lunes, 21 de julio de 2014

Lo que hay que tener, de Tom Wolfe


En la cinematografía norteamericana actual abundan las películas que siguen el clásico esquema del western, en sus múltiples variantes: el forastero que llega a un lugar donde es recibido con hostilidad y poco a poco se va ganando el aprecio de los lugareños; el asedio implacable del fuerte por grupos violentos; los duelos al sol entre enemigos irreconciliables. Estas transposiciones se han llevado al pasado y al futuro, a ciudades modernas y a mundos inexplorados. Pero ya nunca al Oeste: el género ha mantenido sus moldes, pero ha perdido sus señas de identidad más evidentes. Y es que parece que ya nadie se atreve a llamar las cosas por su nombre.

La épica también es un género que ha perdido su posición en la literatura y en el cine. Ya sea por cinismo, por falta de agallas o por déficit de talento, una de las grandes creaciones de la cultura prácticamente se ha evaporado de la faz de las letras. Y de la vida real, se diría. Por eso la gesta de los astronautas permanece viva en la imaginación popular como la última gran epopeya humana. Los astronautas son idealizados, ejemplos de lo mejor del ser humano, capaces de realizar hazañas que desafían la imaginación.

En Lo que hay que tener Tom Wolfe se planteo el reto de recuperar la épica y a la vez modernizar el género. Los astronautas que presenta son retratados como personas extraordinarias en sus capacidades, pero también muy normales, con sus debilidades y carencias. Son gente que posee “lo que hay que tener”, que es algo más que valor (pues valor lo puede tener hasta un imbécil). Lo que hay que tener es saber comportarse en los momentos de mayor peligro, mantener el control en situaciones desesperadas, no perder los nervios ni pifiarla. Ser un hombre, se diría en otros tiempos.




Pero, como decíamos, los astronautas no eran los seres inmaculados que presentó la prensa. Por ejemplo, Wolfe parece tener poca simpatía por John Glenn, el americano perfecto, devoto de la iglesia, ejemplar padre de familia y patriota sentido. Pero también ambicioso, narcisista y un pelín aprovechado. Porque según cuenta Wolfe, los seleccionados para las primeras misiones espaciales norteamericanas, los elegidos para la gloria, no eran los mejores en su campo. Tenían indudables cualidades, sin duda, y lo que hay que tener, pero también tuvieron a su favor ese factor determinante que es la suerte.

La lectura de Lo que hay que tener pone al lector en la piel de estos exploradores. Wolfe tiene el talento para la narración emocionante, directa y sin artificios. Va al grano sin olvidarse de los detalles más relevantes. Pero esta capacidad para contar historias se ve enriquecida por su labor de documentación y de reporterismo puro. Es patente que ha tenido acceso a relatos de primera mano de todos los sucesos que narra, y tiene una inigualable capacidad para transformar estas historias personales en vividas secuencias que ponen la piel de gallina.

En el contexto de la Guerra Fría las batallas eran más simbólicas que reales. La lucha por la conquista del espacio enardecía corazones y hacía brotar lágrimas. Aquellos muchachos de apariencia limpia eran el escudo y la avanzadilla del país. Pero esta situación de excepcionalidad no podía durar. En el libro no podían falta la crítica a los medios de comunicación sensacionalistas, a los políticos oportunistas, a una sociedad en su conjunto que vio a los primeros astronautas como héroes con resonancias bíblicas para olvidarse de ellos cuando ya no eran necesarios.

Editorial Anagrama
Traducción de J. M. Álvarez Flórez y Ángela Pérez


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