lunes, 2 de junio de 2014

Canadá, de Richard Ford


Pese a su explícito título, en Canadá Richard Ford recoge muchos de los mitos que han formado si no el espíritu estadounidense (qué fastidioso es siempre referirse a este país sin nombre), al menos sí su literatura. Ya desde la primera línea de la novela sabremos que se producirá un atraco. Y en la segunda que habrá asesinatos. Además, la historia transcurre en Montana, ese espacio abierto del Oeste americano donde todavía todo parece posible. Y si el espacio es emblemático, el tiempo, el inicio de los años 60, no lo es menos. ¿Otra novela sobre el fin del sueño americano? Mucho más.

Porque Canadá sobrepasa los límites de la literatura localista. Es también una novela de formación, y sobre todo un intento de comprender la propia vida, de saber enlazar los momentos culminantes de la existencia a través de la narración, y de utilizar la pérdida como un medio hacia la aceptación. En el libro hay varios momentos de extrema trascendencia, pero lo realmente importante trancurre en los tiempos muertos. Los sucesos más llamativos se anticipan casi a la ligera, para que cuando todo explote el lector esté preparado: la acción se va larvando lentamente, la tragedia se presenta de manera ineluctible, pero el estilo siempre es contenido y la asimilación tiene mucho más que el hecho en sí.




El libro está dividido en tres partes muy diferentes que sin embargo están imbricadas de manera indeleble. Si al principio asistimos al derrumbe de una familia y en la segunda al paso precipitado a la independencia a través de la tragedia, será en la breve última parte cuando todo cobre sentido. Y esta frase hecha tiene en este libro su máxima significación. No nos referimos a que se explique lo que hemos leído antes, sino a que la existencia de su protagonista, marcada por dos episodios extremadamente perturbadores, es ahora, ya en la parte final de su vida, cuando puede verse con la perspectiva necesaria y la sabiduría acumulada para poder entenderse.

Un recurso característico en Ford es iniciar un diálogo con una pregunta, por ejemplo, y que la respuesta no llegué hasta tres extensos párrafos después. Es una muestra de su minuciosidad, de cómo exprime hasta la médula cualquier matiz de observación o reflexión. Su escritura es de una densidad al alcance de muy pocos escritores, siempre ambiciosa en los temas, pero a la vez atenta a los detalles. El lector no puede saltarse ni una frase, ni tan siquiera relajar la atención: una idea clave, un pensamiento revelador, una frase redonda puede estar a la vuelta de la coma. Como el protagonista de Canadá, Ford ha alcanzado la sabiduría y es lo suficientemente generoso como para compartirla sin cicatería.

Editorial Anagrama
Traducción de Jesús Zulaika

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