jueves, 25 de junio de 2015

La mirada del observador, de Marc Behm


Si La mirada del observador se sale de todos los cauces tradicionales del género negro, quizá su desvío más llamativo es que, sin buscar en ningún momento la empatía con sus protagonistas, de alguna manera Marc Behm se las arregla para que el lector no solo se preocupe por su destino, sino que se ponga de su lado. Y eso que ella es una asesina despiadada y él un enloquecido detective. Incluso en los momentos en los que aparentemente se intenta mostrar algo de humanidad, como la escena de la despedida navideña, en lugar de optar por el recurrido melodrama, Behm mantiene la frialdad y la distancia.

Tampoco se lo pone fácil al lector el estilo alucinado del Ojo, punto de vista desde el que se narra la historia. Su obsesión le ha perturbado la mente hasta el punto de que en muchos pasajes no queda claro si lo que se está contando es real o una alucinación. Su omnipresencia, su transgresión de cualquier código moral a la hora de ejercer su papel de ángel de la guarda, le convierten en algo así como un dios demente capaz de cometer cualquier crimen con tal de salvar a su criatura. Y, sin embargo, el lector no puede evitar el deseo de que las cosas, por una vez, les salgan bien.




Behm, que también era un excelente guionista, se lo juega todo con una estructura reiterativa en la que una fuga continua y acelerada tiene la contradictoria apariencia de un estancamiento. Las escenas muy similares se suceden y los motivos se repiten sin que parezcan llevar a ninguna parte. Pero lo que en realidad consigue con este juego del gato y el ratón, en el que el gato no tiene ninguna intención de comerse a su presa, es trasmitir un agobio y una sensación de angustia puramente físicos. También cuando el ratón quede exhausto y sin posibilidad de reacción el lector sufrirá el mismo padecimiento

La herencia del género negro que Behm si respeta es el estilo sincopado. Con frases muy cortas y escenas elípticas, el autor dota de un ritmo inquebrantable a una narración que se mueve entre la sugerencia, el despiste y el desconcierto. Aquí no se trata de resolver un misterio, y llegado un punto ni tan siquiera hay grandes cuestiones que resolver, pero el autor envuelve todo el relato de una sensación de urgencia que se traspasa desde las páginas a la mente del lector. Por una vez no se trata de que el crimen sea castigado; la paz solo llegará con la derrota. 

Editorial RBA
Traducción de Beatriz Pottecher

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