea una pintora cuya obra recuerda instintivamente a la de Chagall. No hay dos artistas más opuestos en apariencia a Némirovsky y Chagall, pero lo que tienen en común es algo mucho más profundo que las apariencias.

Editorial Salamandra
Traducción de José Antonio Soriano Marco

jueves, 27 de febrero de 2014

La evolución de la cooperación, de Robert Axelrod


El “dilema del prisionero” fue en sus inicios un sencillo juego consistente en que dos acusados se veían sometidos a una disyuntiva: traicionar a su compinche o no. Si ninguno habla, los dos tendrán una condena menor; si solo uno confiesa, él sale libre mientras que el otro prisionero tendrá la máxima pena; si los dos confiesan, se les impondrá una condena intermedia. Este simple entretenimiento ha tenido aplicaciones en los más diversos campos, desde la psicología y la política hasta la biología o la economía.

Así, un lector de diversos intereses ha podido toparse con el dilema del prisionero en tantas ocasiones y contextos diferentes que quizá piense que lo sabe todo sobre el tema. Pero para tener un conocimiento exhaustivo del mismo lo mejor es ir a los orígenes, lo que nos lleva a La evolución de la cooperación, el seminal libro de Robert Axelrod publicado en 1984 y todavía vigente. Como dijo Lewis Thomas, nadie esperaría encontrar esperanza en el futuro de la humanidad en un juego de ordenadores (¡que funcionaban con basic!), pero Axelrod demuestra el valor de la cooperación y cómo promoverla.




Quizá haya sido en el campo de la biología, y más concretamente de la sociobiología, en el que el dilema del prisionero haya tenido una mayor influencia. De hecho, Richard Dawkins le dedicaba un apartado entero en El gen egoísta y prologó la nueva edición de La evolución de la cooperación. Pero Axelrod deja claro que no va a ocuparse de la biología (aunque usará algún ejemplo de esta ciencia para exponer sus ideas). Su intención es más teórica: a través de las competiciones entre diferentes programas de ordenador, descubrirá cuál es la mejor estrategia para salir vencedor en el juego. Por supuesto, lo más importante son las implicaciones sociales de estos resultados.

Muchos se sorprenderían al descubrir que la estrategia vencedora fue también la más simple. Un básico programa llamado Tit For Tat, consistente en hacer siempre lo mismo que el adversario, batió a contrincantes más sofisticados gracias precisamente a su sencillez. Axelrod, tras su exhaustivo análisis de los resultados, concluye en unos principios rectores de la sociabilidad de sentido común pero que no siempre se aplican: hay que ser amable, saber perdonar, tomar represalias cuando sea oportuno y no hay que pasarse de listo. Así todos saldremos ganando.

Editorial Basic Books
Edición en castellano de Alianza Editorial

martes, 25 de febrero de 2014

Lo que sé de los vampiros, de Francisco Casavella


Es difícil encontrar una novela contemporánea que no tenga miedo a contar una historia (y nada más) (y nada menos). Por eso el lector de Lo que sé de los vampiros se sorprende (primero) y se entusiasma (enseguida) nada más iniciar su lectura. Francisco Casavella afrontó la tarea de escribir una novela “como las de siempre” sin temor a parecer desfasado. Pero es que disponía de las mejores armas: un talento literario de primer orden que le permitía desplegar sus habilidades narrativas a lo largo de más de 550 páginas, en las que la erudición se mezcla con la ligereza y el saber histórico con el enredo argumental.

En Lo que sé de los vampiros entramos en batalla durante la Guerra de los Siete Años, partimos junto a los jesuitas tras su expulsión de España camino de Roma, recorremos Europa y tras detenernos en Dinamarca, acabaremos en el París revolucionario. El viaje no se acaba aquí, pero no desvelaremos cuál es la siguiente parada. También conoceremos a algunos de los personajes más importantes o excéntricos de la época, entre ellos a Federico el Grande, el conde de Saint Germain o Mirabeau.




Pero Casavella no construye una novela épica, una sucesión de grandes momentos, sino que prefiere detenerse en la pequeña historia. El ambiente es convulso, estamos ante el paso de la Edad Moderna a la Edad Contemporánea, en medio de la lucha entre el antiguo despotismo y una nueva era iluminada por las luces de la Ilustración. En este periodo de mudanzas, Martín de Viloalle será expulsado una y otra vez de cada lugar que visite, y con él asistiremos como espectadores privilegiados, pero no como protagonistas, a este cambio permanente de paradigmas.

Como decíamos, en esta novela Casavella no pretende dibujar un panorama grandilocuente, sino que mantiene en todo momento un humor desacralizador, una visión irónica de personajes y acontecimientos. En algunos momentos incluso se permite bordear el folletín. Al fin y al cabo, la trama de la novela se puede leer como un baile de mascaras en el que las personalidades son difusas, los destinos inciertos y los vampiros, por muy presentes que estén, nunca llegan a desvelar su misterio.

