viernes, 24 de julio de 2015

Lo difícil que es pisar el asfalto en Broadway, de Enrique Jardiel Poncela


Lo primero que llama la atención al leer Lo difícil que es pisar el asfalto en Broadway, recopilación de textos varios escritos por Enrique Jardiel Poncela a principios de los años 30, es comprobar lo poco que ha cambiado España (y los españoles) en este tiempo. Y eso que Jardiel era un español muy atípico, pero su retrato de personas y costumbres podría haberse escrito ahora mismo sin apenas modificaciones.

Una de las mejores secciones del libro son las “Cartas al tío Robbie”, una especie de Cartas Marruecas en las que el autor escribe a su supuesto tío escocés sobre la idiosincrasia española. Jardiel trata los tópicos habituales (desde los toros al turismo) con un desprendimiento que hace que él mismo parezca el extranjero, incapaz de comprender del todo la psicología nacional. Pero es precisamente este distanciamiento lo que hace las observaciones de Jardiel tan perspicaces y atinadas.




El grueso del libro lo forman los viajes de Jardiel, especialmente su estancia en Estados Unidos. Con unos ojos asombrados y un estilo en el que siempre predomina el característico humor entre sentimental y disparatado del autor, Jardiel retrata un mundo moderno, casi de ciencia ficción, pero siempre desde la comparación con España, lo que no deja de ser una manía muy patria (muy expresivamente, uno de los capítulos se titula “New York, la ciudad menos parecida a Madrid que más se parece a Madrid”).

Especial relevancia tienen las anécdotas referidas a Hollywood y al mundo del cine en particular. Jardiel fue uno de los pioneros españoles en la industria americana, pero en un lugar de detenerse en citar nombres o hacer ostentación de lujo y gloria, el autor prefiere detenerse en los detalles más costumbristas de su estancia, reflejando con ironía las costumbres indígenas que tan particulares le parecen. Al fin y al cabo, las gentes del cine son iguales en todas partes.

Lo difícil que es pisar también incluye una selección de cuentos, muy influidos por Edgar Allan Poe. “El secreto de Maximo Marville” y “Jack el Destripador” son aproximaciones juveniles sin más valor que la curiosidad bibliográfica, mientras que “Sencillez fragante” es una historia romántica en la que lo único sorprendente es su moralismo sin atenuantes. “La puerta franqueada” y “El plano astral” ya tienen algo más de la destilación típica en Jardiel, aunque la ambientación gótica les da una pátina literaria muy poco personal.


Editorial Planeta

jueves, 23 de julio de 2015

Alma Cogan, de Gordon Burn


Quizá el motivo por el que Alma Cogan no haya sido editado en español sea que en nuestro país poca gente ha oído hablar de esta cantante, una de las intérpretes melódicas más exitosas de Gran Bretaña en los años 50. Pero aparte del hecho de que al parecer incluso en su país de origen ya se trata de un personaje olvidado (al menos hasta que fue recuperado por Gordon Burn), lo cierto es que este desconocimiento en nada afecta a la calidad literaria de la novela.

Porque Burn deja claro desde el principio que Alma Cogan una novela, basada en hechos reales, como se suele decir, pero producto de la fantasía, como demuestra un hecho no menor: aunque la verdadera Cogan murió en 1966, el libro está narrado por la propia intérprete a mediados de los años 80. Más que un juego literario (expresado con el mayor respeto), el propósito de Burn es establecer de esta manera radical uno de los motivos de la novela: para una artista el olvido es algo muy parecido a la muerte.




Cogan, con la mediación de Burn, recupera sus días gloriosos, pero lo hace sin embellecer el pasado. Es más, uno de los puntos principales en los que se apoya el autor es en el desmantelamiento del mito, en el ataque despiadado a uno de los mayores incordios de la sociedad actual: la nostalgia. Para Cogan esos años de vino y rosas en realidad están teñidos por la inseguridad, el horror y una continua sensación de inquietud.

No sería muy difícil establecer un paralelismo entre Cogan y una figura como la de Amy Winehouse. Cierto que Cogan no pasó por los problemas de adicción que finalmente acabaron con la vida de Amy, pero sí que sufrió el mismo acoso de los fans, esa sensación de estar rodeada y sin posibilidad de escape. En la parte final de la novela, cada vez más turbia y agobiante, Cogan tendrá que hacer frente a la locura y la violencia desbocada. Sin tenerlas todas consigo, el lector pensará: menos mal que es una novela.


