En
Níquel, novela que junto a Nora Peb conforma Familias como la mía, Francisco Ferrer Lerín se las arregla para incluir
escenas de la vida cultural barcelonesa del tardofranquismo, más
patéticas que divinas, partidas de póquer con aroma a El
buscavidas, pasión ornitológica despreocupada de cualquier
intención narrativa, sicarios que parecen salidos de una película
de serie B e incluso las andanzas de unos agentes de los servicios
secretos acordes con las teorías conspiratorias más enloquecidas.
Y
todo tiene sentido. O al menos lo parece mientras se lee el libro,
empujado el lector por el afán descriptivo y emocional de Ferrer
Lerín, quien no tiene miedo al barroquismo ni al efecto acumulativo
de tal cantidad de temas dispersos. Porque lo que se impone es la voz
del protagonista, Pablo Amatller (quien a veces firma con el
pseudónimo de Francisco Ferrer Lerín). Pablo, o Paolo, cuenta los
avatares de su juventud como si fuera el protagonista de una película
de género negro, en la que la verosimilitud no está entre sus
virtudes (ni sus preocupaciones).
Ferrer
Lerín se las arregla para sacar comicidad de las escenas más
escabrosas, erotismo en las situaciones menos excitantes, intriga en
las tramas más peregrinas. Incluso cuando parece perder el hilo de
la historia y divaguea por sus obsesiones personales, consigue
mantener la atención del lector, atento a no perderse ninguna de
las claves más o menos ocultas con las que juega el autor. De
cualquier manera Ferrer Lerín deja el campo abierto y muchas lagunas
en su historia, supuestamente resueltas en la continuación, pero...
En
una escena de Níquel Pablo confiesa su debilidad por
Faulkner, y en especial por su relato El oso. Pero será en
Nora Peb cuando esta influencia se hará más evidente. Los
disparates más o menos coherentes de la primera parte dan paso aquí
a un desbordamiento de los márgenes de la tradición literaria y el
autor parece disfrutar jugando al desconcierto, maquinando la
destrucción del sentido narrativo y proponiendo una infructuosa
búsqueda de sentido. Por desgracia, al contrario de lo que pasaba en
Níquel, parece uno de esos experimentos en los que disfruta
más el autor que el lector.
Editorial
Tusquets
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