Editorial Destino


viernes, 21 de febrero de 2014

¿Por qué corre Sammy?, de Budd Schulberg


Si al hablar de Arthur Miller dijimos que él solo puede representar toda una época del teatro americano, de Budd Schulberg, en muchos sentidos su contrafigura, podríamos decir que resume por sí mismo la historia de los inicios de Hollywood, como descubrimos en su extraordinaria autobiografía De cine. Hijo de uno de los pioneros de la industria del cine y más tarde reconocido guionista, las vidas paralelas de Miller y Schulberg tendrían su punto culminante durante el macartismo, cuando Miller se mantuvo firme en su negativa a declarar aún bajo la amenaza de acabar en la cárcel, mientras que Schulberg colaboró y dio nombres de antiguos amigos y simpatizantes comunistas. No puede ser más revelador que el guión The Hook, que había escrito Miller para Elia Kazan, acabara convirtiéndose en La ley del silencio, una apología de la delación escrita por Schulberg.

Pero ¿Por qué corre Sammy? sucedió mucho antes de todo esto. En sus primeros pasos como guionista en Hollywood Schulberg había colaborado nada menos que con Scott Fitzgerald, y sin duda algo aprendió de esta compañía. Es evidente el influjo de Gatsby en el Sammy de esta novela, pero la historia del hombre hecho a sí mismo, del magnate que oculta miseria en su corazón es una típica historia americana (el libro fue publicado en 1941, el mismo año de Ciudadano Kane, película con la que también comparte algunas líneas argumentales). En realidad la sombra de Scott Fitzgerald no se limita a la anécdota, sino que también está presente su tono melancólico, la compasión y el desgarro.




En la primera parte del libro el ritmo de la narración se ve contagiado por la carrera fulgurante de su protagonista. Si Sammy marca hitos a la misma velocidad que se ven pasar los postes telegráficos desde un tren, Schulberg dota al relato del mismo vértigo. Al igual que en El gran Gatsby, en ¿Por qué corre Sammy? el narrador es un conocido (no podríamos hablar de amigo) del protagonista. Aquí Nick Carraway es Al Manheim, joven periodista judío como Sammy, pero de muy diferente bagaje, que asiste perplejo ante el ascenso imparable de este muchacho sin conciencia, sin reparos y sin miedo, hasta la cima de Hollywood. Como no podía ser de otra forma, Sammy tiene fuertes elementos cinematográficos, algunos de ellos todo un hallazgo, como la continua renovación del calzado de Sammy, que sirve de directa imagen visual para caracterizar su evolución. Sammy va tan deprisa que los zapatos se le desgastan a diario.

En la segunda parte de la novela Schulberg se centra en las reivindicaciones del sindicato de escritores y en la irrupción de un sindicato amarillo. Es la concesión política a su época, pero si es la parte más floja de la novela, eso no significa que carezca de interés, sobre todo anticipatorio. Con lo que sabemos ahora sobre la trayectoria de Schulberg, no deja de ser curioso ver cómo el narrador, de alguna manera su álter ego, pese a sus dudas, acaba manteniendo su integridad. Tras este intervalo, Schulberg vuelve a centrarse en Sammy, buscando una  una respuesta a la pregunta que da título al libro. Puede parecer que Manheim queda satisfecho con sus averiguaciones, pero el lector solo tendrá una historia coherente, en ningún caso una explicación. Sammy es demasiado humando para poder ser comprendido.

Editorial Acantilado
Traducción de Jordi Martín Lloret

miércoles, 19 de febrero de 2014

El empleado, de L.P. Hartley


Seguramente la sociedad inglesa no sea más clasista que cualquier otra, pero su obsesión por el tema (que, mezclado con otra de las características más marcadas del “inglés”, el humor, ha convertido el asunto en motivo de innumerables bromas y parodias), y la persistencia de signos externos (desde el acento, que marca de manera inconfundible el origen, hasta la forma de vestir, nunca imitada con total éxito), convierten este aparente anacronismo en un argumento candente. Pero, en cualquier caso, aunque sería absurdo negar que El empleado se ocupa en parte de esta materia (ya desde el título queda claro), esta novela de L. P. Hartley es mucho más.

De hecho, la mente del lector, mientras transita por las páginas de El empleado, no puede dejar de funcionar a toda máquina sin quiere quedarse tirado a medio camino. Las lecturas no es que sean múltiples, es que parecen infinitas. La novela se puede interpretar como la historia sobre clasismo que hemos comentado, pero también como una muestra de laa diferentes sensibilidades según el sexo, como una parábola sobre el poder del arte para despertar del letargo, como una historia de amor, como un relato de formación...




