viernes, 29 de mayo de 2015

Shakespeare nuestro contemporáneo, de Jan Kott


Se ha escrito tanto sobre Shakespeare que una mera enumeración bibliográfica de los libros dedicados a él ocuparía varios listines telefónicos, pero Shakespeare nuestro contemporáneo, el estudio publicado por Jan Kott a mediados de los 60 permanece como un referente imbatible. Si el propósito principal de Kott fue perfilar el lado más humano de la obra del dramaturgo, su aproximación es igualmente cercana, lejos de la erudición exhibicionista. El teatro de Shakespeare está repleto de magia, abierto a visiones contradictorias, es de tal riqueza que su comprensión nunca será completa, pero Kott sabe dónde situar su foco.

El autor polaco no tiene reparos a la hora de calificar de tonterías infantiles las interpretaciones que más rebuscadas sobre la obra de Shakespeare (y eso que no se detiene ni un segundo en las todavía más peregrinas teorías sobre su verdadera identidad), pero su propia perspectiva no se queda en lo superficial, sino que desentraña los temas principales de la obra de Shakespeare para darles una visión actual y permanente, ya que en su teatro Shakespeare colocó al ser humano en el centro de sus preocupaciones, lo que convierte sus textos en atemporales, válidos para que cualquier época se apropie de ellos.

Para Kott Shakespeare es claramente un hombre del Renacimiento, un humanista aterrorizado por la crueldad de la Historia y expectante frente a los cambios radicales que vivía su tiempo. Pero la misma inquietud y perplejidad es válida para cualquier momento histórico. Sin embargo, Shakespeare supuso el paso de una concepción de la tragedia como una fuerza más poderosa que la voluntad a la idea de que el hombre es responsable de sus actos. A través de la ironía, de lo grotesco, de la melancolía, Shakespeare introdujo la vida en la representación.




En Shakespeare nuestro contemporáneo Kott analiza el teatro histórico del autor a través de su saga sobre la Guerra de las dos rosas y nos descubre un Ricardo III mucho más complejo de lo que la habitual caricatura ha hecho de él; trae a la tierra a un Hamlet que no es un símbolo de nada, sino un hombre en medio del desastre; establece paralelismos entre El Rey Lear y el teatro contemporáneo de Samuel Beckett; entra en la isla de Próspero para acabar con falsos ídolos y desvelar el verdadero alcance de la obra; descubre a Peter Brook como el gran renovador del teatro shakeperiano a través de su regreso a los orígenes...

Pero quizá lo más deslumbrante de todo su estudio es el análisis que hace de Coriolano, la obra maestra más relegada del autor. Coriolano es un texto tan ambiguo, tan contradictorio y desafiante, que pocos se han atrevido con él. Pero Kott sabe captar su profundidad, el reto que supone asumir el cortocircuito moral que plantea. Se dice que hay un Shakespeare para cada persona, pero en el caso de Coriolano el lector-espectador tiene que enfrentarse a la incomodidad que provoca una propuesta radical que hace saltar por los aires muchas de sus convicciones. Gracias a Kott, podemos comprender un poco mejor este desolador panorama.

Editorial Julliard
Traducción al francés de Anna Pozner
Edición en castellano en Alba


jueves, 28 de mayo de 2015

Los crímenes del monograma, de Sophie Hannah


Tan complicado como resolver cualquiera de los casos en los que se ve envuelto Hercules Poirot sería descubrir por qué Agatha Christie se convirtió en la escritora de novelas policíacas más exitosa del siglo XX. Es cierto que tenía buena mano para construir personajes y que sus tramas tenían la cualidad de empujar al lector dentro de un desafiante laberinto, pero también es verdad que a menudo recurría a trucos no muy elegantes (esa carta misteriosa, ese personaje salido de no se sabe dónde) y que hay multitud de escritores de la misma o superior categoría que no tuvieron su misma suerte.

