miércoles, 30 de julio de 2014

Angel, de Elizabeth Taylor


A menudo se presenta la lectura como un espació de evasión, un refugio en el que esconderse de la cruda realidad y vivir vidas imposibles. Pero no es tan habitual retratar de la misma manera la escritura. No es extraño, pues a los propios interesados les conviene describirse a sí mismos como seres atormentados dedicados en cuerpo y alma a un trabajo hercúleo. Gratificante, es cierto, pero repleto de privaciones y escaso reconocimiento. En Angel Elizabeth Taylor dibuja a una autora que utiliza la escritura para crear su propio mundo. Y no simplemente un mundo imaginario, sino que a través de lo que gana con su obra puede realizar todos sus sueños. Eso sí, las cosas nunca son tan bonitas como se pintan.

Lo cierto es que pocas veces una novelista habrá creado un protagonista tan repelente como Angel, y que esta sea escritora no puede ser casualidad. Angel es un ser fatuo, caprichoso, narcisista hasta lo patológico y, lo que es peor, sin el menor sentido del humor. Solo en un par de ocasiones, cuando Angel baja las defensas y se olvida de representar su papel, encontraremos algo de humanidad en ella. Pero, como le pasa a los personajes que la rodean, tendremos que poner mucho de nuestra parte para llegar a sentir simpatía por ella, o al menos compasión.




Esta Angel Deverell esta inspirada claramente en Ouida y Marie Corelli, autoras de gran éxito a finales del siglo XIX y principios del XX y hoy casi totalmente olvidadas. Se trata de autoras de un romanticismo que hacía las delicias de los lectores menos formados y a la vez suponían una inagotable fuente de irrisión para los más cultos. Estamos pues ante un sujeto irresistible del que burlarse, pero Taylor sabe combinar un humor implacable con una gran capacidad de percepción y delicadeza. Angel es un ser patético y odioso, pero también llegaremos a saber el motivo de su comportamiento, lo que la hace humana.

Taylor decidió no cebarse en el estilo de Angel, que sin duda daría para una buena ración de sarcasmos y que aún hoy en día sigue vigente en numerosos libros (grandilocuencia, estilo engolado, tramas inverosímiles...). Para ella lo más importante era retratar este mundo de fábula imaginado por Angel y que una vez llevado a la realidad se desmorona sin dejar testigos. La realidad sería el reverso de ese universo romántico y feliz en el que cada capricho es colmado. Pero todavía queda la imaginación, la capacidad de superar los obstáculos por el simple método de obviar todo lo que nos molesta. Otra historia de la literatura.

Editorial Anagrama
Traducción de Jesús Zulaika


lunes, 28 de julio de 2014

Los últimos testigos, de Cynthia Ozick


Una de las primeras lecciones que debe aprender todo escritor es no escribir demasiado. No contarlo todo, sino dejar espacio para la sugerencia, los campos abiertos, la participación del lector. Saber decir sin decir, confiar en que todo se entenderá sin necesidad de ser explicado. Y para aprender esto, uno de los grandes maestros es Henry James, referente confesado por Cynthia Ozick. Por eso sorprende que en Los últimos testigos Ozick opte por detenerse en cada detalle, en no dar nada por sobreentendido. Si algo ha quedado en el aire, volverá a ello más adelante. Incluso pasa del punto de vista en primera persona a la narración omnisciente cuando algún fleco ha quedado colgando.

Pero Ozick no es una aprendiz, al contrario, es una de las autoras americanas mejor valoradas de la actualidad. Su elección estilística está perfectamente estudiada y justificada. A muchos lectores Los últimos testigos les puede parecer un libro moroso, estancado y reiterativo, pero Ozick se apoya en la literatura de otros tiempos. Como si no hubiera existido Hemmingway. Es más, como si no se hubiera inventado el cine. Ozick prefiere la delectación, la prosa pausada y exquisita, pasearse por cada situación, regresar una y otra vez a los mismos motivos.




La historia que cuenta en Los últimos testigos tiene una profundidad moral que la sitúa al borde del ensayo filosófico, pero a la vez los personajes están tan bien perfilados que la autora evita convertir el libro en una de esas fábulas simbolistas que tan mal envejecen. En todo momento pervive el ímpetu humanista, la preocupación por unos seres de carne y hueso que nos son presentados en una situación extrema, al borde de la desesperación, acosados por dilemas que tienen que ver con la supervivencia, la adaptación, la eterna pregunta de hasta qué punto podríamos ceder antes de convertirnos en lo que más odiamos.

Todo esto hace que, más que a James o Chéjov, al que también se suele relacionar con Ozick, a nosotros nos recuerde a ese otro gigante de las letras que es Isaac Bashevis Singer. Y ni tan siquiera porque el elemento judío este presente en ambos. Pero ese estilo como de otro tiempo, esa fascinación por personajes atormentados y la habilidad puramente literaria de Ozick la emparenta con Singer de manera evidente. Como en su caso, al leer sus libros nos introducimos en un mundo extraño y al mismo tiempo reconocible, viajamos a ese pasado que siempre ha existido y del que nosotros somos herederos.