Pero lo mejor de todo es que Hartley nunca cae en la obra de tesis: todo esto que decíamos atañe a la labor complementaria del lector: como en el mejor Henry James (y aseguramos que El empleado está a la altura del mejor Henry James), el texto solo es una pequeña parte de la historia. Pero lo mejor, decíamos, es que el libro también es un magistral volumen sobre el arte de narrar. Y no usamos “magistral” con el sentido devaluado con el que ya se llama “genial” a cualquier ocurrencia, sino que El empleado sirve tanto para pasar un estupendo rato de ocio como para aprender de qué manera se debe escribir una novela.

Desde la descripción de los personajes, cuya esencia se capta en unos pocos apuntes, hasta su desarrollo, nunca previsible y sin embargo coherente, pasando por la estudiadísima pero invisible construcción de la estructura, Hartley no deja de sorprender y de causar admiración. Incluso sus trucos, que también los tiene, se insertan en la historia de una manera natural: ha conseguido embaucar al lector de tal modo que le deja indefenso ante el poder de la narración.

Editorial Pre-Textos
Traducción de Mariano Peyrou

martes, 18 de febrero de 2014

Al correr de los años, de Arthur Miller


Arthur Miller resume por sí misma toda una época del teatro americano, y no una época cualquiera, sino lo que hoy se ve como la edad dorada de Broadway. Desde finales de los años 40 y durante toda la década de los 50, un grupo variopinto de dramaturgos dio un nuevo aire a la escena norteamericana, y por extensión al mundo: el propio Miller, Eugene O'Neill o Tennesse Williams no solo consiguieron un gran éxito durante aquellos años, sino que hoy en día sus obras se siguen representando, algo inhabitual en el rápidamente caduco circuito de las artes escénicas.

Pero Miller no era de los que pensaban que todo lo que tenía que decir estaba en su obra. Desde su juventud, cuando sufrió en sus propias carnes la Gran Depresión, Miller cobró conciencia de la injusticia social y se comprometió de una manera activa en su actividad artística. Pero, por suerte, no se trata de un intelectual orgánico al servicio de un programa, sino que siempre mantuvo su individualidad y se ocupó de una gran variedad de temas.




En Al correr de los años se reúnen diversos artículos de muy variados asuntos y que recogen opiniones expresadas a lo largo de casi 60 años de actividad y reflexión. Aquí encontramos recuerdos de infancia que, sin abandonar la melancolía, tampoco se dejan seducir por el embelesamiento del paso del tiempo; vívidas recreaciones de las muy agitadas concentraciones políticas de los años 60 y 70, o diversas consideraciones sobre el teatro, el totalitarismo o la evolución de la sociedad.

Varios de los artículos están expresamente dedicados al macartismo, un periodo de paranoia y temor que marcó tanto su vida (estuvo en las infames listas negras y durante años la negativa a la renovación de su pasaporte le impidió salir de EE.UU., lo que hoy en día parece increíble), como su obra, ya que como se sabe propició uno de sus títulos más famosos, Las brujas de Salem. Si Miller retrata con pasión y dolor esta época oscura, tampoco se olvida de reflejar la situación represiva que se vivía en Europa del Este, donde muchos amigos suyos ni tan siquiera podían publicar en su idioma: también podía haberle pasado a él.

Editorial Tusquets
Traducción de Jordi Fibla

viernes, 14 de febrero de 2014

Memorias de un revolucionario, de Victor Serge


Se suele decir que hay personas cuya vida no sería verosímil en una obra de ficción, y como ejemplo mayúsculo se podría citar el nombre de Victor Serge. Durante la primer mitad del siglo XX, Serge experimentó en su propia carne las principales convulsiones de un periodo especialmente turbulento. Serge vivió la agitación anarquista que explotó en Francia y en España en los años 10, para, en cuanto pudo, instalarse en la Rusia revolucionaria para colaborar en la formación de una nueva sociedad. Más tarde padecería las penalidades y amarguras de la reclusión y la persecución, tanto en su país de origen como en la Europa occidental asolada por los totalitarismos, para acabar en México, donde moriría antes de cumplir los 60, pero habiendo vivido más vidas de las que él mismo podía recordar.

Si las experiencias de Serge son poco habituales, todavía lo es menos que quien haya tenido una vida así luego tenga la capacidad para ponerla por escrito de una manera tan destilada como él lo hace en Memorias de un revolucionario. Pero Serge siempre se considero a sí mismo, antes que nada, como un escritor. Además de sus obras propagandísticas e históricas, también fue un novelista destacado (su obra más famosa es El caso Tuláyev, que junto a El cero y el infinito, de Koestler, fue uno de los primeros títulos en denunciar el estalinismo y sus purgas), y aunque siempre se quejó de no tener tiempo para revisar, en sus memorias demuestra que tenía el talento y la garra de un narrador puro.




