jueves, 16 de octubre de 2014

Animales y más que animales, de Saki


No es inhabitual que si en una novela inglesa aparece un personaje leyendo un libro, se trate de los cuentos de Saki. Este pequeño detalle revela sin embargo varias cosas: desde luego, la enorme popularidad de la que gozó Saki a principios del siglo XX y que en gran mediad sigue conservado; la influencia que ha tenido en sucesivas generaciones de escritores cómicos; y la amplitud de su público lector, que abarca desde las clases altas de la sociedad hasta las más populares. Y es que, se podría concluir, es difícil encontrar a alguien a quien no le guste Saki.

Los relatos de Animales y más que animales son como bombones irresistibles, de sencillísima y reiterada estructura, casi como chistes alargados, pero deliciosos y adictivos. La excusa de la colección es obviamente el mundo animal, pero poco importa la anécdota. Como en Wodehouse, en quien irremediablemente pensará el lector, el mundo que retrata Saki es el de los ricos y estúpidos (esos Berties totémicos), involucrados en disparatadas aventuras de las que siempre se saca una moraleja: cuanto más postín te des, más posibilidades tienes de caer en el ridículo.




Al igual que estos personajes en perpetuo estado de inactividad (aparte de fiestas y cacerías), el lector entrará en un modo de relajación complaciente. Las bromas, a menudo pesadas, tienen mucha malicia, pero nada de maldad. Todas las víctimas se merecen el escarmiento al que son sometidas, y, después de todo, es el ingenio el que sale ganando, siempre con la complacencia e incluso el aporte del lector, que tendrá que añadir su propio resquemor para completar el sentido de las chanzas.

Ya sea como elogio o como reproche, se suele decir que la literatura inglesa se ríe de todo y de todos. Saki demuestra que no hay nada de malo en ello. Las tías histéricas, las novias caprichosas, los ricos petulantes, los artistas pretenciosos, todos conforman un paisaje que parece estar ahí para ser objeto de la parodia. Como pasa con las familias reales, si no sirven para reírse de ellas, ¿para qué están?

Editorial Valdemar
Traducción de Rafael Lassaletta

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