miércoles, 3 de diciembre de 2014

El final de Sancho Panza y otras suertes, de Andrés Trapiello


En una de las últimas entradas de su blog, Andrés Trapiello decía que “la ficción puede constituirse en hecho, pero los hechos no son una ficción”, que podría ser una explicación de la cita de Dickens con la que se abre El final de Sancho Panza y otras suertes: hechos, solo hechos. Porque ningún libro como El Quijote para demostrar el poder tangible de la literatura. Cervantes no solo descubrió una nueva forma de escribir y leer, sino que después de El Quijote la misma realidad cambió: ya no es posible ver el mundo de la misma manera.

Por eso el salto mortal que Trapiello inició con Al morir don Quijote y que continúa con El final de Sancho Panza es triple. No es tan solo rescatar los personajes ideados por Cervantes y darles una nueva vida, sino que el autor se adentra en el peligroso campo de la metaficción y, quizá lo más difícil, tiene que situarse a al misma altura moral que Cervantes. Y es que la idea puede sonar artificiosa, pero cuando reconocemos el humanismo cervantino intacto en las páginas escritas por Trapiello, tenemos que valorar no solo el logro artístico, deslumbrante, sino el más importante todavía reivindicación del humanismo.




Por ejemplo, la escena en la que Sancho se despide de su rucio, cuyo nombre ahora sabemos que era Almanzor, es de una ternura, de una sensibilidad, que pone de relieve no solo el alma pura de Sancho, sino la bonhomía del autor. Pero este es solo uno de los múltiples episodios que abarrotan la novela, desbordante de este sentimiento de nobleza, en la que sus héroes siempre hacen lo que tienen que hacer, transformándose en modelo de comportamiento. Hay tantos gestos hermosos, tanta generosidad, que el lector no puede evitar conmoverse ante la suerte de los protagonistas.

Por otro lado, también hay que valorar la exuberancia literaria de El final de Sancho Panza. Al igual que ese Nuevo Mundo sorprendente y desmesurado en el que la vida tiene algo de realismo mágico, la escritura de Trapiello es desbordante y colorida. Ya es conocida la maestría de Trapiello, también de herencia cervantina, en mezclar un estilo elevado, de una riqueza expresiva apabullante (no es raro encontrar en una frase tres palabras de significado ignoto), con un tono sencillo, del que escribe como se habla. Porque, como en Azorín, aunque no se conozcan las palabras, el sentido es claro.

Editorial Destino

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