En cualquier caso, los libros de Christie siguen manteniendo gran parte de su atractivo, hasta el punto de que Sophie Hannah se ha encargado de dar nueva vida a Poirot en Los crímenes del monograma, un libro que mantiene las esencias originales pero al que la autora ha sabido dar nuevos bríos. El mundo tan particular en el que se mueve Poirot, que se podría resumir como sangre a la hora del té, y que sigue siendo su mayor atractivo, permanece incólume, pero Hannah añade modernidad al introducir cuestionamientos morales que atañen a la calumnia, la violencia o el arrepentimiento.




La mayor novedad de Los crímenes del monograma está en su narrador, el joven policía de Scotland Yard Edward Catchpool. Al principio parece un heredero del bueno de Hastings, un detective un poco torpón que sirve para que Poirot despliegue todas sus habilidades, y que de paso permite al lector situarse junto a alguien que comparte su perplejidad. Pero Hannah ha sabido utilizar a Catchpool como algo más que un narrador inocente que recibe las lecciones del maestro: también da una perspectiva más humana frente a la fría racionalidad de Poirot.

Como novela de detectives, Los crímenes del monograma es canónica. Hay unos asesinatos de apariencia extraña, variados sospechosos que se van repartiendo la sombra de la duda, vaivenes argumentales y detalles que al acumularse van conformando el fondo de la investigación. Hannah tiene una gran habilidad para conducir al lector por los senderos que ha planeado, solo para que cuando se doble la última esquina nos demos cuenta de que todo estaba delante de nuestros ojos, solo que no estábamos lo suficientemente atentos. Como Catchpool, tendremos que admitir la superioridad de Poirot, quien, en esta ocasión, no ha tenido que recurrir a trucos de magia para resolver el caso.

Editorial Espasa

Traducción de Claudia Conde

martes, 26 de mayo de 2015

La música de los números primos, de Marcus du Sautoy


La hipótesis de Riemann (que, a grandes rasgos, demostraría una coherencia en la distribución de los números primos) ha sido durante el último siglo y medio uno de los grandes problemas de la matemática. A alguien ajeno a la disciplina su confirmación le puede parecer una inutilidad flagrante, pero para los implicados no solo se trata de un reto apasionante, sino que de demostrarse falsa acabaría con los cimientos sobre los que se ha construido gran parte de la matemática moderna, por lo que no se trata de una cuestión baladí.

Según descubrimos de la mano de Marcus du Sautoy en La música de los números primos, la historia de la hipótesis de Riemann reúne por si sola todos los elementos que hacen de la matemática un terreno fascinante y mágico, componente insospechados para los que ven en esta materia simple mecanicismo y aburrimiento. Desde Euclides y hasta la actualidad, pasando por grandes genios como Fermat, Gauss o Euler, los números primos han estado en el corazón mismo del progreso matemático, y su indescifrable secreto continúa provocando obsesiones y avances insospechados.

Du Sautoy es matemático de profesión, pero es uno de esos científicos dotados con el don de la divulgación. Cualquier persona que no se acerca al mundo de la matemática desde sus tiempos estudiantiles puede disfrutar y apreciar su labor, contagiado por su entusiasmo y su destreza narrativa. Cierto que seguramente después de haber seguido cada uno de los pasos indicados no tardará mucho en olvidarse de su sentido, pero en lo que dure su excursión no se perderá ninguna de las maravillas de los números que Du Sautoy le ha descubierto.




Pero en La música de los números primos no solo nos encontramos con audaces formulas y creativas soluciones matemáticas, sino también con numerosos personajes que por sí mismos se merecen libros enteros. Los matemáticos tienen fama de excéntricos, y aunque Du Sautoy no quiere abundar en la caricatura, lo cierto es que los personajes que presenta no tienen desperdicio. Portentos como Ramanujan, Selberg o Weil son presentados en toda su humanidad para demostrar que detrás de cada teoría hay una persona de carne y hueso.

