jueves, 8 de mayo de 2014

El triunfo romano, de Mary Beard


Al elegir como objeto de análisis el triunfo, ese desfile conmemorativo que celebraba las victorias romanas, podría parecer que Mary Beard aprovecharía un tema tan amplio (con su extensísima permanencia de mil años, se dice pronto, y su capacidad para reflejar diferentes aspectos de la vida social, cultural, política y militar de Roma) para dibujar un completo panorama de la historia de Roma. Pero resulta que su ambición es todavía más extraordinaria: su propósito es derribar mitos de la historiografía.

Si por una parte Beard tiene muy presente el concepto de “invención de la tradición” de Hobsbawm y Ranger, lo que le hace poner en duda cualquier justificación pretérita de los ritos, tampoco tiene mucha más fe en las interpretaciones posteriores hechas por eruditos e historiadores. Cada fuente es sometida a prueba, no se da por buena ninguna afirmación sin antes comprobar su verosimilitud y la fortaleza de sus bases. Las ideas recibidas y repetidas como verdades absolutas le merecen a Beard la misma credibilidad que las puras invenciones literarias.




El triunfo romano se convierte pues en un estudio epistemológico. Cierto que tras la lectura del libro tendremos un conocimiento exhaustivo de la historia del triunfo, conoceremos sus representaciones y sus diversas y muy divergentes interpretaciones, pero ¿en qué consistía realmente? Aquí nos encontramos con un punto fundamental en el método de Beard: quizá lo que haya que cambiar son las preguntas (pues es imposible alcanzar certeza alguna). No se trataría tanto del por qué, sino del cómo.

En unas sorprendentes declaraciones, el sabio Mario Bunge decía que él considera una ciencia más sólida la Historia que la Cosmología. Tras el choque inicial, queda manifiesta la verdad de la opinión de Bunge. Pero después de tantos historiadores fantasiosos más cercanos a la ficción que al rigor científico, ya sea por inclinaciones políticas, pretensiones de celebridad o simple incapacidad, a veces se nos puede olvidar lo que la Historia tiene de fundamental. Por eso necesitamos más historiadores como Beard, dispuestos a cuestionar todo, a investigar más profundamente, a plantear nuevas ideas, a seguir buscando.

Editorial Crítica
Traducción de Tomás Fernández Aúz y Beatriz Eguibar


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