Editorial Lumen
Traducción de Isabel Núñez

viernes, 25 de julio de 2014

La juguetería mágica, de Angela Carter


En los últimos años (quizá desde Shrek) se ha puesto de moda renovar los clásicos cuentos de hadas, por lo común añadiendo toques de humor y acción. Estas propuestas se presentan como rompedoras y buscan agradar al público moderno con distanciamiento y cierta condescendencia. Pero lo cierto es que pocas de estas revisiones se atreven a llegar a ese lado oscuro que abunda en los relatos clásicos, ese horror profundo y a menudo elusivo que convierte estas historias en apariencia infantiles en perturbadoras lecciones vitales.

Es curioso que al leer La juguetería mágica pensáramos que uno de los pocos directores que se han atrevido a dar este paso haya sido Neil Jordan. Y decimos que es curioso porque En compañía de lobos, esa estilizada, macabra e hipnótica versión de Caperucita Roja, fue escrita por Angela Carter. Sin duda, se trata de un mundo muy personal, un mundo totalmente reconocible, realista, sin artificios, pero en el que lo siniestro acecha y el hombre puede transformarse en monstruo sin necesidad de metamorfosis alguna.




De hecho, pese a su título, en La juguetería mágica no hay nada de magia, al menos de una magia perceptible. La narración es casi constumbrista, sin alejarse de los esquemas más tradicionales: unos huérfanos deben rehacer su vida acogidos por una familia excéntrica en la que todo es tan fascinante como aterrador. Poco a poco, en detalles casi imperceptibles pero que se cuelan en la mente del lector, la situación se va haciendo cada vez más incómoda, más rara. No hay juguetes que cobren vida ni fantasmas que aparezcan cuando todo está oscuro: es mucho más terrible, porque el terror es latente y real.

En este caso Carter toma como referente a Barba Azul, y a través de este personaje crea la figura del temible tío Philip, casi siempre fuera de escena, pero cuya sombra causa un pánico genuino. Con leves y esquivas referencias, con percepciones más sugeridas que explicitadas, Carter va construyendo una historia que, como muchos cuentos clásicos, puede interpretarse como una iniciación a la vida adulta, con todos los miedos que esto conlleva. Pero en este caso la salvación no llegará de mano del príncipe valiente, sino que solo podrá producirse a través del fuego purificador.

Editorial Minotauro
Traducción de Carlos Peralta

jueves, 24 de julio de 2014

Un hombre al margen, de Alexandre Postel



Pese a no ser uno de sus títulos más conocidos, Falso culpable es una de las mejores películas de Hitchcock. Pocas veces se ha visto tan bien retratada en una pantalla la angustia del inocente acusado de un delito, las implicaciones sociales y familiares que puede tener sobre cualquier persona el verse sometido a la injusticia en su más palmaria manifestación. En estos casos no hay final feliz posible, pues ni tan siquiera la exculpación podrá reparar el daño causado. Dos expresiones comunes pueden resumir esta sensación: “le puede pasar a cualquiera” y “le han destrozado la vida”.

En Un hombre al margen Alexandre Postel retrata a la víctima perfecta. Damien North es un personaje asocial, retraído, uno de esos profesores de provincias que normalmente pasan desapercibidos, y que si son notados es para calificarlos de excéntricos (y es sabido que solo hace falta un leve cambio en la percepción para que se pase de excéntrico a loco y de loco a elemento peligroso). Además, North pertenece a una respetada familia, lo que le sitúa en el centro de la diana para quienes buscan un objetivo ejemplarizante: la casta debe ser castigada.



Lo mejor de Un hombre al margen es la descripción minuciosa y desapasionada de Postel de todo el proceso de hundimiento; cómo un día cualquiera puede convertirse en la más terrible de las fechas, esa que ni tan siquiera puede ser nombrarda. El derrumbe es paulatino, casi natural, pero cada paso supone un paso más en el descenso hacia la desesperación. No tener nadie en quien apoyarse, sentir que nadie te cree, verse indefenso e impotente sin encontrar un atisbo de esperanza al que agarrarse: la desolación más absoluta.

Pero Postel no se limita a describir esta caída. En la novela, en la que por otra parte no hay ambigüedades ni trampas, mantiene en todo momento cierta abstracción, no sabemos el lugar ni la época precisos en que se desarrolla la acción, lo que por momentos produce cierta sensación de análisis entomológico más que social. Tampoco es casualidad que North sea profesor de filosofía, lo que da cancha a algunos apuntes sobre perturbadoras implicaciones morales. La biografía familiar del protagonista también abre posibilidades de interpretaciones históricas y reflexiones sobre la verdad y la hipocresía.

