viernes, 8 de agosto de 2014

Alguien que anda por ahí, de Julio Cortázar


El centenario del nacimiento de Julio Cortázar parece haber supuesto, más que una ocasión para la celebración de su obra, un punto de inflexión para su derrumbe. De todas partes surgen opiniones de escritores que menosprecian su escritura, atacan su legado y ponen en cuestión su relevancia en la literatura en español del siglo XX. Sus razones tendrán, pero nosotros vemos en esta razia, al menos en algunos casos, un componente edípico. Pocos serán los escritores en español que no hayan dado sus primeros pasos a la sombra de Cortázar, pocos aquéllos que no hayan escrito sus primeros cuentos bajo la evidente influencia de este, todavía, gigante de las letras.

También es cierto, y no nos cuesta admitirlo, que hoy en día se hace difícil regresar a los libros de Cortázar. El temor a la decepción es muy poderoso, y el recuerdo de los grandes momentos de lectura pasados a su lado demasiado preciosos para arriesgarse a emborronarlos. Hojear Rayuela puede ocasionar estupor y la duda de si a fin de cuentas sus críticos no tendrán razón. Pero no debemos dejar que otros opinen por nosotros y desterrar a nuestros ídolos movidos por los vaivenes de las modas literarias, siempre teñidas de inquinas personales, envidias y motivos inconfesables.




Alguien que anda por ahí no es uno de los libros de relatos más famosos de Cortázar y su recuerdo no es lo suficientemente vívido como para arruinarnos gloriosos embellecimientos. El primer relato, Cambio de luces, acabará con todas las precauciones: por esto queremos tanto a Cortázar, por estos cuentos delicados, tan cercanos a nosotros como excéntricos y sorprendentes, tan humanos y a la vez literarios, tan evocadores como en última instancia melancólicos y desconcertantes.

Se podría decir que en lo que viene a continuación hay cierta reiteración, que esa mezcla entre lo cotidiano y lo fantástico a veces suena a fabricado, que el recurso al giro final se hace previsible, que el virtuosismo verbal puede agotar. Pero en cada relato hay al menos un destello, y en los mejores, como El nombre de Boby, hay genuina inquietud y ese golpe de revelación que tanto nos impacta. En realidad no somos nosotros, los que ya hemos disfrutado a Cortázar, los que debemos juzgarlo, sino que quienes deben valorar su permanencia son los lectores que ahora se acercan por primera vez a él. Denle un voto de confianza.

Editorial Alfaguara

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