lunes, 16 de junio de 2014

El eco de la memoria, de Richard Powers


La cuestión del “yo” ha ocupado a los más grandes científicos de la actualidad, enredados en un tema tan apasionante como abierto a la discusión. La propia identidad, las características que conforman la mente, son cuestiones que todo el mundo se ha planteado, pero para la que pocas respuestas definitivas se han encontrado. Es un problema tan fascinante como complejo, tan turbador como propicio para plantear dudas existenciales en su más estricto sentido. Un tema así, pues, exigía una novela a la altura, y con El eco de la memoria RichardPowers demuestra que cuando la gran literatura despliega todas sus capacidades puede situarse a la altura de los textos científicos tanto en en rigor como en capacidad de hacer reflexionar.

Powers parece sabotearse a sí mismo llenando su historia de minas antipersona. El inicio (toda la primera parte, en realidad) es tan áspero que no se nos hace difícil imaginar que si el manuscrito hubiera llegado de manera anónima a multitud de editoriales, habría sido rechazado de manera fulminante. Pero si la lectura se sobrepone a este inicio tan poco complaciente, el lector se verá recompensado de manera inmediata: desde el inicio de la segunda parte ya no habrá descenso ni reposo, todo se vuelve fluido e intrigante.

También el rigor del que hablábamos puede volverse en su contra. Sería muy fácil que un autor absorto en la bibliografía científica sobre la mente quisiera demostrar todo lo que ha aprendido y castigara al lector con un resumen de los últimos estudios en la materia. Pero Powers sabe dosificar de manera natural la información sobre el tema. Se nota que no solo se ha documentado en profundidad, sino que ha asimilado todo lo aprendido de tal manera que cuando lo utiliza todo parece justificado, con un sentido narrativo.




El tercer gran escollo, del que Powers es plenamente consciente, es caer en la novela filosófica. Esa que apenas necesita una excusa para revelar un pensamiento profundo (o que al autor le parece como tal). Pero Powers también evita esta trampa creando personajes de carne y hueso, personas que le preocupan de verdad (y con él, al lector). No puede ejercer como el entomólogo distante sin piedad por sus criaturas, sino que muestra una delicadeza genuina y una compasión que sin embargo tampoco desdibuja una visión general muy clara.

Uno de estos personajes es un trasunto apenas disimulado de Oliver Sacks (incluso se parece físicamente), lo que aún dota de mayor extrañeza a todo el conjunto y multiplica las implicaciones literarias. Parece como si Powers se tomara una pequeña venganza sobre Sacks, quien utilizaría a sus sujetos reales como casos prácticos, para hacer lo mismo con él. Pero el neurólogo Weber es mucho más que eso. Porque ahí mismo está la grandeza de este libro: todo es mucho más de lo que parece, todos somos muchos más. Y no sabemos quién nos puede ayudar a encontrarnos.

Editorial Mondadori
Traducción de Jordi Fibla

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