Editorial Nórdica
Traducción de María Teresa Gallego Urrutia

miércoles, 23 de julio de 2014

Cómo funciona la música, de David Byrne


Hay que tener cuidado a la hora de leer un libro escrito por una estrella del rock: su aura puede ser tan deslumbrante que el juicio se nuble. (Aunque algunos astros se empeñan en hacerse lo más antipáticos posible). La mitomanía del lector puede llevar a sobrevalorar la obra o a pasar por alto deficiencias que en un autor “normal” no se tolerarían. Pero, aún teniendo en cuenta estas precauciones, Cómo funciona la música nos sigue pareciendo un libro extraordinario y David Byrne se engrandece todavía más a nuestros ojos.

Byrne nos parece un gran tipo. En realidad, todo lo contrario a lo que se puede entender por “estrella del rock”. Es humilde, siempre abierto a nuevas propuestas, con una curiosidad innata por todo lo relacionado con la música. Es sabido su interés por las creaciones africanas o asiáticas, por todo lo que se salga de lo convencional, pero en absoluto es un esnob, uno de esos gourmets de la música que solo consideran digno de su atención lo más exótico y desconocido por las masas. Byrne no tiene reparos en admitir su predilección por cierto tipo de música comercial y reivindica el pop como el gran arte de nuestro tiempo, sin ningún tipo de complejos respecto a la música clásica.




Esta amplitud de miras se refleja en Cómo funciona la música. Su análisis abarca tantos campos que solo una persona como Byrne, que conoce el mundillo desde dentro y ha investigado las múltiples variantes de este arte puede sintetizar en un libro tanto conocimiento, y además sin ponerse abrumador ni didáctico. Byrne se apasiona por conocer los secretos de la música, por encontrar sus orígenes y aplicaciones prácticas; no se amedranta a la hora de detallar las entrañas del negocio musical ni sus implicaciones filosóficas. Para él la música está en el centro de la existencia, y tiene buenas pruebas para respaldar esta teoría.

Cómo funciona la música se divide en apartados semi-independientes en los que nos podemos encontrar de todo, desde un elíptico repaso por la propia carrera de Byrne hasta apuntes sobre las implicaciones científicas y sociales de la música. Byrne no evita polémicas, pero su punto de vista personal (hacia el que siempre admite discrepancias) se sostiene en las mejores referencias, de Sacks a Pinker, pasando por Ball o Ross. Y lo más importante, Cómo funciona la música es un libro que cumple las expectativas: al llegar al final comprendemos un poco mejor de qué va todo esto. Y queremos saber más.

Editorial Reservoir Books
Traducción de Marc Viaplana

lunes, 21 de julio de 2014

Lo que hay que tener, de Tom Wolfe


En la cinematografía norteamericana actual abundan las películas que siguen el clásico esquema del western, en sus múltiples variantes: el forastero que llega a un lugar donde es recibido con hostilidad y poco a poco se va ganando el aprecio de los lugareños; el asedio implacable del fuerte por grupos violentos; los duelos al sol entre enemigos irreconciliables. Estas transposiciones se han llevado al pasado y al futuro, a ciudades modernas y a mundos inexplorados. Pero ya nunca al Oeste: el género ha mantenido sus moldes, pero ha perdido sus señas de identidad más evidentes. Y es que parece que ya nadie se atreve a llamar las cosas por su nombre.

La épica también es un género que ha perdido su posición en la literatura y en el cine. Ya sea por cinismo, por falta de agallas o por déficit de talento, una de las grandes creaciones de la cultura prácticamente se ha evaporado de la faz de las letras. Y de la vida real, se diría. Por eso la gesta de los astronautas permanece viva en la imaginación popular como la última gran epopeya humana. Los astronautas son idealizados, ejemplos de lo mejor del ser humano, capaces de realizar hazañas que desafían la imaginación.

En Lo que hay que tener Tom Wolfe se planteo el reto de recuperar la épica y a la vez modernizar el género. Los astronautas que presenta son retratados como personas extraordinarias en sus capacidades, pero también muy normales, con sus debilidades y carencias. Son gente que posee “lo que hay que tener”, que es algo más que valor (pues valor lo puede tener hasta un imbécil). Lo que hay que tener es saber comportarse en los momentos de mayor peligro, mantener el control en situaciones desesperadas, no perder los nervios ni pifiarla. Ser un hombre, se diría en otros tiempos.




Pero, como decíamos, los astronautas no eran los seres inmaculados que presentó la prensa. Por ejemplo, Wolfe parece tener poca simpatía por John Glenn, el americano perfecto, devoto de la iglesia, ejemplar padre de familia y patriota sentido. Pero también ambicioso, narcisista y un pelín aprovechado. Porque según cuenta Wolfe, los seleccionados para las primeras misiones espaciales norteamericanas, los elegidos para la gloria, no eran los mejores en su campo. Tenían indudables cualidades, sin duda, y lo que hay que tener, pero también tuvieron a su favor ese factor determinante que es la suerte.

La lectura de Lo que hay que tener pone al lector en la piel de estos exploradores. Wolfe tiene el talento para la narración emocionante, directa y sin artificios. Va al grano sin olvidarse de los detalles más relevantes. Pero esta capacidad para contar historias se ve enriquecida por su labor de documentación y de reporterismo puro. Es patente que ha tenido acceso a relatos de primera mano de todos los sucesos que narra, y tiene una inigualable capacidad para transformar estas historias personales en vividas secuencias que ponen la piel de gallina.

