martes, 24 de junio de 2014

La casa en París, de Elizabeth Bowen


En términos puramente estilísticos, se puede considerar La casa en París como una obra maestra de orfebrería. Cada detalle está cuidado hasta la exquisitez, cada situación está pulida hasta dejarla resplandeciente; parecería que cada palabra está tallada a conciencia. Pero conformarse con este prodigio de escritura sería perderse lo mejor, quedarse deslumbrado por el brillo del talento literario sin saber descifrar lo verdaderamente importante de la novela de Elizabeth Bowen.

Por ejemplo, el personaje de Henrietta, uno de los niños protagonistas, puede parecer un simple recurso estructural, un carácter que sirve para dar colorido y consistencia a algunas partes de la historia que sin ella quedarían sosas. Pero en absoluto se trata de un comodín, sino que tiene entidad propia, un fondo denso y además aporta un punto de vista que enriquece la comprensión de lo que está pasando. Cada personaje aportará su propia experiencia, su sensibilidad, también sus limitaciones. Así, poco a poco, el lector irá descubriendo con amplitud de miradas lo que hay detrás del telón.



Porque la trama puede parecer muy simple en apariencia (una historia de amor trágica, un hijo abandonado, un reencuentro dilatado), pero tiene ramificaciones impredecibles, incluido un giro totalmente inesperado, que choca todavía más debido al tono contenido de toda la narración. Aunque lo cierto es que las mejores escenas de la novela son las más reposadas, casi introspectivas, como aquellas en las que los enamorados, que no llegan a comprender su pasión y se interrogan por su plausibilidad, expresan un desconcierto tierno y a la vez aterrorizado.

Es fácil asociar la técnica de Bowen a la de los grandes maestros modernistas: el dominio del punto de vista de Henry James; la desesperanza y fatalidad de Virginia Woolf; el romanticismo desencantado de Ford Madox Ford. Pero la vinculación más clara se produce con Katherine Mansfield. Su delicadeza, su dominio de la insinuación, esa habilidad para sugerir un trasfondo turbio tras la apariencia de normalidad y buenos modales. Parecía imposible trasladar la finura de Mansfield a una novela, pero La casa en París demuestra que Bowen estaba a la altura del reto.

Editorial Pre-Textos
Traducción de Silvia Barbero

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