Desde el principio, el lector de Memorias de un revolucionario se siente atrapado por un torbellino del que ya no podrá salir hasta que llegue al final. Hay un torrente de nombres y situaciones que se le llevan por delante sin dar tiempo a la calma, en un cómodo reflejo de lo que debió ser la ajetreada vida de Serge. Este inagotable catálogo de personalidades encuentra su contextualización en las detalladas notas elaboradas por Jean Rière, pero el lector tendrá que elegir: o se centra en la narración sin acabar de comprender por entero el entorno, o corta la fluidez para una mayor complejidad recurriendo constantemente a las notas. Creemos que lo mejor es un punto intermedio y hacer uso de las explicaciones en los casos más importantes o curiosos.

Después de leer este extenso libro, el lector seguirá sin saber mucho sobre la vida personal de Victor Serge, pero es que eso no es lo importante. Él mismo lo explica hacia el final, lo más valiososo es su experiencia como persona en una época fascinante que le propició unos momentos de exaltación y optimismo imborrables, pero también una decepción de la que ya no se podría reponer. Que dispongamos de una obra literaria de la categoría de Memorias de un revolucionario, que a la vez es una amplia perspectiva sobre la historia europea, es un privilegio que no deberíamos desaprovechar.


Editorial Veintisiete Letras
Traducción de Tomás Segovia y Mariana Pugliese

jueves, 13 de febrero de 2014

Buscando a Mies, de Ricardo Daza


Como sucede a veces en el arte moderno (pocas veces, es cierto) en Buscando a Mies lo que empieza pareciendo un juego infantil se convierte en una genialidad. A partir de una fotografía del magistral arquitecto Mies van der Rohe, Ricardo Daza se sumerge en una investigación en apariencia fútil para averiguar en qué lugar exacto tomó Bill Engdahl esa fotografía. La identificación del edificio será cosa fácil, pero ¿dónde está exactamente Mies?

A partir de entonces el lector también se verá atrapado, incluso contra su voluntad, en este juego de precisión y descartes. Si la obra de Mies se caracterizaba por su meticulosidad, por no dejar nada al azar, por un diseño invisible que escondía detrás de su aparente sencillez una complejidad al alcance de muy pocos, Daza traslada este perfeccionismo a su relato. Un simple detalle, una sombra, puede ser la pista necesaria definitiva para desvelar el misterio.




Como en Las babas del diablo (o, sinceramente, en Blowup), el lector comienza a obsesionarse por esa fotografía intrascendente de significados ocultos. En ¿Quién teme al Bauhaus feroz? Tom Wolfe se burlaba de los arquitectos del estilo internacional y no ahorraba a Mies ninguna de sus chanzas. Si hasta un autor del calibre de Wolfe pudo caer en estas descalificaciones gratuitas es porque el arte de Mies es misterioso, dueño de un secreto que no se manifiesta a primera vista. Daza demuestra que cuando se busca con seriedad, la clave es finalmente revelada.

Una vez situado Mies, Daza continúa con sus pesquisas: ¿qué mira Mies? De nuevo nos sorprendemos con ingeniosísimos medios de investigación que nos llevarán a un emocionante desenlace. Normalmente cuando se dice que un ensayo se lee como “una novela de misterio” es mejor prepararse para farragosos textos o fallidos pastiches, pero en el caso de Buscando a Mies nos encontramos realmente ante una obra deslumbrante y sagaz.

Editorial Actar

martes, 11 de febrero de 2014

Luis Buñuel, novela, de Max Aub


Luis Buñuel era en esencia un hombre contradictorio: ateo y obsesionado con la religión; contrario a toda moral y burgués irreprochable en su vida privada; simpatizante de anarquistas y comunistas (ya una contradicción de por sí), pero alérgico a cualquier compromiso. Con una personalidad tal, su biografía no podía ser menos que deslavazada, fragmentaria, incompleta. Por eso, nadie mejor que Max Aub para escribir Luis Buñuel, novela, que ya desde su título indica la permeable frontera por la que va a transitar el autor.

En la primera parte Aub esboza unos breves comentarios sobre el contexto histórico para después incluir largos extractos de entrevistas con Buñuel, que casi parecen transcripciones. Pese a que cada parte está dividida en títulos, estos diálogos acostumbran a derivar en recuerdos y comentarios azarosos que, de alguna manera, contribuyen a formar una imagen, o mejor dicho, múltiples imágenes sobre Buñuel. Sus disparates, sus opiniones campanudas y boutades se mezclan con una personalísima visión del mundo y en el fondo, pese a todas sus cazurradas, en una búsqueda implacable de la justicia.