En el contexto de la Guerra Fría las batallas eran más simbólicas que reales. La lucha por la conquista del espacio enardecía corazones y hacía brotar lágrimas. Aquellos muchachos de apariencia limpia eran el escudo y la avanzadilla del país. Pero esta situación de excepcionalidad no podía durar. En el libro no podían falta la crítica a los medios de comunicación sensacionalistas, a los políticos oportunistas, a una sociedad en su conjunto que vio a los primeros astronautas como héroes con resonancias bíblicas para olvidarse de ellos cuando ya no eran necesarios.

Editorial Anagrama
Traducción de J. M. Álvarez Flórez y Ángela Pérez


viernes, 18 de julio de 2014

Crónica literaria, de Edmundo Wilson


Desde el inicio de Crónica literaria se percibe que Edmund Wilson va a arremeter con toda su artillería: ni tan siquiera F. Scott Fitzgerald, estrella rutilante del momento y con el que Wilson mantenía una relación personal desde sus tiempos universitarios, se libra de un desmontaje despiadado por parte de quien fue considerado como el más influyente crítico norteamericano de la época. Poco más tarde, Wilson completará su acoso y derribo con una parodia del estilo pretencioso y vacuo del autor y la rememoración de una fiesta en la que Fitzgerald muestra toda su superficialidad.

En el resto del libro, un repaso literario por los años 20, 30 y 40, Wilson prosigue con su tarea de demolición, de la que no quedarán a salvo ni Kafka, ni Oscar Wilde y ni tan siquiera Tolstoi. Si Wilson es capaz de encontrar defectos a Guerra y paz, es que ningún autor puede estar tranquilo. También es cierto que en cada caso encuentra algún aspecto a valorar. Por seguir con Fitzgerald, admite que cada nueva obra suya es muchísimo mejor que la anterior: sus aguijones deberían verse, pues, como estímulos para continuar la progresión.




Porque el estilo de Wilson no es como el de estos críticos que se regocijan en el ataque gratuito y buscan puntos débiles personales. Sus comentarios siempre son razonados (se compartan o no), sus apuntes son agudos y sus reflexiones merecen consideración. Y sus fobias no entienden de clasificaciones ni de cánones: puede desacreditar tanto la pedantería de Ezra Pound como la última moda editorial. Wilson tiene un punto de soberbia, pero por suerte también mantiene la modestia necesaria como para admitir la posibilidad de estar equivocado.

Aparte de disfrutar con esta mirada diferente y desafiante hacia autores que se suelen considerar como intocables, el lector de Crónica literaria también descubrirá que algunos tópicos del mundo de las letras tienen una larga tradición. Así, Wilson describe la novela romántica perfecta (y detestable) de tal manera que podría concordar punto por punto con cualquier guía actual. Wilson también siente un rechazo visceral hacia la novela policíaca, en la que no ve más que fórmula y manierismo. Eso sí, encuentra el motivo que explica la popularidad del género. Pero, para honrar su tradición, no lo desvelaremos.

Editorial Barral
Traducción de Manuel Reguera

jueves, 17 de julio de 2014

¡Harpo habla!, de Harpo Marx


En Guía ideológica para pervertidos el filósofo Slavoj Zizek realiza un personal análisis de la historia del cine en el que no deja de soltar hallazgos o paridas, según el punto de vista. Desde su perspectiva psicoanalística, Zizek considera a los hermanos Marx como la encarnación del Yo, el Ello y el Superego freudianos, adjudicando a Harpo el papel de Ello: un ser desinhibido, narcisista y sin cortapisas. Más allá de equiparaciones dudosas, está claro que Harpo encarnaba al más alocado de los muy alocados hermanos. Él era el disparate personificado, el niño salvaje del que se podía esperar cualquier transgresión.

Con esta imagen en mente, el verdadero Harpo Marx no puede dejar de sorprender. En su autobiografía ¡Harpo habla! se nos presenta como un niño retraído, malo en los estudios y solitario. Poco menos que un delincuente juvenil, entra en el mundo del espectáculo acompañando a sus hermanos siguiendo al perfecto plan organizado por su madre. Harpo relata el proceso de formación, desde sus actuaciones lamentables en lugares espantosos hasta la gloria y admiración universales, de manera siempre irónica, distanciada y con las gotas precisas de melancolía, pero sin caer nunca en la nostalgia de tiempos felices, pero también durísimos.




Harpo conoció a la flor y nata de la intelectualidad americana y parte de la europea. Formo parte de la tertulia del Algonquin y en diferentes y siempre cómicas circunstancias llegó a entablar amistad con G. Bernard Shaw o W. Somerset Maugham. Sin embargo, Harpo siempre se consideró a sí mismo como un analfabeto cuyo único valor entre gente de tanto rango era el de saber escuchar. En perpetua búsqueda de la broma, sin tomarse nada en serio, dispuesto a ir más lejos que cualquiera, Harpo se movía en los ambientes más selectos como lo había hecho en su humilde barrio de Nueva York: sin preocuparse de los prejuicios de los demás y pasándoselo en grande.

