miércoles, 26 de noviembre de 2014

La fiesta de la insignificancia, de Milan Kundera


El regreso después de casi quince años de un autor al que hemos admirado tanto como Milan Kundera provoca sensaciones encontradas en el lector. Por una parte siempre se recibe con ilusión la noticia de un nuevo libro de un maestro de la literatura, con esperanzas de que esté a la altura de sus mejores obras. Pero por otro lado, y más con el recuerdo de la insatisfacción que causó su anterior novela, también se produce el temor de que La fiesta de la insignificancia sea una decepción.

Mientras se lee el libro, lo cierto es que esta dualidad permanece en cierto grado. Porque La fiesta de la ignorancia es un libro que se lee con alegría, en el que se encuentran esos hallazgos deslumbrantes que caracterizan a Kundera, en el que reconocemos la escritura reposada y cautivadora del autor. Pero también es pertinente preguntarse si este libro era necesario, si aporta algo a la obra de su autor.




Y la respuesta es: qué más da. Sí, porque si nos atenemos a la “filosofía” del libro, lo importante no es la ambición de trascendencia, siempre un poco ridícula, sino la comprensión de las propias limitaciones, el no tomarse los grandes temas demasiado en serio bajo la amenaza de caer en la pomposidad. Pero, ojo, tampoco hay que dejarse llevar por la superficialidad. El secreto está en detectar las cosas que realmente merecen la pena.

Amor, amistad, familia. Sí, la historia de siempre. La que fue y la que será. Así se puede disfrutar La fiesta de la insignificancia. Como un juego íntimo en el que todos nos conocemos, en el que debemos seguir las reglas, pero solo hasta cierto punto. Y es en ese momento de transgresión en el que encontramos la verdadera gracia, la de un autor que ya no necesita demostrar nada a nadie y que confía en unos lectores igualmente liberados.

Editorial Tusquets
Traducción de Beatriz de Moura


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