miércoles, 14 de enero de 2015

El peso de la responsabilidad, de Tony Judt


Una de las críticas más habituales a la generación del 68, ligada al corrosivo relativismo, ha sido la de haber propiciado una sociedad en la que nadie asume sus propias responsabilidades, en la que la queja indiscriminada ha progresado de manera proporcional a la ausencia total de una aceptación de unos deberes individuales. Pero esta tendencia viene de mucho más atrás y en cualquier momento histórico sería difícil encontrar a personas que hicieran frente al arrastre de las corrientes mayoritarias con independencia de criterio y valor para asumir el aislamiento. En El peso de la responsabilidad Tony Judt reivindica a tres de estos hombres.

Aunque había muchas cosas que los diferenciaba, también había muchas otras que equiparaba a tres personajes como Léon Blum, Albert Camus y Raymond Aron. Además de su firme compromiso con la verdad y su posición moralista (en el mejor sentido), los tres se encontraban en la precaria situación de ocupar el centro del debate en Francia desde posiciones notables, y a la vez ser vistos como forasteros, advenedizos o incluso traidores. Se daba la paradójica situación de que eran admirados, seguidos y respetados, pero también odiados, despreciados y repudiados.

Léon Blum fue una da las figuras políticas más importantes de la primer mitad del siglo XX en Francia. Como líder indiscutible del partido socialista francés, tuvo que hacer frente a momentos tan complicados como la escisión de los comunistas (y la lucha con ellos se mantendría a lo largo de décadas), la ocupación nazi y la reconstrucción de postguerra. Y, entre tanto, fue presidente del Gobierno a la cabeza del Frente Popular. Blum fue un equilibrista que siempre procuró mantener una posición personal clara y unos objetivos loables en medio de una situación caótica e inmovilista. Tuvo grandes éxitos y no menos gigantescos fracasos, pero siempre mantuvo la coherencia.





Albert Camus, por todos conocido, es visto hoy en día como un héroe, como uno de los grandes hombres de letras que ha dado Europa en el siglo XX. Pero mientras vivió tuvo que sufrir todo tipo de ataques (que, como se repite en el caso de las tres figuras retratadas en El peso de la responsabilidad, venían de derecha y de izquierda). Sus reflexiones eran siempre incómodas, ajenas al fácil refugio de la ideología inflexible. Incluso cuando prefirió guardar silencio, como en el conflicto de Argelia, su opción era meditada y consecuente.

Raymond Aron fue un pensador casi totalmente excepcional en la tradición intelectual francesa. Liberal respetado por sus formadas opiniones políticas, sociales y filosóficas, también tuvo que sufrir el desdén y el aislamiento de los grandes mandarines de la intelectualidad parisina por no atenerse a los principios consagrados del buen compañero de viaje. Al igual que Blum, Aron era judío, y aunque no tuvo que sufrir los mismos atropellos que esto le supuso al líder socialista, también sus orígenes influyeron en cómo fue percibido.

No es de extrañar que Judt se interesara por estos tres hombres ejemplares. Al igual que él, Blum, Camus y Aron era personajes a los que era difícil etiquetar. Eran socialdemócratas, pero no estaban dispuestos a ceder al altar de la ideología sus principios morales; eran reputados críticos de la sociedad, pero también vistos con prejuicios y reparos; eran personas libres y precisamente su independencia de espíritu los hacía tan imprescindibles como peligrosos.

Editorial Taurus
Traducción de Juan Ramón Azaola

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