¡Harpo habla! no es un libro de memorias al uso, aunque mantiene un consistente orden cronológico. En realidad se trata más de una colección de anécdotas, siempre contadas por Harpo con inigualable gracia, mezcla de su inocencia y su capacidad para desmontar cualquier aspiración de respetabilidad. Es uno de esos personajes de los que se diría que le ha pasado de todo, desde ejercer de espía en la Unión Soviética a convertirse en estrella de Hollywood. Y a ninguna de estas circunstancias les de más importancia que, por ejemplo, a una partida de croquet o a su adorada harpa, su gran pasión. Para Harpo lo único importante era pasárselo bien, por cualquier medio que fuera necesario.

Editorial Montesinos
Traducción de Paloma Villegas


lunes, 14 de julio de 2014

Londres, una biografía, de Peter Ackroyd


A lo largo de las 1.000 páginas de Londres, una biografía asistimos a un desfile de violencia, destrucción y caos. No en vano la ciudad ha sido comparada hasta la saciedad con Babilonia, epítome de decadencia y horror. Y sin embargo, tras este exhaustivo repaso realizado por Peter Ackroyd por las mil caras de la degradación humana, el atractivo de la ciudad se mantiene incólume. Quizá será porque, en lo mejor y en lo peor, Londres encarna el espíritu humano.

Desde luego, Londres no es una ciudad bonita. Parece que cada siglo (curiosamente en cada década de los 60) sus habitantes se empeñen en hacer borrón y cuenta nueva, con lo que la ciudad se vuelve a reconstruir. Pero no pierde su esencia, su pasado sigue allí, imperceptible pero manifiesto. Desde los primeros asentamientos romanos hasta lo que se podría calificar como el dominio de los bárbaros hombres de negocios que señorean desde la City actual, cada rincón de Londres mantiene un espíritu ecoico tan identificable como renovador.

Ackroyd es un investigador infatigable, movido más por el entusiasmo y la curiosidad, en sus propias palabras, que por el academicismo. Las fuentes sobre Londres son inabarcables, pero Ackroyd parece conocerlo todo sobre la ciudad, desde los movimientos intrínsecos que han caracterizado la ciudad a lo largo del tiempo (muy perfilados según cada barrio), hasta los detalles en apariencia más nimios, pero que dan la verdadera sustancia de esta isla dentro de una isla, de este mundo particular que no tiene equivalente.




El libro está repleto de citas de autores de lo más variado que a lo largo del tiempo han sentido la necesidad de aportar su visión sobre esta capital de capitales. Impresiones que van desde el aroma de sus calles (más bien su pestilencia) hasta descripciones no muy halagüeñas de sus habitantes. Los gritos, las aglomeraciones, los monstruos (fantasmas y minotauros incluidos) son descritos por Ackroyd y sus invitados de una manera vívida, casi se puede sentir emanar de las páginas del libro el bullir de las calles.

Londres ha sufrido fuegos arrasadores, heladas que permitieron construir comercios en el mismo Támesis, explosiones de violencia descontrolada, bombardeos despiadados e incluso algún terremoto. El lector se espanta tanto como se sorprende por los padecimientos y la resistencia de esta ciudad que parece indestructible, pese a acoger todos los pecados imaginables. Una ciudad que se regenera como el Doctor Who y que parece no tener límites en su expansión. Una ciudad que es a la vez espejo y espanto del mundo.

Editorial Edhasa
Traducción de Carmen Font Paz

viernes, 11 de julio de 2014

El astrágalo, de Albertine Sarrazin


Al encontrarse con un libro como El astrágalo el lector puede preguntarse por los motivos de la reedición, 50 años después de su publicación, de una novela que pudo ser un hito en su época pero que hoy nadie parecía echar de menos. Pero enseguida se despejan las dudas: si Albertine Sarrazin pasa a menudo a relatar su historia en presente, de igual manera el lector tiene la sensación de que todo está pasando ahora mismo; la inmediatez, la viveza de la narración, se sobreponen el paso del tiempo para convertir la historia de esta marginada en perpetuo estado de fuga en algo de hoy mismo.

El estilo de Sarrazin es desmañado, con apariencia de improvisación, más oral que literario. Pero todo esto, que en otro contexto podría tenerse por perjudicial, en su caso otorga a El astrágalo de veracidad, de una pasión no disimulada. También es patente la sinceridad de la autora, que cuenta su vida sin ahorrarse momentos escabrosos y comportamientos de dudosa moralidad. Sarrazin se presenta tal como es, sin juzgar a los demás y sin importarle ser juzgada.



Aunque nos gustaría ser los primero en hablar de Sarrazin sin nombrar a Jean Genet, nos vamos a ser capaces de ello. Imposible no relacionar a ambos autores, con unos antecedentes tan parecidos (familias problemáticas, delincuencia juvenil, pasado en reclusión, ambientes criminales). También en ambos se produce una traslación literaria del estilo callejero en la que la jerga y el desenfado se plasman en un estilo que se percibe como auténtico.

