lunes, 5 de mayo de 2014

La torre del homenaje, de Jennifer Egan


En una memorable escena de La torre del homenaje un personaje agrede al narrador, que no quiere contarle cómo avanza la historia: el lector se siente plenamente identificado. El ansia por saber más, por conocer el desenlace del relato, se mezcla con la necesidad de una lectura pausada, atenta a cada detalle, temerosa de perderse una pista clave. Mientras los ojos se detienen en cada párrafo con delectación, los dedos plantan batalla y luchan por pasar página lo antes posible. Imposible saltarse una sola página, pero todavía más difícil no intentar meter prisa a los ojos para poder continuar el camino.

Un análisis desapasionado sería insuficiente. Después de todo, y si se piensa fríamente, la historia que nos cuenta por Jennifer Egan no tiene nada de extraordinario: un viajero, un castillo, un incidente turbador en el pasado. Todo ello mezclado con la historia del propio narrador, situado en una posición muy diferente. Y sin embargo, Egan se las apaña para que el lector no tenga ni un momento de respiro. Incluso llegado el final, ese que, como en las mejores novelas, en realidad tampoco quiere cruzar, tendrá que dar algunos pasos atrás. Sí, la clave estaba allí y no había pasado desapercibida.




El secreto puede estar en algo tan fácil de mencionar como difícil de llevar a la práctica: la creación de ambientes, la construcción de personajes, el desvelamiento pautado del misterio. Ese castillo en algún lugar de Europa puede parecer un cliché, y sin embargo pronto se convertirá en un lugar inquietantemente real, un lugar que conocemos perfectamente, que incluso sabemos cómo huele. Ese sueño convertido en pesadilla que dice el tópico, pero que nos causa un verdadero desasosiego.

En un plano del relato nos ponemos en la piel de Danny, perdido en todos los sentidos, tan pronto héroe como villano, mientras que simultáneamente el punto de vista es el de alguien en apariencia totalmente ajeno a la historia, su narrador, que poco a poco se hace tan interesante como su protagonista. En cuanto al misterio, es mejor no decir nada, que el lector vaya descubriendo paso a paso y por sí mismo todo lo que se esconde detrás de este aparentemente convencional cuento para no dormir.

Novelas como La torre del homenaje son imprescindible para llevar una saludable vida lectora. Más allá de experimentaciones, de historias de las de toda la vida, de modas, de academicismos, un libro que se lee con el entusiasmo aventurero del lector adolescente, sin prejuicios, sin saber qué espera a la vuelta de la página. Con un sentido de la imaginación que nada tiene que ver con ese desfile de criaturas con el que se suele desvirtuar este término, con una capacidad para crear mundos que de tan novelescos nos llegan a lo más íntimo, Egan devuelve al lector más resabiado la ingenua plenitud del descubrimiento.


Editorial Minúscula
Traducción de Carles Andreu



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