El estilo histórico de Du Sautoy a veces puede parecer positivista, con una idea del progreso matemático muy personalista, pero lo cierto es que el autor es muy claro en su exposición de los avances teóricos que han llevado desde los más rudimentarios cálculos hasta la actual idea de que la hipótesis de Riemann puede demostrarse a través del caos cuántico. Quizá el problema se resuelva mañana, quizá dentro de cinco siglos, pero en el camino habrá proporcionado un avance en el conocimiento de un valor, este sí, incalculable.

Editorial Acantilado

Traducción de Joan Miralles de Imperial Llobet

viernes, 22 de mayo de 2015

Diez de diciembre, de George Saunders


Es suficiente con leer el primer cuento de Diez de diciembre, Vuelta de honor, para darse cuenta de que estamos ante algo completamente diferente. Pero en apenas treinta páginas ya tenemos todas las claves de la escritura de George Saunders: un virtuosismo narrativo impresionante, un lenguaje muy particular que exige el desciframiento por parte del lector, unos personajes que parecen habitar en otro mundo y que sin embargo son muy de este, y una descripción de la sociedad que se mueve entre el sarcasmo y la parábola más punzante.

Una vez introducidos en este universo saunderiano, el lector pasará por diversas fases, siempre de sobresalto en sobresalto. Habrá momentos de extraordinario dolor, otros de una comicidad absurda y molesta, también breves apariciones de un humanismo redentor. Cierto que hay algún relato fallido, o que al menos nosotros hemos fallado en interpretar, pero el conjunto tiene una coherencia y una capacidad para deslumbrar que convierten Diez de diciembre en una colección de relatos irrenunciable.




Además de Vuelta de honor, podríamos destacar Escapar de La Cabeza de Araña, una de esas fábulas en las que el mundo imaginado y el mundo real se entremezclan de manera inquietante, mostrando una sociedad dominada por la industria farmacéutica (el control mundial por parte de las grandes empresas, sin que suena a paranoia, es una de las obsesiones de Saunders), sociedad en la que la única opción para huir es dejar de ser un ser humano, en un sentido o en otro. Los diarios de las Chicas Sémplica es el relato más extenso del libro y le llevó a Saunders más de doce años de redacción. Está escrito en un lenguaje sincopado y juega con el contraste que provoca la narración desde el punto de vista de un tipo normal de una historia totalmente aberrante.

A casa es quizá el mejor cuento de todos. En él predomina la visión perpendicular de un soldado que vuelve al hogar y se encuentra con un mundo incomprensible cuyas claves se le escapan, se trata de la desolación en su estado más puro. El último relato, Diez de diciembre, también provoca el genuino estremecimiento que va más allá de la habilidad estilística al presentarnos a dos personajes desamparados a los que sin embargo Saunders dota con la gracia de la generosidad.

Editorial Alfabia

Traducción de Ben Clark

jueves, 21 de mayo de 2015

Los dos hoteles Francfort, de David Leavitt


Sin ser uno de esos cada vez más abundantes libros protagonizados por escritores ni de aquellos otros en los que el autor introduce una novela dentro de la novela, en Los dos hoteles Francfort DavidLeavitt presenta hasta cuatro escritores diferentes y en la parte final desliza un completo resumen de una novela policíaca (que, por cierto, dan ganas de leer). Pero, en este caso sí, los escritores podrían haber tenido cualquier otro oficio, de hecho este es secundario: los hechos, por encima de la creación, son los que importan.

Y es que la mayor habilidad del autor en este libro es construir una historia muy “literaria” (Lisboa en los inicios de la Segunda Guerra Mundial, exiliados y posibles espías, relaciones sentimentales muy complejas) y que a la vez todo suene natural, sincero y creíble. Por ejemplo, la descripción de la ciudad puede parecer un decorado teatral, la típica ciudad histórica europea vista con los ojos inexpertos de un norteamericano, pero los detalles y el sabor (más o menos recreado) revelan una autenticidad no impostada.