Editorial Minerva

miércoles, 22 de julio de 2015

París, de Edward Rutherfurd


Escribir un libro como París se parece mucho a construir un gran edificio. Lo primero es tener una base firme, cimentada gracias a unos conocimientos históricos tan sólidos como imperceptibles deben ser para el visitante. En segundo lugar, hay que tener una planificación exhaustiva, propiciando que todas las piezas encajen cuando sea necesario, aunque esta parte también debe pasar inadvertida para el lector en beneficio de una mayor naturalidad. En último lugar, hay que conseguir una integridad y una fluidez que maticen la grandiosidad y permitan pasearse por sus salones-páginas con la ligereza y el asombro que transforman un edificio en un monumento.

Esta mezcla de despliegue de recursos y sencillez es lo primero que debemos valorar en el trabajo de Edward Rutherfurd. Pese a que en las 800 páginas de París recorre 700 años de una de las ciudades con más historia de Europa, en ningún momento cae en la grandilocuencia ni en la pesadez que lastra muchas novelas históricas, imbuidas de una trascendencia que no le siente bien al género. Por eso, al contrario de lo que pasa en muchas de estas novelas, en París apenas hay de esos pasajes que se pueden saltar sin remordimiento: aquí todo tiene sentido, no hay relleno, sino escenas que en todo momento hacen avanzar la historia.

Rutherfurd también sabe aprovechar en su beneficio lo que en otras novelas históricas es una rémora: los cameos de personajes famosos. Cierto que en París aparecen desde Enrique IV hasta Hemingway, pasando por Villon o Picasso, pero en ningún momento transmite la sensación de impostura, de estar metidos con calzador. Al contrario, dada la elaborada estructura de la novela, con continuos saltos hacia atrás y hacia delante, estos personajes consiguen a la vez completan el panorama e introducir una veracidad histórica que, bien combinada con las peripecias de los personajes de ficción, enriquecen las diversas tramas.




Otro constraste que Rutherfurd sabe utilizar muy apropiadamente es la conjunción de grandes sucesos históricos con las vidas particulares de sus protagonistas. En París asistimos a la matanza de san Bartolomé, a la construcción de la torre Eiffel o la lucha de la resistencia durante la Segunda Guerra Mundial. Pero esto no es más que el telón de fondo en el que se desarrollan las vidas de media docena de familias que, sin voluntad alguna de simbolismo, atraviesan la historia de Francia para constituir su verdadera esencia. Desde los aristócratas muy conscientes de su valía hasta los siempre derrotados por la historia, el autor pinta un completo panorama social que trasciende el determinismo gracias a la fuerza de los sentimientos más humanos.

También se puede poner en el haber de Rutherfurd, y este es su mayor logro, que en la construcción de sus personajes no caiga en el esquematismo. El impulso creativo del autor enlaza claramente con Victor Hugo (también con Balzac, y en algún caso, lo que no deja de ser sorprendente en un libro de este tipo, incluso con Proust), pero más allá de su ambición de escribir una gran novela de acontecimientos, destaca su habilidad para perfilar personajes de una gran complejidad. No se trata de buenos y malos, sino que cada familia en general y cada individuo en particular tiene su propio bagaje, sus motivaciones, su ambivalencia. Y al unirse es cuando vemos el verdadero rostro de París, ese que es imposible de captar en una foto fija y que este París nos permite atisbar.


Editorial Roca

Traducción de Dolors Gallart y Ana Herrera

viernes, 17 de julio de 2015

¡Melisande! ¿Qué son los sueños?, de Hillel Halkin


Puede haber muchos motivos por los que Hillel Halkin no publicó su primera novela hasta cumplir los 73 años, pero si algo queda claro al leer ¡Melisande! ¿Qué son los sueños? es que Halkin no posee precisamente una gran imaginación. Grave rémora para un autor de ficción, se dirá. Pero si hay una lección que sacar tras concluir ¡Melisande! es que con una sólida base literaria, una buena capacidad de observación y una gran habilidad técnica, la imaginación pierde relevancia.

Porque si Hoo, el narrador de la novela, parece vivir un continuo déjà vu, no ya en su rememoración biográfica, sino en el momento mismo en el que experimenta los sucesos que marcan su vida (diversas teorías sobre la reencarnación, ya sea desde la perspectiva hinduista o desde la romántica dan densidad conceptual a la novela), lo cierto es que el lector experimenta la misma sensación de estar ante algo ya conocido. Hasta los desvíos más inesperados, como la inclusión de un relato de raíz bíblica o el brillante juego de las notas recuperadas, tienen en Halkin cierto regusto de fórmula.