50 años después sería fácil encontrar motivos premonitorios en la historia de El astrágalo. Al conocer el destino trágico de Sarrazin, que murió a los 29 años, podríamos interpretar sus ansias de vivir, su perpetuo estado de aceleración, como un presagio de su prematura muerte. Pero el libro debe leerse sencillamente como la confesión desnuda de una muchacha que ha sufrido demasiado y que mantiene su ilusión en un futuro más feliz, en una vida nueva que cree merecerse.

Editorial Seix Barral
Traducción de Javier Albiñana

miércoles, 9 de julio de 2014

Petirrojo, de Jo Nesbø


Entre los variados puntos fuertes de la novela negra nórdica se suele valorar su capacidad para retratar las sombras de una sociedad que desde el sur solemos ver como idílica. En el caso de Petirrojo esta denuncia se centra en un país con sus corrupciones, sus chapuzas y sus crímenes (es decir, más parecido al nuestro de lo que podríamos pensar), pero la novela de Jo Nesbø sobre todo puede leerse como una desmitificación de la Resistencia noruega.

Esta labor de reescritura histórica ya tiene una larga tradición en Francia, y hace unos años descubrimos gracias a El libro negro que la lucha antinazi de los holandeses también había pasado por su proceso de embellecimiento. Nesbø nos cuenta que de igual manera en Noruega hubo colaboracionistas, aprovechados y oportunistas. Y que el país no ha sabido tratar con este oscuro pasado, sino que ha preferido mirar hacia otro lado y pensar que todos fueron héroes (y los que no, pagaron su culpa). Pero para Nesbø el pasado siempre vuelve a reclamar sus deudas.




Este trasfondo histórico da una profundidad a la novela ausente en las propuestas más comunes y rendidas al más puro entretenimiento. Pero es que si consideráramos Petirrojo sencillamente como una novela de intriga, también pasaría la prueba con nota. Provoca esa ansiedad típica de las tramas que van de sobresalto en sobresalto, con una sabia administración del misterio y las revelaciones. De hecho, es uno de esos libros en los que el lector se vanagloria de haber descubierto las sutiles pruebas sembradas por el camino para reconocer al asesino... solo para darse cuenta de lo engañado que estaba.

El personaje de Harry Hole se pasea por el peligroso alambre del lugar común (en el que no falta la dipsomanía), pero Nesbø le dota de un verdadero carácter, de capas de contradicción y humanidad. Lo mismo pasa con el resto de personajes, perfectamente identificables dentro del arquetipo, pero a a su vez creíbles, de carne y hueso. Los diálogos son vivos, directos, siempre justificados en el marco de la acción. Así que el lector no tiene más remedio que seguir avanzando con tantas ganas de llegar al final como de que no se acabe el libro.

Editorial RBA
Traducción de Carmen Montes

martes, 8 de julio de 2014

La flor azul, de Penelope Fitzgerald


Si recientemente hablábamos del enigma que rodea a Mary Ann Clark Bremer, no menos misterioso es el destino editorial de Penelope Fitzgerald en España. Hasta 1998 ninguno de sus libros fue editado en nuestro país, y solo a partir de 2010 y gracias a Impedimenta pudimos empezar a descubrir sus mejores novelas. Y el caso es que no estamos hablando de una autora cualquiera, sino que Fitzgerald es considerada en el mundo anglosajón como una de las grandes escritoras de la segunda mitad del siglo XX, y con toda razón.

La flor azul es, llanamente, una obra maestra. Y lo decimos conscientes de lo subjetivo de esta apreciación y de lo devaluado del calificativo. Pero aquí no hay dudas ni medias tintas, se trata de un libro extraordinario, un prodigio del arte de narrar que deslumbra tanto en su magistral dominio técnico como en ese aspecto mucho más intangible que es el don de la literatura pura, eso que supera cualquier análisis textual pero que todo buen lector sabe reconocer a la primera.

Se podría decir que La flor azul es una novela histórica, y efectivamente lo es, pero no en el sentido acostumbrado de libros de mil páginas de detalladas descripciones más o menos precisas y variadas aventuras que sirven como pálida excusa para desplegar un repertorio de conocimientos históricos en los que la literatura brilla por su ausencia. Se nota que Fitzgerald conocía la época que retrata, la Alemania romántica de finales del siglo XVIII, pero en su narración no hay nada de erudición ni de intentar dejar claro que detrás hay un trabajo de documentación: todo es fluido, preciso, justificado.




De igual manera, también se podría considerar este libro como una biografía de Novalis, pero de nuevo sería una categorización demasiado estrecha. Como dice la cita, del propio Novalis, con la que se abre el libro “las novelas surgen de las carencias de la historia”. No se trata pues de un perfil al uso en el que se nos vayan contando los antecedentes de la familia von Hardenberg, o la episódica narración de las experiencias vitales de Novalis, sino que Fitzgerald dibuja un panorama más amplio y a la vez tan personal que esta figura literaria cobra carne; un paisaje difuminado y sin contornos definidos, pero que sin embargo nos acerca sin artificios ni distanciamiento a un mito que percibimos como real.