A poco que se conozca la obra de Leavitt, su voz será inmediatamente reconocible. Su capacidad para introducirse en los pliegues mentales y morales de sus personajes, para sumergirlos en sus contradicciones y descubrir las múltiples personas que viven en cada ser humano caracterizan una escritura adulta y desprejuiciada que enfrenta el sentido de la responsabilidad y los deseos del corazón, con unas consecuencias trágicas, y en tal sentido inevitables.

Desde el principio de Los dos hoteles Francfort Leavitt despliega una madurez narrativa que se manifiesta en su capacidad para sugerir mucho más de lo que cuenta, a la vez que construye una armazón argumental sin fisuras, en la que incluso las casualidades más increíbles se aceptan sin chirridos. También es cierto que en algún momento la historia parece detenerse, pero en la parte final Leavitt recupera el pulso y, al igual que su protagonista, asume todas las responsabilidades de sus acciones: ya no hay vuelta atrás.

Editorial Anagrama

Traducción de Jesús Zulaika

martes, 19 de mayo de 2015

Experimento en autobiografía, de H. G. Wells


Hoy en día H. G. Wells es recordado sobre todo por sus novelas de ciencia ficción, obras como La máquina del tiempo o El hombre invisible que se pueden considerar como fundacionales. Pero curiosamente estos fueron los primeros libros escritos por Wells, y tanto su personalidad como su obra van mucho más allá de este limitado campo. Socialista convencido, ateo en una época en la que no era común admitir tal “pecado” y defensor del amor libre, Wells se adelantó a su tiempo no tan solo en su literatura, sino también en su vida.

El mismo Wells reconoce en este Experimento en autobiografía que sus novelas de temática sexual serían las primeras en ser olvidadas, pero hubiera lamentado que no fueran las únicas en pasar a un segundo plano. Su inquietud intelectual también le llevó a escribir numerosos textos políticos (su pasión siempre fue lograr la paz mundial a través de un gobierno internacional) e históricos (conocemos su Breve historia del mundo, encomiable intento divulgativo, aunque hoy ha quedado desfasado), además de numerosas novelas de gran ambición y éxito en su momento, aunque hoy se haya perdido su rastro.

En Experimento en autobiografía Wells deja claro desde el principio que a estas alturas de su vida (redactó el libro a los setenta años, cuando ya no tenía nada que demostrar), había decidido escribir el libro primero para sí mismo, y solo de manera secundaria para los lectores. A través de este experimento pretendía construir un relato de su propia vida, desenmascarar a la persona que se escondía detrás de la figura pública llamada H. G. Wells y tratar de comprender el sentido de su existencia. Desde luego, ambición no le faltaba.




Al final lo que consiguió fue un voluminoso libro muy detallado en algunos aspectos (conocemos la dureza de su humilde infancia, su lucha por conseguir un lugar prominente en una sociedad que no se lo ponía fácil a los recién llegados, sus cuitas sentimentales, sus posiciones políticas y filosóficas en todo tipo de temas), pero que pasa muy de refilón sobre su perfil literario. Wells apenas hace mención al proceso creativo ni se detiene demasiado en hablar de sus novelas: quizá pensaba que para eso ya estaban las novelas mismas.

Experimento en autobiografía también se lee como un registro de algunas de las personalidades más relevantes de su época. Como siempre pasa con este tipo de libros, es curioso cómo el autor pone a la misma altura a autores hoy todavía reverenciados, caso de Henry James o Georges Bernard Shaw, y a otros que solo sonaran a los especialistas. En cualquier caso, su juicio queda más que en entredicho cuando vemos que se rinde en alabanzas nada menos que ante Stalin, al que Wells ve como garante de la paz y la prosperidad.