Ciertamente, ¡Melisande! se puede leer casi como un repaso a la literatura norteamericana del siglo XX, con huellas evidentes de Salinger, Kerouac o Cheever (curiosamente, pese a ser Halkin un convencido sionista y estudioso del judaísmo, las referencias tan típicamente literarias a las peculiaridades de los judíos no están presentes en la novela, aunque tampoco sería difícil encontrar similitudes con los personajes de Isaac Bashevis Singer o Saul Bellow). Además, en lo que ya puede ser una apreciación más discutible, me pareció que un tono muy truffautiano sobrevuela por todo el libro.

Todas estas referencias, sombras y homenajes, que sin embargo no se confunden en un popurrí, hacen que ¡Melisande! adquiera diversas lecturas: por una parte se puede disfrutar como una gran historia de amor de elaboración exquisita, y por otro lado también como un experimento estilístico de sabia depuración. La única lástima es que tan prodigiosa alquimia, por muy admirable que sea, no permite espacio para el autentico sentimiento. Y de la imaginación podemos prescindir, pero de la verdad no.

Editorial Libros del Asteroide

Traducción de Vanesa Casanova

jueves, 16 de julio de 2015

Cabaret Biarritz, de José C. Vales


Como se cuenta en Cabaret Biarritz, fue precisamente el libro de Hemann O. F. Goedsche Biarritz la base sobre la que se construyó la infamia conspirativa sobre los sabios de Sión, peripecia que hace unos años noveló Umberto Eco en El cementerio de Praga. Al igual que Eco, José C. Vales combina los trucos melodramáticos y los golpes de efecto de la literatura folletinesca con los más posmodernos recursos de la ficción para, con una base tan transitadas como las historias de muertes espantosas, sociedades secretas y amores desbocados, construir una novela tan ingeniosa, bien trabada y feliz que solo esos críticos cuyo cadáver tarda dos años en ser encontrado podrían calificar de superficial.

En Cabaret Biarritz nos encontramos con varias decenas de personajes que con su propia voz van tejiendo la narración. Esta técnica ya de por sí endiablada (no es nada fácil contar una historia de manera coral) tiene su verdadero valor en la capacidad de Vales para dotar a cada narrador de un estilo individualizado. Desde el erudito que tachona su discurso con multitud de citas latinas hasta la criada que habla en monólogo interior, Vales consigue que cada una de sus creaciones cobre vida a través de las palabras. Y todo sin perder la perspectiva de conjunto: el lector atento podrá descubrir sutiles semillas dispersadas aquí y allá y que de repente florecen donde menos se lo espera.




Pero la riqueza de Cabaret Biarritz no se acaba en este virtuosismo polifónico, sino que el entramado argumental también juega en múlitples planos. En primer lugar se encuentra la enumeración sucinta de sucesos extraordinarios que tienen lugar en Biarritz, 1925. Varias muertes de aspecto fortuito pero de cadencia sospechosa. Después se sitúa la investigación del reportero Vilko y el fotógrafo Galet, a los que se unirá la intrépida Beatrix, quienes no se creen tantas coincidencias. En un tercer nivel se sitúa la investigación que tres lustros después llevará a cabo el escritorzuelo Miet, quien intenta atar todos los cabos sueltos regresando al lugar del crimen y entrevistando a protagonistas y secundarios.

Para completar el cuadro se precisa la participación del lector, quien deberá completar una historia que se le presenta fragmentada e incompleta. Y aquí aparece la parte posmoderna de la novela, aunque a estas alturas ya se podría decir que el recurso ha alcanzado el estatus de clásico. Vales ha construido una novela puramente literaria en la que no faltan ni el falso prólogo ni las notas del impertinente traductor (este, que alcanza la categoría de personaje con entidad propia, es uno de los grandes aciertos del libro), pero donde muchas novelas que van de modernas fracasan porque ya todos tenemos los dedos pelados de pasar páginas similares, Vales triunfa por su sentido lúdico, por su brillantez estilística y por saber tomarse el juego con la mayor seriedad exigible.