Esta naturalidad también está presente en el magistral juego cronológico con el que compone la novela. Pese a que el tiempo de la narración es complejo y ambivalente, el lector apenas es consciente de los saltos temporales, pues todo se desarrolla de una manera sutil y vívida, como si se tratara de un presente continuo. Cuando después de más de 100 páginas el relato vuelve a su punto inicial, no lo hace tocando tambores y alardeando de pericia, sino que se presenta como algo coherente y orgánico.

De la exaltación de los primeros capítulos a la melancolía del final, Fitzgerld demuestra que domina todos los recursos que enriquecen una novela. Sus numerosos personajes son retratados con finura y profundidad, las tramas fluctúan hasta cobrar pleno sentido, las relaciones psicológicas están expuestas con una claridad que no impide percibir sus hondas implicaciones. Es cierto que con una sola lectura no se alcanza a descubrir todos los secretos del libro, pero es que La flor azul es un libro hecho para el retorno.

Editorial Impedimenta
Traducción de Fernando Borrajo

lunes, 7 de julio de 2014

Leche, de Marina Perezagua


Es raro encontrar un libro de cuentos en el que cada relato sea totalmente diferente y al mismo tiempo la voz de la autora sea tan reconocible. En Leche nos encontramos con todo tipo de narraciones, desde el casi periodístico Little Boy que abre el la colección, pasando por el delirante y melancólico Las islas, hasta el profundamente perturbador Leche, que permanece como un incordio mental mucho después de que se haya cerrado el libro.

En este camino sembrado de minas por Marina Perezagua nos encontramos con historias fantásticas, humorísticas o de puro terror, pero en todas ellas detectamos un estilo, una manera de escribir que combina la ligereza de la buena contadora de cuentos con la profundidad inquietante de una autora con personalidad. Cada relato parece un paso más hacia la enajenación, pero se trata de una locura tan cotidiana y reconocible que su insania se multiplica y llega de una manera más directa.




A menudo las contradicciones se producen en un mismo relato, cuando el lector no puede evitar reírse, pero a la vez siente un escalofrío. Hay desconcierto, inseguridad, un perpetuo estado de sorpresa y de no saber qué espera a la vuelta de la página. A veces se produce un profundo sentimiento de desagrado y hay que esforzarse para continuar la lectura, aunque en el fondo sabemos que no vamos a poder resistirnos, hay algo de placer perverso que ahonda todavía más en este sentimiento de atracción morbosa.

Esta claro que hay virtuosismo en la escritura de Perezagua, como demuestra por ejemplo en La tempestad, y también que tiene muy presentes a sus referentes, como en Mio Tauro, pero es de igual manera evidente que no le preocupa complacer al lector, al contrario, parece buscar su rechazo instintivo, y que la originalidad de sus planteamientos desborda la tradición del género. Por eso Leche es adictiva en la misma medida que repulsiva, por eso es algo diferente sin ser experimental. Por eso es un libro difícil de recomendar pero que ningún aficionado a los cuentos debería perderse.

Editorial Los libros del lince

viernes, 4 de julio de 2014

El librero de París y la princesa rusa, de Mary Ann Clark Bremer


¿Quién es Mary Ann Clark Bremer? En internet la única información disponible es la facilitada por la editorial Periférica; no tiene entrada en Wikipedia ni hemos podido localizar ningún dato biográfico sobre ella en otro idioma que no sea el castellano. Tampoco se encuentran más fotos suyas que la borrosa imagen que aparece en la solapa de sus libros, ni ediciones de sus escritos en inglés o en cualquier otro idioma. ¿Se trata realmente de un personaje tan fascinante como olvidado? ¿Estamos ante un juego literario extremadamente bien resuelto? Como esto es un blog sobre literatura y no de investigación periodística preferimos reservar la resolución del enigma a la imaginación de cada cuál.

Lo que sí podemos valorar es la escritura de Mary Ann Clark Bremer, y en este caso nuestra opinión es clara: se trata de una escritora sobresaliente. Los libros que ha empezado a publicar Periférica dan muestra de una sensibilidad, una claridad y una elegancia de otra época (y nuevas aclaraciones no nos harán apearnos de esta percepción). En realidad más que libros se podría hablar de libritos, pero en ningún caso de manera despectiva, sencillamente su extensión hace difícil otra categorización: no son ni novelas ni cuentos, más bien fragmentos de unas memorias que retratan episodios muy concretos de su azarosa vida.

El librero de París y la princesa rusa es como una pequeña y brillante pieza de anticuario. Un delicado relato repleto de insinuaciones e historias sin completar. Nada termina de explicarse, por lo que el lector se ve envuelto en un misterio mínimo pero de consecuencias vitales. En cuanto al estilo, la autora utiliza una refinadas y largas frases, llenas de meandros y acotaciones, perfectamente trasladadas al castellano por Hugo Bachelli. Todo en el relato es fluido e inexorable, como una fábula de moraleja difusa.