Wells, de formación científica, siempre ha sido valorado por su gran inventiva y por su capacidad para crear mundos fantásticos, pero su estilo es más bien romo. En una escena que parece sacada del manual de la autobiografía literaria, Wells cuenta cómo de niño sufrió una enfermedad que le mantuvo unos meses en cama, lo que despertó su vocación literaria, ya que durante su tiempo de inactividad forzada se dedicó a devorar novela tras novela. En su autobiografía, limitado el espacio para la imaginación, encontramos a un Wells sin coartadas, precisamente al Wells que el mismo autor se había propuesto desvelar.

Editorial Berenice

Traducción de Antonio Rivero Taravillo y David Cruz Acevedo

jueves, 14 de mayo de 2015

Lo puro y lo impuro, de Colette


Se suele decir que después de la I Guerra Mundial Europa sufrió una ruptura con los valores tradicionales, expresada en el arte a través de la corriente decadentista, pero en realidad esta tradición venía ya de lejos y en especial la literatura francesa contaba con destacados antecesores, de Huysmans a Villiers de L'Isle Adam, de los cuales Colette, con su ambigüedad, su franqueza sexual y su imagen como representante de la liberación de la mujer sería la más (in)digna heredera.

Gran parte de esta literatura tenía como objetivo épater le bourgeois, por lo que en la actualidad, cuando ya nadie se escandaliza de nada, ha quedado gravemente desfasada. Pero en Lo puro y lo impuro Colette se muestra más comedida de lo habitual, quizá porque con el paso del tiempo su pasión se ha moderado y su visión del mundo es más fría y distante. Frente al espejismo de la vida alegre y despreocupada en el que siempre se ha sentido tan cómoda, ahora la autora detecta la agonía y el abrumador peso de la ligereza.




Colette también quiere despejar malentendidos sobre el lesbianismo, tema sobre el que cree que nunca se ha escrito con la misma seriedad que la dedicada a la homosexualidad masculina. Detrás de mitos y confusiones, la escritora encuentra personas reales, y su propia experiencia le sirve para comprender más allá de las ideas recibidas y de las caricaturas habituales. Esta vez sin propósito alguno de provocar, Colette quiere mostrar las cosas tal y como son.

En conjunto, parece como si todos los personajes invitados por la autora a sus páginas se movieran a cámara lenta, imbuidos del ambiente de fumadero de opio donde se inicia el libro. Sus acciones siempre son postergadas, sus convicciones cambiantes. El retrato que Colette realiza de estos personajes sí es decadente, pero no se queda en la superficialidad y busca en el trasfondo de su drama los restos de su valor y su libertad. Así, en la última parte también hay espacio para la elegía, para lo “puro” que anuncia el título.

Editorial Global Rhythm
Traducción de Gabriel Hormaechea


miércoles, 13 de mayo de 2015

La polilla y la herrumbre, de Mary Cholmondeley


La polilla y la herrumbre es uno de esos libros a las que un resumen argumental no les haría justicia (y, ya puestos, tampoco su poco atractivo título), porque además de que esta sinopsis sería bastante escueta, la historia situada a principios del siglo XX en la campiña inglesa de unas jóvenes casaderas, sus cuitas sentimentales y la destrucción de unas cartas como elemento clave en el desarrollo dramático pueden evocar una amalgama de tópicos mil veces vistos a los que daría pereza regresar.

Y sin embargo la novela de Mary Cholmondeley ofrece sorpresas inesperadas. La autora ni tan siquiera trata de convertir su libro en una parodia de esas historias románticas tan trilladas, sino que su ejecución es mucho más sutil, aceptando de pleno los rigores del género para, desde dentro, darles una vuelta completa. Al leer La polilla y la herrumbre es irremediable pensar en Jane Austen, su ironía y su antirromanticismo, pero escrita un siglo después de las obras maestras de Austen, en esta novela también encontramos una intromisión directa de la autora que dota al libro de una modernidad insospechada.