Editorial Destino

miércoles, 15 de julio de 2015

En pos de la flama, de Samantha Power


Con En pos de la flama descubrimos que la vida de Sergio Vieira de Mello se puede confundir con la historia de la ONU de los últimos cuarenta años. Como enviado a cargo de diferentes tareas en lugares tan diversos, en los que el único punto en común era el conflicto, como Líbano, Camboya, Kosovo, Timor Oriental o Irak, Vieira de Mello asistió a escenarios en los que la lucha por la vida era una cuestión de primera necesidad y, con todas las limitaciones que se le puedan achacar, puso todo su empeño en, como dice el subtítulo del libro, salvar el mundo.

Samantha Power, actual embajadora de los Estados Unidos ante la ONU y personaje de notable influencia en las últimos y trascendentales logros de la administración de Obama en materias diplomáticas, escribió En pos de la flama cuando tan solo era una periodista y profesora universitaria, por lo que no sería difícil inferir la influencia de Vieira de Mello en su propia biografía: desde luego, sería arduo encontrar un mejor modelo a seguir.

Y eso que el libro de Power no es una hagiografía ni un panegírico. Pues si no oculta su admiración ante su biografiado, tampoco elimina las partes más discutibles de la personalidad y la carrera de Vieira de Mello. Acusado a menudo de complaciente, de ponerse siempre del lado de los poderosos y de una peligrosa concomitancia con genocidas de diverso pelaje (se le llegó a conocer como “el amigo de los señores de la guerra” o “Serbio”), en su vida personal Vieira de Mello siempre puso su trabajo por delante de su familia.

Pero por encima de estas cuestiones, Power valora su capacidad para transformar el mundo. Y para mejor. Como antiguo estudiante izquierdista (nada menos que participó en el 68 parisino), Vieira de Mello fue un idealista que pretendía aplicar los más altos principios filosóficos a la política internacional. Pero desde muy pronto (empezó a trabajar para la ONU con apenas veinte años) se dio cuenta de que su intransigencia moral no llevaba a ninguna parte y empezó a aplicar un pragmatismo que puede resultar menos ambicioso, pero desde luego mucho más beneficioso para las personas que pretendía ayudar.




En este recorrido apasionante por la vida de Vieira de Mello el lector no solo le acompañará por sus aventuras, mucho más poderosas en cuanto reales, sino que irá aprendiendo con él las lecciones de la política internacional (grandes principios) aplicadas a la vida cotidiana (su aplicación desentimentalizada). Si en Líbano todavía creía que había que tomar partido, para cuando llegó la guerra de Kosovo Vieira de Mello ya había comprendido que lo más útil era dejar aparte las consideraciones más personales y simplemente tratar de hacer lo mejor para las víctimas.

Sin lugar a dudas esto supone establecer un precario equilibrio entre las propias convicciones y la actuación ante las parte en conflicto, no siempre resueltas con fortuna. Quizá el momento más crítico se produjo con la invasión de Irak, que planteaba cuestiones tan peliagudas como la necesidad de una guerra justa frente a la manipulación en propio beneficio, la voladura del consenso internacional frente a la necesidad de actuar o la obligación de ayudar aún cuando las condiciones son las perores imaginables, sin las menores garantías de seguridad.

En las estremecedoras últimas páginas de En pos de la flama Power describe de manera descarnada la muerte de Vieira de Mello, que simbólicamente se produjo bajo las ruinas del edificio de la ONU. Al igual que pasó con la figura de Vieira de Mello, la ONU ha sido acusada de todos los males, desde incompetencia a complicidad con asesinos en masa. Pero, como el mismo Vieira de Mello les recordó a los intelectuales que clamaron contra su inoperancia durante la independencia de Timor Oriental y la posterior masacre indonesia: ¿qué habéis hecho vosotros? ¿qué haríais vosotros? Sí, la ONU tiene muchas carencias y su historial está repleto de manchas, pero es que no se trata tanto de tener una ONU más eficaz que consiga un mundo mejor como de tener un mundo mejor que haga una ONU más eficaz.

Editorial Penguin

Edición en español de Fondo de Cultura Económica

jueves, 9 de julio de 2015

Lo que ha quedado del imperio de los zares, de Manuel Chaves Nogales


Por la impronta que dejó en la sociedad de los años 20 la emigración rusa posterior al triunfo de los bolcheviques (basta leer algunas historias de Scott Fitzgerald o ver la extraordinaria La última orden, de Joseph von Sternberg) daría la impresión de que todos los exiliados que se dispersaron por el mundo eran antiguos aristócratas devenidos en extras de Hollywood o taxistas. 

