martes, 25 de marzo de 2014

Una educación libertina, de Jean-Baptiste Del Amo


Muchos aficionados románticos a los libros (como objeto) proclaman que uno de sus encantos es su olor, ese aroma característico y variado que va desde el evocador perfume de los libros viejos al vigorizante estímulo que producen los volúmenes recién salidos de la imprenta. Lo cierto es que Una educación libertina también tiene un olor propio, pero no es tan sublime. Es el olor de la pestilencia, de la podredumbre, de la decadencia. De hecho, la palabra más utilizada por Jean-Baptiste Del Amo es “puant”, apestoso. Por algo será.

Porque da igual que el libro esté ambientado en el París en apariencia luminoso del siglo XVIII. Todo lo que describe Del Amo, desde la llegada de Gaspard, el protagonista, a ese submundo apretado, sudoroso y demacrado de los bajos fondos, hasta su ascenso a los más encopetados ambientes de la nobleza, esta teñido por la hipocresía, la traición y la degeneración. Sí, Una educación libertina es un libro moralista, y Del Amo no lo oculta. Pero tampoco se deja llevar por el sermón o la superioridad: solo a base de descripciones, de observación de comportamientos, el autor transmite al lector su visión de este mundo a punto de desaparecer.




A pesar de que la acción de la novela transcurra a mediados del siglo XVIII, más que el marqués de Sade, obvia referencia, los libros licenciosos de la época o la labor de los enciclopedistas, los trazos más perceptibles en la narración de Del Amo son los grandes autores franceses del XIX. Imposible no acordarse del Julien Sorel de Rojo y Negro al seguir las peripecias del provinciano Gaspard en su arribista trayectoria en la capital; también parece clara la huella de Zola en esa descripción del París más enfangado y convertido casi en un animal desfalleciente; o invocar a Balzac y esos personajes que se presentan llenos de ambiciones para acabar derrotados por la desilusión.

La escritura de del Amo es enfebrecida, está contagiada por la peste que describe y contagia al lector del mismo sentimiento de desagrado. Pero, al mismo tiempo, esta morbosidad hace imposible abandonar la lectura. Sin ninguna simpatía por sus personajes, con una repulsión física, casi podríamos acusar de perversión al mismo del Amo por su talento a la hora de seducir al lector y sumergirlo en la bajeza, sin redención.

Editorial Folio
Edición en castellano en Cabaret Voltaire

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