Se percibe claramente que Cholmondeley tiene demasiado cariño a sus personajes para burlarse de ellos, por eso aunque a menudo los vea con cierto distanciamiento, predomina la compasión. Anne, la aristócrata inteligente y demasiado perceptiva para su propio bien, no es una caprichosa indolente ni una soberbia que mira el mundo por encima del hombro, sino que es capaz de analizar con lucidez su entorno y sacar conclusiones que no siempre redundan en su beneficio, pero que le permiten comprender y actuar en consecuencia, convirtiéndose en ese extraordinario ejemplar de personas capaz no solo de asesorar a los demás, sino de seguir sus propios consejos

Pero el verdadero centro de la novela es Janet, la ingenua muchacha de una clase social inferior que de pronto se ve inmersa en un mundo cuyas claves no sabe manejar y que se verá decepcionada cuando conozca por experiencia propia el desastre al que puede llevar el amor, en el que confía demasiado. Solo gracias a su encuentro con otros personas de bien y a los consejos de Anne podrá superar los momentos en los que parece que el mundo se le viene literalmente abajo. Pero no saldrá indemne de sus decepciones y al final será consciente de que el esplendor ha pasado fugazmente.

Editorial Periférica

Traducción de Ricardo García Pérez

martes, 12 de mayo de 2015

Famosos impostores, de Bram Stoker


En Famosos impostores Bram Stoker trata sobre todo tipo de falsarios: desde estafadores sin escrúpulos hasta magos y brujas (y cazadores de las mismas), pasando por pretendientes al trono salidos de la nada y mujeres travestidas. Pero su atención se detiene al tratar una leyenda sin aparentes trazos de verosimilitud, que sin embargo cautivó a Stoker, quien tras una ardua investigación llegó a creer en la posibilidad de su certeza. Según esta teoría, Isabel I de Inglaterra no fue una Reina Virgen, sino un hombre de pelo en pecho.

Es curioso que una persona del talento de Stoker, y más todavía, con los conocimientos especiales sobre el tema que poseía, pudiera dejarse atrapar por una historia tan increíble (y, todo hay que decirlo, las pruebas que aportan sus pesquisas no es que sean muy reveladoras). Quizá el autor se dejó llevar por la novelería, o quizá simplemente trató de jugarsela a sus lectores demostrando que la impostura más descarada puede llegar a hacerse pasar por verdad si está bien contada.




Aparte de la fabulosa historia de Isabel I, se nota que Stoker se lo pasó en grande recopilando el resto de narraciones, no por menos trascendentes carentes de interés. Por definición los personajes que trata son muy peculiares y proclives a provocar situaciones hilarantes. Cada historia tiene su moraleja (el impostor nunca sale bien parado, aunque también será porque si triunfa es porque su estratagema nunca fue descubierta) y Stoker se toma con humor estos devenires tan particulares.

Como escritor, Stoker no podía evitar comparar su oficio al de estos suplantadores. Pero es más, Stoker dedicó toda su vida al teatro, así que los paralelismos no podían ser más evidentes. Pero el propio autor tendría fácil su defensa: su impostura era honrada y su trato con el cliente claro: te iba a engañar, pero tú sabías que iban a engañarte, y te gustaba que así fuera. Pero quizá, y de ahí la fábula sobre Isabel I, a veces le tentaba dar un paso más allá. ¿Lo dio?

Editorial Melusina

Traducción de Albert Fuentes

lunes, 11 de mayo de 2015

Al pie de la escalera, de Lorrie Moore


La decisión más importante para un escritor a la hora de construir una novela no es tanto la historia que va a contar, que de alguna manera se le impone, como el punto de vista desde el que va a narrarla. En el caso de Al pie de la escalera a Lorrie Moore se le debió de instalar en la boca una sonrisa de satisfacción cuando dio con la voz de Tassie, que no solo le solucionaba un montón de problemas sino que le permitía desarrollar un brillante personaje con el que capturar al lector.

