miércoles, 3 de septiembre de 2014

El lugar, de Annie Ernaux


Cuando escribió El lugar, en 1983, Annie Ernaux ya había publicado tres novelas, pero fue con esta con la que definió su verdadero estilo, ese que la ha convertido en una de las autoras más fascinantes de la literatura actual. En El lugar ya encontramos ese tono íntimo en el que el pudor deja paso a la exposición más descarnada, esa manera de escribir en apariencia natural pero que conlleva un esfuerzo agotador. Como ella misma dice en el libro, recordar le requiere tanto o más esfuerzo que inventar: el autorretrato demanda sinceridad y honradez, atributos no siempre presentes en la literatura, pero irrenunciables si se quiere alcanzar la verdad.

La redacción de El lugar se convierte en un homenaje al padre de Ernaux, una de esas personas que se califican como “sencillas”, con una mezcla de admiración y condescendencia. Sus orígenes campesinos y su lucha por “hacerse alguien” son descritos con la devoción de una hija por el tesón y la bravura de su progenitor, pero también con la distancia de quien se siente alejada de un mundo que ha dejado atrás, lo que le provoca una dolorosa sensación de traición, la vergüenza de sentir vergüenza de aquello por lo que debería sentirse orgullosa.




Casi sin quererlo, nos encontramos con una visión panorámica de la Francia del siglo XX, pero no se trata de un canto épico al modo de esas sagas familiares que atraviesan épocas a modo de metáforas con patas, sino que aquí todo es sentido, real. Acompañamos a la autora desde la descripción de la vida miserable de los campesinos de Normandía hasta la consecución del título de profesora de la propia Ernaux, que supone el paso ritual de una clase social a otra, de una percepción del mundo estrecha a la conquista del bienestar y la prosperidad. Pero en el camino también se producen pérdidas irreemplazables.

Como es habitual en Ernaux, la narración transcurre con fluidez, a través de pequeñas escenas descritas al detalle. La delicadeza en el trazado de personajes y lugares no impide que Ernaux también se muestre implacable con el mundo que la rodea y, especialmente, consigo misma. Hay mucho amor en el libro, pero también reproches y lamentos por las oportunidades perdidas, por no haber sabido mostrarse a la altura. Y, quizá, la literatura no suponga una redención suficiente, pero sí, como dice la cita de Genet que abre el libro, el último recurso.

Editorial Folio
Edición en castellano en Tusquets

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