En los prólogos Aub ya advierte de que quien se acerque a este libro pretendiendo saber más sobre el cine de Buñuel saldrá decepcionado. Y es que aunque una parte completa está dedicada a hablar de sus películas, el acercamiento es más superficial que analítico. Después de todo, Buñuel siempre negó el alcance simbólico de sus películas, es más, se burlaba de quienes intentaban extraer de sus films alegorías políticas o sociales. Como dice Aub, todas sus películas son sencillísimas... o más complejas de lo que pensamos. En cualquier caso, todo el cine de Buñuel es una gran broma, una higa a la sociedad. Curiosamente, esto que parece tan evidente, sigue sin comprenderse del todo.

Luis Buñuel, novela, es muchos libros en uno, pero sobre todo es dos libros. Porque la última parte deja a Buñuel despiadadamente de lado. Aub se centra en el recorrido por numerosas corrientes artísticas, especialmente las vanguardias, con lo que supuestamente explica la carrera de Buñuel (y de paso, de él mismo). Es un apartado interesante por sí mismo, pero que queda un poco como un pegote con una relación superficial respecto al biografiado. En cualquier caso, hay que destacar la estupenda labor en la edición de Carmen Peire, que permite recuperar una obra fundamental para admiradores de Buñuel, de Aub y de las vanguardias en general.

Editorial Cuadernos del Vigía
Edición de Carmen Peire

lunes, 10 de febrero de 2014

Jinete Nocturno (XIV)

58


A Tom, Henri y Camille apenas les dio tiempo a reflexionar cuando se vieron sobresaltados por una llamada a la puerta.
-¿Quién puede ser? -preguntó Tom-. Se supone que nadie sabe que estamos aquí.
-Eso te lo puedo asegurar -dijo Henri-. Este lugar no lo conoce nadie. A lo mejor simplemente es un vecino extrañado de que se oigan ruidos en este lugar siempre vacío.
-No creo en las coincidencias -alguien volvió a llamar a la puerta-. Vete a preguntar quién es, yo te cubro.
Henri se acercó a la puerta y actuó como le había indicado Tom.
-Soy David Gaunt -contestó una voz al otro lado-. Winder me conoce.
Ante la mirada inquisitiva de Henri, Tom se puso a pensar a quién pertenecía ese nombre que tanto le sonaba. Entonces recordó a aquél tipo que había conocido en la fiesta de los Morgan la noche anterior. Parecía que había pasado un siglo.
-Le conozco -dijo en voz baja-, pero no sé qué demonios hace aquí.
-¿Qué demonios haces aquí? -preguntó Henri en voz más alta.
-Tengo un mensaje para Winder de Khun. Ha sido imposible localizarle.
Cuando Tom se había escapado del hotel Sainte-Croix con Henri se había deshecho de su móvil para que no pudieran seguirle la pista, por lo que la información de Gaunt podía ser cierta. Pero
-¿Y cómo nos ha encontrado? -susurró Tom.
-¿Y cómo nos has encontrado? -gritó Henri.
-Por favor, Henri -dijo Gaunt encantador-, yo también tengo mis recursos.
-También me conoce a mí -ahora el que hablaba entre murmullos era Henri- ¿Crees que nos podemos fiar de él?
-Os podéis fiar de mí -Gaunt no podía haber oído a Henri, pero era fácil adivinar sus pensamientos-. Winder, tengo una botella de Chardonnay del 89 para entregarte.
Los ojos de Tom se abrieron en su máxima expresión. Chardonnay del 89 era la clave que había acordado con Khun para situaciones como esa, cuando la confianza en una persona desconocida podía ser cuestión de vida o muerte. Hizo un gesto de asentimiento en dirección a Henri y este abrió la puerta.
Quien entro era Gaunt, a quien también conocemos como Davies. Una gran sonrisa decoraba su rostro buscando la complicidad de sus anfitriones, que sin embargo seguían sin tenerlas todas consigo.
-¿Qué haces aquí? -preguntó Tom para dejar las cosas claras desde el principio.
-En menuda nos has metido -replicó Davies sin perder la sonrisa-. No sé cuánta gente te estará buscando ahora mismo. Tengo que llevarte a un lugar seguro de inmediato.
-Este es un lugar seguro -dijo Henri, herido en su orgullo.
-No te lo tomes a mal, Henri, pero si yo he podido encontraros, otros lo harán en cualquier momento. Tengo que darte esto...
-Gaunt se llevó la mano al bolsillo interior de su americana. Pero no llegó a alcanzar su objetivo. Tom le dio tal puñetazo en la cara que le dejó tieso.
-¡Pero qué haces! -gritó Camille saliendo de la habitación en la que había ocultado hasta entonces.
-Primero marcamos la situación y luego ya haremos las preguntas -dijo Tom mientras se agachaba junto a Davies-. Mira el regalito que tenía -exclamó mostrando a Henri la pistola que Davies había intentado sacar.
-A lo mejor iba a dártela -dijo Camille.
-Sí, claro, así de improviso, para darme una alegría, ¿verdad, Camille? -dijo apuntándola con el arma.
-¿Pero estás loco? ¿Qué pretendes? -dijo Camille encogiéndose.
-¡Tom! Ten cuidado con lo que haces -dijo Henri interponiéndose entre la pistola y Camille.
-Tengo mucho cuidado, Henri. Ahora bien, sé que Camille está con ellos. Lo que no puedo creerme es que tú también me hayas traicionado.
-¿Pero qué dices? -Henri miró con incredulidad, primero a Tom y luego a Camille.
-Habla -dijo Tom imperativo dirigiéndose a Camille.
-No sabía que iban a venir a matarte -dijo Camille entre lágrimas- Lo juro, Tom. ¡Henri! Solo me dijeron que necesitaban localizarle para llevárselo a un lugar seguro.
-¿Henri? -dijo Tom mirando fijamente a su cuñado.
-No me puedo creer nada de esto -admitió Henri rendido-. Tienes que irte ya. En eso el tal Gaunt tenía razón, seguro que vienen a por ti.
-Tendría que hacer algo con este Gaunt...
-No te preocupes por eso, yo me ocuparé. Puedes confiar en mí.
Tom y Henri cruzaron una dura mirada en la que se dijeron más cosas de las que se podrían expresar con palabras. Finalmente, Tom hizo un leve gesto de afirmación y salió al pasillo con la pistola por delante.
59