Tassie es una joven universitaria que todavía no se ha desprendido de la incertidumbre adolescente, tara con la que penetra en un mundo adulto que supera todas sus precauciones y en el que es incapaz de moverse con soltura. Sin embargo, armada con su ironía y con su visión excéntrica de la vida podrá desenvolverse en situaciones para las que no está preparada con ánimo y persistencia, aunque en última instancia se siga sintiéndose totalmente desplazada.




Gracias a la particular visión de Tassie las historias de Al pie de la escalera, que van de la banalidad a la tragedia sin punto de ruptura, tienen una apariencia de naturalidad. Los personajes que irrumpen en su vida pueden parecer personas normales, con las típicas carencias y cualidades de cualquier ser humano, pero pasados por la máquina reinterpretativa que es la mente de Tassie se convierten en sujetos extraordinarios, difíciles de descifrar y tan perdidos como ella misma.

Contados con la perspectiva del tiempo, cuando la Tassie adulta solo puede ver con ironía su ingenuidad, los hechos narrados cobran una trascendencia que en el momento en el que tuvieron lugar no fue capaz de detectar, pues para ella suponían el fin del mundo. Con Tassie Moore tiene un medio ideal para desplegar toda sus habilidades literarias y, lo que no es menos relevante, un humor tan inocente como brutales pueden ser sus vivencias.

Editorial Seix Barral
Traducción de Francisco Domínguez Montero


jueves, 7 de mayo de 2015

Thérèse Desqueyroux, de François Mauriac


François Mauriac es uno de esos autores de enorme prestigio (premio Nobel incluido) que sin embargo ya casi no se lee. Pero hay una novela que no solo mantiene intacta su aura de clásico, sino que al menos en Francia sigue siendo una lectura habitual y que incluso cuenta con una reciente adaptación cinematográfica: Thérèse Desqueyroux, . Seguramente su pervivencia se deba a que, como dice Jean Touzot en el prólogo, el personaje de Thérèse tiene la complejidad y la fuerza suficientes para convertirla en una de esas creaciones inmortales de la literatura.

Es inevitable al leer el libro de Mauriac el pensar en la Emma Bovary de Flaubert, aunque frente a la ironía e incluso desprecio flauberiano hacia su criatura, Mauriac muestra mucha mayor comprensión e incluso simpatía. Y no es que justifique sus actos, pero al lograr entenderlos consigue que la novela no sea la denuncia de un comportamiento criminal o una burla de una señora de provincias, sino un retrato ajustado y matizado sobre el sufrimiento de una mujer que no encuentra su camino.




Al otorgar la voz a Thérèse, Mauriac consigue que el lector entre en su atormentada mente. No se trata solo de una cuestión de descripciones (también aquí Mauriac se muestra magistral en el dibujo de paisajes y ambientes), ni en el relato aséptico de una vida como cualquier otra, que no debería haber conducido a la tragedia, sino como mucho al drama cotidiano, sino de la propia experiencia e Thérèse, quien repasa su vida desde la perspectiva del derrumbe y el desconcierto actual.

Mauriac siempre se muestra elusivo, sin explicar en detalle los sucesos aludidos, ni tan siquiera los más determinantes, que sin embargo se entienden sin problemas; también en la construcción de los personajes, cuyas motivaciones siempre son esquivas. Pero es precisamente este tono difuso el que da profundidad y realismo a la historia que se cuenta, a esta Thérèse de carne y hueso, perdida y abandonada en su propia perplejidad.

Editorial Bernard Grasset

Edición en castellano en Cátedra

martes, 5 de mayo de 2015

Una y otra vez, de Kate Atkinson


Al empezar Una y otra vez parece que estamos ante una de esas ucronías del tipo “qué pasaría se Hitler hubiera muerto antes de llegar al poder”, pero enseguida nos damos cuenta de que el propósito de Kate Atkinson es más intimista, y a la vez quizá más ambicioso. Porque detrás del lado más llamativo de la novela (una vida que se trunca y se reinicia repetidamente, a la que el lector vuelve reiteradamente asistiendo a sus múltiples variantes) hay una filosofía mucho más profunda, un sentido del destino.

