martes, 20 de enero de 2015

La joven ahogada, de Caitlín R. Kiernan


Cuando se escribe de una novela como La joven ahogada dan ganas de empezar el comentario con una exclamación. Que un libro de género (y, por tanto, para cierto tipo de gente, “menor”) contenga tantas capas de lectura, tanta riqueza formal y argumental que se convierte en inagotable, no solo echa por tierra la diferenciación estándar entre literatura popular y de calidad, sino que hasta el lector más abierto de mente necesitará tomar algo de distancia para no caer en exageraciones.

Pero es que lo que consigue Caitlín R. Kiernan es trascender (por usar un término de apariencia grandilocuente) la novela de fantasmas para construir un relato que desafía las convenciones de la escritura. Por ejemplo, cuando transcribe diálogos se plantea explícitamente una fuga de verosimilitud que cualquier lector se ha planteado: ¿cómo es posible que en una novela (o incluso en un libro de no ficción) se pretenda reproducir de manera exacta una conversación que tuvo lugar hace tres años? Y lo mismo con la arbitraria división en capítulos, o la estructura en actos, o la razón de ser misma del relato, con principio, desarrollo y fin perfectamente definidos, construcción artificial que sin embargo ha conquistado a la realidad. 




Con ser cuestiones importantes, estas se refieren meramente a la forma. Pero es que Kiernan va mucho más al fondo al tratar de dilucidar las consecuencias reales de una obra de arte. ¿Hasta que punto es responsable un creador de lo que sus obras puedan provocar? Si alguien se suicida después de leer una novela que ha hecho saltar algún resorte de su alma, ¿es culpa del escritor? Muchas veces se alaba la literatura por su capacidad terapéutica (y La joven ahogada sería un ejemplo excelente), pero su lado oscuro, la posibilidad de que la literatura invoque demonios, ha sido mucho menos transitada.

Como todo esto es tan sencillo, además Kiernan se atreve a narrar la historia desde el punto de vista de una esquizofrénica, una loca, como se califica a sí misma Imp. Sin duda es un recurso con grandes posibilidades, pero también de una diabólica dificultad para la autora y que exige del lector no solo una atención permanente, sino una posición activa en la interpretación de lo narrado. Si el desempeño del lector es indeterminado, de la autora podemos decir que salva todas las trampas con una maestría insólita.

Y quizá lo más extraordinario de todo es que Kiernan despliega toda su capacidad creativa de una manera natural. Escondida detrás de una historia de lobos, sirenas y fantasmas, de por sí cautivadora, se encuentra esa ambiciosa autora capaz de dislocar el mundo. Porque parece inevitable que al hablar de ella se cite a Lovecraft, Shirley Jackson o Angela Carter, pero tampoco sería impertinente mencionar a Joyce, sin ir más lejos. Aunque, después de todo, lo mejor es no desvelar el secreto. En él se encuentra tanto el corazón del miedo como la esencia del misterio.

Editorial Valdemar
Traducción de Marta Lila Murillo

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