Después de ausentarse durante unos minutos para intercambiar información con uno de sus agentes, que había requerido su presencia inmediata, Beliy volvió a reunirse con Clarke y Harker, quienes durante ese tiempo no habían dicho palabra, pero que habían tratado de transmitirse sensaciones y matices a través de sus miradas.
-Siento que tengamos que dar este agradabilísimo encuentro por terminado, pero me dicen que todo está ya en funcionamiento y tenemos que irnos. Helen, te recomendaría que te quedaras aquí...
-Ni se te pase por la cabeza.
-Me lo imaginaba. Pues vamos allá.


60


Tom había podido abandonar el edificio donde se encontraba el piso de Henri sin toparse con ninguna sorpresa. Pero una vez en la calle y seguro de que nadie le seguía, le atrapó el desasosiego. No tenía a nadie en quien confiar. No sabía a dónde ir. No acababa de comprender todo lo que Camille le acababa de contar. Solo tenía una opción: ir al café de la Ópera.


***


-¿Está todo preparado?
-Afirmativo.
-¿El equipo de vigilancia está operativo?
-Afirmativo.
-¿Tenemos a nuestros agentes desplegados acorde al plan de evacuación?
-Afirmativo.
-¿Está asegurado el perímetro?
-Afirmativo.
-¿Habéis comprobado...?
-Señor, que sí, que está todo preparado, que afirmativo a todo.


***


-¿No deberíamos ir saliendo ya?
-Estoy esperando la llamada de Ghazalan.
-Yo tengo que ir al servicio antes.
-¿Has comprobado la ruta? Que luego siempre nos perdemos.
-¿Cómo crees que me queda este traje? No quiero dar una mala impresión.
-Allí también servirán té, ¿no?
-Venga, luz verde. No me defraudéis.


***


Al menos ahora no me aburro. Aunque tener a toda esta gente a mi alrededor no me gusta. Es un fastidio que si ahora para aquí, que si ahora para allá. Y lo que se me viene encima es todavía peor. Quién me mandará a mí meterme en estros fregados. Pero bueno, habrá que apechugar con ello y comportarse como un hombre. Y si me pegan un tiro, pues mira, se acabó el espectáculo.


***


-Todo va según lo esperado.
-Pues será la primera vez que pasa en todo el día.
-Sí, no ha habido más que contratiempos. Pero ahora que ha llegado el momento culminante, parece que todo se ha encauzado.
-A ver, actualízame la situación.
-Beliy, Harker y Clarke ya han salido del almacén y se espera su llegada a la hora prevista. Los franceses tienen todo preparado según el plan. Los del FIL están de camino. Y Yurov está siendo trasportado ahora mismo hacia el lugar de la reunión.
-¿Y qué hay de Winder?
-No te preocupes por él. Davies nos ha confirmado que ya no supone ninguna amenaza.


***


-El oso está llegando a la cueva.
-El jockey también está de camino.
-Y el caballo preparado.
-Parece que los dátiles todavía no han aparecido.
-Sin problema, el halcón está a la espera.
-Y los gallos cantando.
-Me estoy haciendo un lío de mil demonios.
-El caso es que todo está preparado para la fiesta.