Editorial Periférica
Traducción de Hugo Bachelli


jueves, 3 de julio de 2014

La mujer temblorosa, de Siri Hustvedt


Según dice un no tan viejo chiste, el psicoanálisis es una cosa de locos. Durante mucho tiempo las teorías de Freud imperaron como verdades casi incuestionables para, con el paso del tiempo, convertirse en poco menos que objeto de chufla y total descrédito académico. Uno de los motivos que se esgrimieron para atacar a Freud era que había universalizado principios morales y de conducta en realidad circunscritos a una clase social determinada (la alta burguesía), una época concreta (principios del siglo XX) y una ciudad muy particular (Viena). Hoy en día se podría decir que el psicoanálisis sigue siendo igual de localista: parece que tan solo en Nueva York y Buenos Aires sus representantes mantienen algo de crédito.

Por eso no es sorprendente que La mujer temblorosa haya salido precisamente de Nueva York. Pero no deja de ser llamativo que Siri Hustvedt, quien indudablemente ha realizado un trabajo de documentación extraordinario y que ha convertido el estudio sobre la mente en una obsesión, confíe tanto en el psicoanálisis como para considerar esta disciplina un método fiable de tratamiento y diagnóstico. También es cierto que Hustvedt parece sufrir esa patología que caracterizan a los estudiantes de primero de Medicina: padece todas las enfermedades sobre las que lee. Tiene migrañas, alucinanciones auditivas y visuales, temblores de origen indeterminado y algunas otras dolencias variadas. Con un padecimiento así no es de extrañar que busque respuesta en los lugares más insospechados.




Pero por muy alejados que nos sintamos de las ideas de Hustvedt y sus guías, su escritura es tan convincente que hace que nos pongamos de su lado y podamos comprender su proceso hacia un intento de comprender el origen de sus sufrimientos. Ella misma lo explica al hablar de algunas novelas en las que la voz de la narradora es tan persuasiva que por mucho rechazo que nos provoque, nos sentimos cautivados. Desde luego, La mujer temblorosa merece ser tomado en serio. Tanto la solidez de los conocimientos de Hustvedt como su habilidad para contar historias está fuera de duda. Otra cosa sea que podamos concordar con sus ideas.

Porque a veces la autor se sitúa peligrosamente cerca del dualismo, y peor todavía, del relativismo (¡anatema!). Hustvedt prefiere hablar de pensamiento blando, tolerante, abierto a matices y ajeno a la contundencia de las verdades reveladas e inamovibles. Es muy fácil simpatizar con esta postura, aunque sin dejar de tener claro que hay teorías inverosímiles y ya descartadas hace tiempo, y otras ideas que no admiten discusión ni medias tintas. En cualquier caso, y a fin de cuentas, La mujer temblorosa se lee como la historia de una mujer en lucha contra sus miedos tanto como contra sus enfermedades. Una mujer que no teme enfrentarse a sus debilidades ni tiene pereza a la hora de buscar soluciones.

Editorial Anagrama
Traducción de Cecilia Ceriani


Una rubia imponente, de Dorothy Parker


Puede que Dorothy Parker sea uno de los máximos ejemplos de escritores ahogados por su popularidad. Su propia persona y cierto aura de frivolidad ha causado que no se tome su obra tan en serio como merece. Y si no en serio, al menos con respeto y sin prejuicios. Porque al leer un relato como Una rubia imponente lo que queda claro es que se trataba de una escritora más profunda que superficial y que, más allá de su fama de incisiva cómica y creadora de memorables frases, poseía al menos la misma capacidad y recursos para sumergirse en el drama.

El estilo de Una rubia imponente es tan seco como empapada de alcohol está su historia. Se trata de uno de esos cuentos de la prohibición en los que sus protagonistas viven para beber y no son capaces de concebir una existencia sin whisky. Pero el alcoholismo no es más que el telón de fondo de la narración, en realidad centrado en la figura trágica de Hazel, que en una metáfora fácil se podría describir como un bombón de licor. Sin que se expliquen los motivos (todavía no había llegado la moda del psicologismo), el lector asiste al derrumbe de la protagonista, a la que no le sale nada bien, ni tan siquiera es capaz de acabar con todo.

Esta edición de Una rubia imponente cuenta con las ilustraciones de Elisa Arguilé, que aportan sensibilidad y claridad a una historia tan dura y directa que no se permite ningún otro adorno. Con un desarrollo implacable que configura un retrato de la desolación sin concesiones ni melodrama, Parker firmó un relato que sobrepasa las constricciones del paso del tiempo para erigirse en un homenaje sincero y sentido a los desgraciados, a aquellos a los que el mundo les sobrepasa y solo encuentran refugios temporales. Y no hasta que pase la tormenta, sino hasta que el techo definitivamente se venga abajo.

Editorial Nórdica
Traducción de Elisa Arguilé