miércoles, 19 de febrero de 2014

El empleado, de L.P. Hartley


Seguramente la sociedad inglesa no sea más clasista que cualquier otra, pero su obsesión por el tema (que, mezclado con otra de las características más marcadas del “inglés”, el humor, ha convertido el asunto en motivo de innumerables bromas y parodias), y la persistencia de signos externos (desde el acento, que marca de manera inconfundible el origen, hasta la forma de vestir, nunca imitada con total éxito), convierten este aparente anacronismo en un argumento candente. Pero, en cualquier caso, aunque sería absurdo negar que El empleado se ocupa en parte de esta materia (ya desde el título queda claro), esta novela de L. P. Hartley es mucho más.

De hecho, la mente del lector, mientras transita por las páginas de El empleado, no puede dejar de funcionar a toda máquina sin quiere quedarse tirado a medio camino. Las lecturas no es que sean múltiples, es que parecen infinitas. La novela se puede interpretar como la historia sobre clasismo que hemos comentado, pero también como una muestra de laa diferentes sensibilidades según el sexo, como una parábola sobre el poder del arte para despertar del letargo, como una historia de amor, como un relato de formación...




Pero lo mejor de todo es que Hartley nunca cae en la obra de tesis: todo esto que decíamos atañe a la labor complementaria del lector: como en el mejor Henry James (y aseguramos que El empleado está a la altura del mejor Henry James), el texto solo es una pequeña parte de la historia. Pero lo mejor, decíamos, es que el libro también es un magistral volumen sobre el arte de narrar. Y no usamos “magistral” con el sentido devaluado con el que ya se llama “genial” a cualquier ocurrencia, sino que El empleado sirve tanto para pasar un estupendo rato de ocio como para aprender de qué manera se debe escribir una novela.

Desde la descripción de los personajes, cuya esencia se capta en unos pocos apuntes, hasta su desarrollo, nunca previsible y sin embargo coherente, pasando por la estudiadísima pero invisible construcción de la estructura, Hartley no deja de sorprender y de causar admiración. Incluso sus trucos, que también los tiene, se insertan en la historia de una manera natural: ha conseguido embaucar al lector de tal modo que le deja indefenso ante el poder de la narración.

Editorial Pre-Textos
Traducción de Mariano Peyrou

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