61


Mas tarde, los informes sobre quién hizo el primer disparo serían contradictorios. Nadie quería asumir la responsabilidad y todos cargaban la culpa a otros, fueran aliados o no. Aunque tampoco tenían muy claro quiénes eran ahora los aliados.
Yurov se había bajado del coche rodeado de gorilas como una estrella de cine. La discreción ya no le importaba lo más mínimo. Lo que sí le molestó fue que los del FIL todavía no estuvieran allí. Nadie le había hecho esperar desde hacía años.
Entró en el café y se situó fuera del alcance de miradas indiscretas. Sus hombres le avisarían cuando todo estuviera preparado.
Y la señal no tardó en llegar.
El cristal se rompió con estrépito apocalíptico. La gente empezó a correr y a esconderse debajo de las mesas o de lo que encontraran más a mano. Protegido por su más corpulento guardaespaldas, Yurov se perdió todo el espectáculo.
A los del FIL apenas les dio tiempo a hacerse una idea de la situación. Nada más poner un pie en tierra, había comenzado el zafarrancho, así que decidieron que estaban mejor donde estaban. Intentaron arrancar el coche, pero se encontraron con obstáculos insalvables y pronto el automóvil se había convertido en un cacharro inservible.
Desde la terraza de otro café situado enfrente del de la Ópera, Clarke y Harker tenían una posición más privilegiada para asistir al espectáculo. Justo cuando un camarero les hacía entrega de su comanda, se había el cataclismo. Había tiros por todas partes y explosiones que no se sabía a cuento de qué venían. Pronto también hubo encuentros a puñetazos y exclamaciones en todo tipo de idiomas.
Este fue el panorama que se encontró Winder cuando llegó al café. Instintivamente sacó el arma que había quitado a Davies, pero no sabía qué hacer con ella. En estos casos lo mejor es encontrar un buen parapeto y hacerse invisible. Un quiosco le sirvió a tal efecto.
Quien enseguida se hizo cargo de la situación fue Beliy. A través de una serie de órdenes concisas estableció la prioridad de acción. Sin discriminar ni caer en el sentimentalismo, ordenó a sus hombres que dispararan a todo lo que se moviera mientras se encargaban del rescate de Yurov. Todo estaba saliendo como había planeado.
No pasarían más de cinco minutos, pero todos estaban tan aturdidos que podrían haber jurado que habían pasado horas. Cuando todo el estrépito se detuvo, nadie sabía qué había pasado.


62


Helen había sido arrastrada por no sabía quién hasta un lugar seguro. Tras zafarse de las manos que la sujetaban, empezó a situarse.
-¿Alguien me puede decir qué demonios...?
Pero no pudo terminar la frase. En medio de un callejón solitario, tres hombres jugaban el juego más peligroso.
-¿Harker?
Harker apuntaba a Yurov.
-¿Beliy?
-Beliy apuntaba a Harker.
-¿Yurov?
Yurov también apuntaba a Harker.
-Malditos ingleses -dijo Beliy-. Helen, dime que tú no sabías nada de esto.
-Ni lo sabía ni lo sé. Por favor, que alguien me explique que está pasando.
-Secundo la proposición.
La voz había surgido fuerte y clara de una esquina. Solo Helen miró hacia allí.
-¿Winder? ¿Qué estas haciendo aquí?
-Solo dime a quién debo apuntar. Mi primera opción es Harker.
-¡No! Harker es de los nuestros. Creo...
-Sí, soy de los vuestros. ¿Qué tal, Tom? -dijo Harker sin dejar de apuntar a Yurov.
-Pues ahora mismo diría que en mí prevalece la sensación de desconcierto. No entiendo nada de esto.
-Con mucho gusto te lo explicaría, pero me pillas en un pequeño apuro. Haz el favor de apuntar a Beliy, que es ese señor al que no está apuntando nadie.
Tom miró a Helen, quien con una mirada dubitativa acabó por asentir.
-Bueno, muchachos, veo que seguís siendo los mismos cobardes y traidores de siempre -dijo Beliy-. Yurov, ¿que dices?
-Recuerdo que mi padre solía contarme la historia de un viejo campesino al que había conocido su padre. Toda su vida había trabajado con honestidad y sacrificio para sacar adelante a su familia. No se metía con nadie y solo se dedicaba de sol a sol a cultivar su campo. Un día llegaron unos hombres de la ciudad y le dijeron que su vida iba a cambiar de la noche a la mañana. Su tierra ya no era suya, era de todos. Pero a cambio, lo de todos también era suyo. Había llegado el momento del Paraíso en la tierra. El buen hombre no se fiaba de lo que le decían, pero había aprendido a no llevar la contraria. Así que puso sus tierras a disposición de la comunidad y siguió trabajando como siempre. Al año siguiente la tierra había pasado efectivamente a la colectividad y todo era realmente de todos. El pueblo entero había muerto de hambre.
-Conmovedor -dijo Harker.
Y disparó.
FIN

viernes, 7 de febrero de 2014

Lo que cuenta es la ilusión, de Ignacio Vidal-Folch


Aunque suponemos que a Ignacio Vidal-Folch no le haría mucha gracia la comparación, varías veces, mientras leíamos Lo que cuenta es la ilusión, se nos vino a la mente la imagen de Jep Gambardella, el protagonista de La gran belleza. En los paseos desencantados de IV-F por Barcelona percibimos el mismo aroma de fin de época, de eclipse. Una desconfianza marcada por el sinsentido casi existencial y aligerada por el sentido del humor y la falta de pretensiones.

