miércoles, 5 de noviembre de 2014

Un reguero de pólvora, de Rebecca West


Uno de los grandes temas de debate a los que se ha tenido que enfrentar el periodismo moderno es la posibilidad de una mirada objetiva ante los hechos narrados. Rebecca West, novelista intachable, no permaneció ajena a esta cuestión, y aunque en los reportajes incluidos en Un reguero de pólvora siempre mantuvo una perspectiva personal, lo que más llama la atención de su posición a la hora de contar los sucesos es su apertura de mente. Como dice Agustín Díaz Yanes en el prólogo, West fue una de las primeras intelectuales en criticar el comunismo desde posiciones izquierdistas, y este mismo compromiso con la verdad se traslada a su forma de escribir y percibir el mundo: los prejuicios, por muy biempensantes que sean, no dejan de ser un velo que distorsiona la realidad.

Armada con esta amplitud de miras, su relato sobre un un juicio por linchamiento que tuvo lugar en el sur de EE.UU en los años 50, Ópera en Greenville, se aleja de los postulados liberales más esquemáticos, que veían en este proceso una farsa, y se fija en todos los detalles que permiten completar una fotografía más compleja. A West no se le escapan las circunstancias sociales que provocan aberraciones como un linchamiento, pero también está atenta a los rasgos personales de cada individuo. Está claro que hay buenos y malos, pero cada persona tiene sus propias contradicciones.




Este aspecto está ampliamente desarrollado en los tres artículos que West dedicó a la Alemania de posguerra. En el primero de ellos, centrado en los juicios de Núremberg, la autora mezcla un ambiente solemne de trascendencia histórica con apuntes paródicos típicamente ingleses. West no esquiva los grandes temas (como puede ser la legitimidad de la pena de muerte), pero siempre mantiene un estilo personal marcado por la ironía. En los otros dos artículos “alemanes” West analiza el progreso de la sociedad alemana y sobre todo cuestiona el papel de las fuerzas aliadas, aunque mantiene la comprensión ante las limitaciones. Es muy fácil criticar, parece que dice, pero cuando se conoce el meollo de la cuestión, se entiende el porqué de determinadas decisiones.

Todos los reportajes están dirigidos a un público americano, pero no podrían ser más ingleses. En El señor Setty y el señor Hume se ocupa de un caso de asesinato que desconcertó incluso a los circunspectos tribunales británicos, mientras que en La mejor ratonera retrata una historia de espías como si fuera un libro de Graham Greene. Es digno de admirar cómo West se detiene en aspectos de apariencia marginal (los lugares por los que han pasado los protagonistas, personas de importancia limitada) para dibujar un escenario rico en matices y que permiten al lector sacar sus propias conclusiones. Porque, como dice la última frase del libro, los hechos admiten varias interpretaciones.

Editorial Reino de Redonda
Traducción de Antonio Iriarte

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