El
centenario del nacimiento de Julio Cortázar parece haber supuesto,
más que una ocasión para la celebración de su obra, un punto de
inflexión para su derrumbe. De todas partes surgen opiniones de
escritores que menosprecian su escritura, atacan su legado y ponen en
cuestión su relevancia en la literatura en español del siglo XX.
Sus razones tendrán, pero nosotros vemos en esta razia, al menos en
algunos casos, un componente edípico. Pocos serán los escritores en
español que no hayan dado sus primeros pasos a la sombra de
Cortázar, pocos aquéllos que no hayan escrito sus primeros cuentos
bajo la evidente influencia de este, todavía, gigante de las letras.
También
es cierto, y no nos cuesta admitirlo, que hoy en día se hace difícil
regresar a los libros de Cortázar. El temor a la decepción es muy
poderoso, y el recuerdo de los grandes momentos de lectura pasados a
su lado demasiado preciosos para arriesgarse a emborronarlos. Hojear
Rayuela puede ocasionar estupor y la duda de si a fin de cuentas sus
críticos no tendrán razón. Pero no debemos dejar que otros opinen
por nosotros y desterrar a nuestros ídolos movidos por los vaivenes
de las modas literarias, siempre teñidas de inquinas personales,
envidias y motivos inconfesables.
Alguien que anda por ahí no es uno de los libros de relatos más famosos de
Cortázar y su recuerdo no es lo suficientemente vívido como para
arruinarnos gloriosos embellecimientos. El primer relato, Cambio de
luces, acabará con todas las precauciones: por esto queremos tanto a
Cortázar, por estos cuentos delicados, tan cercanos a nosotros como
excéntricos y sorprendentes, tan humanos y a la vez literarios, tan
evocadores como en última instancia melancólicos y desconcertantes.
Se
podría decir que en lo que viene a continuación hay cierta
reiteración, que esa mezcla entre lo cotidiano y lo fantástico a
veces suena a fabricado, que el recurso al giro final se hace
previsible, que el virtuosismo verbal puede agotar. Pero en cada
relato hay al menos un destello, y en los mejores, como El nombre de
Boby, hay genuina inquietud y ese golpe de revelación que tanto nos
impacta. En realidad no somos nosotros, los que ya hemos disfrutado a
Cortázar, los que debemos juzgarlo, sino que quienes deben valorar
su permanencia son los lectores que ahora se acercan por primera vez
a él. Denle un voto de confianza.
Editorial
Alfaguara
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