En Lo que cuenta es la ilusión acompañamos a IV-F durante tres años alrededor del mundo a través de entradas escogidas de su diarios. Pese a que se trata de un novelista (y muy raro en el panorama español, casi parece un personaje centroeuropeo), en este libro íntimo aparece más como un poeta. Y no solo por sus numerosas evocaciones líricas, sino por su visión de la vida, apesadumbrada pero colorida. Y es que poeta es el que no paga el alquiler.




Las diversas referencias a la “crisis” son las únicas pistas que tenemos sobre el momento en el que el libro fue escrito. No hay dataciones ni apenas se recogen referencias temporales. Como además la narración va a saltos y también geográficamente tan pronto nos encontramos en Cabo Verde como en una visita al Mar de Aral, la narración tiene algo de ensueño, como de caminar sobre las aguas.

No sé, es algo extraño. El lector se divierte con el humor zumbón del autor, para al momento sumirse en la reflexión más despiadada. Porque IV-F se muestra intransigente con todo lo que no le gusta (que es mucho), pero en el fondo vemos en él algo de vivificante, quizá debido a que su crítica comienza consigo mismo, y eso, además de justificarle también le da cancha para comprender.


Editorial Destino


jueves, 6 de febrero de 2014

Sociofobia, de César Rendueles


Sociofobia comienza con una imagen apocalíptica que ya se ha convertido en cliché desde que Cormac McCarthy la utilizara en La carretera. Pero César Rendueles decide no transitar estos caminos polvorientos, sino tomar una vía práctica. Pese a que el anunciado final del capitalismo como consecuencia de la crisis ha sido sustituido por la impresión de que todo sigue igual, para Rendueles algo tiene que cambiar. Pero internet no será el salvador, sino más bien el adormecedor.

Hay libros que nos reafirman en nuestras posiciones, otros que rechazamos con indignación, y la especie más valiosa, aquellos que desafían nuestras ideas preconcebidas y nos hacen reflexionar sobre cuestiones que habíamos apartado por diversos motivos. Lo singular de Sociofobia es que cuando nos encontramos con algún pensamiento concordante con nuestras posiciones empezamos a verle brechas, de repente todo parece demasiado sencillo o inverosímil. Después de todo, no deja de ser sorprendente que la conclusión de una disección compleja y matizada de la sociedad actual acabe con un llamamiento al sentido común, la “phrónesis” aristotélica. Malos tiempos en los que hay que demostrar lo evidente.




El escepticismo de Rendules ante las redes sociales y la cooperación cibernética, que en realidad lleva a un “activismo de pijama” que acaba con los verdaderos lazos sociales de solidaridad y acción, nos recuerda a Black Mirror, la famosa serie de Charlie Brooker. Llevado al absurdo, el tecnofetichismo crea una nueva alienación en la que todos estamos felices y satisfechos de ser tan “concienciados” y modernos. El lenguaje de Rendueles, que no se avergüenza de recurrir al coloquialismo pero que tampoco se detiene ante las referencias más académicas, aporta nuevos conceptos para describir un momento histórico de cambio (como todos, se podría añadir).

A veces Rendueles se muestra categórico, y aunque sus posiciones políticas siempre van acompañadas del matiz del escepticismo, en otros ocasiones, como en su ataque despiadado a la línea de flotación de las Ciencias Sociales, deja aparte los argumentos, como si fuera una verdad evidente en sí misma. También nos ha llamado la atención no ya que no se reivindique el sindicalismo, sino que en todo el libro no aparezca ni una sola mención al movimiento unitario por excelencia.

Uno de los puntos más delicados en toda la teoría de Rendueles es el de la propia coherencia. No juzgamos al autor, sino al lector mismo. Quizá lo que le ha acercado al libro es su bonita portada. O que haya visto en twitter comentarios muy positivos. Y después de leerlo, se pasará por diversos foros a glosarlo. O lo reseñará en un blog. Pero tampoco esto es lo más importante, la clave es sí las vías abiertas por el libro llevaran a alguna parte. Incluso para los que no crean el el corporativismo, la cuestión de la propia responsabilidad queda como ineludible.

Editorial Capitán Swing