lunes, 4 de mayo de 2015

Familias como la mía, de Francisco Ferrer Lerín


En Níquel, novela que junto a Nora Peb conforma Familias como la mía, Francisco Ferrer Lerín se las arregla para incluir escenas de la vida cultural barcelonesa del tardofranquismo, más patéticas que divinas, partidas de póquer con aroma a El buscavidas, pasión ornitológica despreocupada de cualquier intención narrativa, sicarios que parecen salidos de una película de serie B e incluso las andanzas de unos agentes de los servicios secretos acordes con las teorías conspiratorias más enloquecidas.

Y todo tiene sentido. O al menos lo parece mientras se lee el libro, empujado el lector por el afán descriptivo y emocional de Ferrer Lerín, quien no tiene miedo al barroquismo ni al efecto acumulativo de tal cantidad de temas dispersos. Porque lo que se impone es la voz del protagonista, Pablo Amatller (quien a veces firma con el pseudónimo de Francisco Ferrer Lerín). Pablo, o Paolo, cuenta los avatares de su juventud como si fuera el protagonista de una película de género negro, en la que la verosimilitud no está entre sus virtudes (ni sus preocupaciones).




Ferrer Lerín se las arregla para sacar comicidad de las escenas más escabrosas, erotismo en las situaciones menos excitantes, intriga en las tramas más peregrinas. Incluso cuando parece perder el hilo de la historia y divaguea por sus obsesiones personales, consigue mantener la atención del lector, atento a no perderse ninguna de las claves más o menos ocultas con las que juega el autor. De cualquier manera Ferrer Lerín deja el campo abierto y muchas lagunas en su historia, supuestamente resueltas en la continuación, pero...

En una escena de Níquel Pablo confiesa su debilidad por Faulkner, y en especial por su relato El oso. Pero será en Nora Peb cuando esta influencia se hará más evidente. Los disparates más o menos coherentes de la primera parte dan paso aquí a un desbordamiento de los márgenes de la tradición literaria y el autor parece disfrutar jugando al desconcierto, maquinando la destrucción del sentido narrativo y proponiendo una infructuosa búsqueda de sentido. Por desgracia, al contrario de lo que pasaba en Níquel, parece uno de esos experimentos en los que disfruta más el autor que el lector.


Editorial Tusquets

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