Aunque el libro se lee con fascinación e incluso ansiedad, en realidad no se trata de una tarea fácil. Por el contrario, Atkinson demanda toda la atención del lector. Así, sin en la primera parte este se entrena en el concepto circular de la historia, como tanteando un terreno en el que todavía no conoce bien a sus habitantes, en la segunda parte la autora redobla la apuesta y acelera los viajes en el tiempo, que van más allá de las continuas reaperturas para ofrecer varios cambios de escenario sin aparente continuidad en una misma página.




Pero la maestría de Atkinson está en que, a cambio de esta atención, ofrecer un universo de posibilidades, una historia tan bien construida que recuerda a esas novelas inglesas de principios de siglo citadas en Una y otra vez (Forster, Conrad), impecablemente ejecutadas y que avanzan sin que ningún impedimento técnico las pueda detener. También nos ha recordado a las mejores novelas de Margaret Atwood, sobre todo en su impudor a la hora de utilizar un género normalmente considerado como menor y darle categoría de gran clásico.

A Atkinson, que se hizo famosa por sus novelas de detectives, desde luego no le amilana este salto de categorías y demuestra que puede escribir mejor que cualquiera de esos autores supuestamente más prestigiosos y ocupados en la “gran literatura”. Lo que nos hace pensar en Stephen King, ya que Una y otra vez también tiene algunos puntos en común con 22/11/63. Como en aquella, la resolución es una sombra inquietante durante toda la narración. ¿Cómo podrá salir de esta Atkinson? Quizá el destino esté en los otros.

Editorial Lumen
Traducción de Patricia Antón


lunes, 4 de mayo de 2015

Familias como la mía, de Francisco Ferrer Lerín


En Níquel, novela que junto a Nora Peb conforma Familias como la mía, Francisco Ferrer Lerín se las arregla para incluir escenas de la vida cultural barcelonesa del tardofranquismo, más patéticas que divinas, partidas de póquer con aroma a El buscavidas, pasión ornitológica despreocupada de cualquier intención narrativa, sicarios que parecen salidos de una película de serie B e incluso las andanzas de unos agentes de los servicios secretos acordes con las teorías conspiratorias más enloquecidas.

Y todo tiene sentido. O al menos lo parece mientras se lee el libro, empujado el lector por el afán descriptivo y emocional de Ferrer Lerín, quien no tiene miedo al barroquismo ni al efecto acumulativo de tal cantidad de temas dispersos. Porque lo que se impone es la voz del protagonista, Pablo Amatller (quien a veces firma con el pseudónimo de Francisco Ferrer Lerín). Pablo, o Paolo, cuenta los avatares de su juventud como si fuera el protagonista de una película de género negro, en la que la verosimilitud no está entre sus virtudes (ni sus preocupaciones).




Ferrer Lerín se las arregla para sacar comicidad de las escenas más escabrosas, erotismo en las situaciones menos excitantes, intriga en las tramas más peregrinas. Incluso cuando parece perder el hilo de la historia y divaguea por sus obsesiones personales, consigue mantener la atención del lector, atento a no perderse ninguna de las claves más o menos ocultas con las que juega el autor. De cualquier manera Ferrer Lerín deja el campo abierto y muchas lagunas en su historia, supuestamente resueltas en la continuación, pero...

En una escena de Níquel Pablo confiesa su debilidad por Faulkner, y en especial por su relato El oso. Pero será en Nora Peb cuando esta influencia se hará más evidente. Los disparates más o menos coherentes de la primera parte dan paso aquí a un desbordamiento de los márgenes de la tradición literaria y el autor parece disfrutar jugando al desconcierto, maquinando la destrucción del sentido narrativo y proponiendo una infructuosa búsqueda de sentido. Por desgracia, al contrario de lo que pasaba en Níquel, parece uno de esos experimentos en los que disfruta más el autor que el lector.


Editorial Tusquets