Manuel Chaves Nogales en Lo que ha quedado del imperio de los zares constata esta pretensión, pero solo para demostrar su falseado, o al menos exageración. Porque evidentemente no todos de los más de un millón de emigrantes forzosos eran príncipes, sino que entre ellos también había representantes de todos los estratos sociales, desde burgueses, intelectuales y  artistas hasta militares, religiosos o campesinos.




Y precisamente la intención de Chaves Nogales es retratar este complejo y variado grupo de personas que, con muy diferentes orígenes, vieron su mundo disolverse de la noche a la mañana, sin poder mantener más que de una manera muy artificial los lazos que los unían con el pasado y con su patria, y que tuvieron que adaptarse con celeridad a un nuevo mundo que en muchos casos les era totalmente ajeno.

Chaves Nogales se interesó con especial atención en la cuestión rusa, tan influyente en la política europea del momento y que tantos paralelismo podía tener con una Epaña en la que estaba a punto de iniciarse la II República. Si e Un pequeño burgués en la Rusia Roja fue el mismo Chaves Nogales quien visitó el nuevo país y en El maestro Juan Martinez que estaba alli se centró en un singular personaje que conoció por sí mismo el nuevo régimen soviético, en Lo que ha quedado se centra en los emigrantes en Francia, donde se hospedaron más de medio millón de rusos.

El reportaje de Chaves (originalmente publicado en Ahora) pretende mantener cierta distancia y equilibrio, aunque sus filias y fobias se intuyen aquí y allá. Si confiesa no ser particularmente entusiasta de la cultura eslava, lo que sí manifiesta es piedad y consideración ante estos seres humanos que, más allá de su bagaje previo, ahora se encuentran en una posición de absoluta indefensión: no es el momento para los grandes juicios, sino para preocuparse por las pequeñas historias.


Editorial Ranacimiento

miércoles, 8 de julio de 2015

Un espía entre amigos, de Ben Macintyre


Si la dualidad es por definición una de las características de cualquier espía, en el caso de Kim Philby su doble faceta (o fachada, o rostro, o personalidad) adquirió unas proporciones patológicas. En Un espía entre amigos Ben Macintyre insiste una y otra vez en lo “muy inglés”, casi hasta lo paródico, que era Philby, y sin embargo fue quizá el mayor traidor de la historia de Gran Bretaña. Pero es que la transgresión de Philby no se quedó en eso, sino que también traicionó a sus amigos.

Según el relato de Macintyre, los servicios de espionaje británicos, en especial el MI6, encargado de la inteligencia exterior, eran algo así como un elegante club de caballeros, en el que se entraba por recomendación y en el que todos se consideraban pertenecientes a un exclusivo círculo de personas de bien. Por eso, pese a las abrumadoras pruebas que ya desde muy pronto empezaron a señalar a Philby como posible infiltrado comunista, para sus colegas era sencillamente inconcebible que un buen inglés como él pudiera ser un agente soviético, en qué cabeza cabe.

Pero para conseguir esta adhesión incondicional Philby no se valió solo del prestigio de su buena cuna, sino que también ejerció como excelente espía, irónicamente además como maestro de espías. Aunque quizá eso era lo de menos, después de todo sus presuntos logros eran enseguida saboteados por él mismo en su papel de doble agente. La verdadera clave de su éxito era el encanto, su don de gentes, el hacerse con la simpatía de los demás, lo que le propiciaba a la vez acceso a sus secretos e inmunidad ante cualquier sombra de sospecha.




Macintyre no se centra solo en Philby, sino que también hace un dibujo bastante completo de su gran amigo Nicholas Elliott, otro espía que en una novela parecería demasiado esquemático y predecible, pero es que era así, o de James Jesus Angleton, un tan exitoso como poco avispado espía que se convertiría en baluarte de la CIA. También aparecen otros espías del círculo de Cambridge, los contactos soviéticos, el famoso Cicerón de Estambul... Como una poblada novela de intriga y aventuras, Un espía entre amigos se convierte en un repaso trepidante a casi treinta años de espionaje.

Pese a que Macintyre plantea un retrato personal y cercano de Philby, es imposible penetrar en su verdadero ser. Un privilegiado como él, educado en las más rancias costumbres de la clase alta británica, rodeado de personas tradicionales y convencionales, que ni tan siquiera parecía tener una comprensión muy profunda en cuestiones políticas, que decide no solo dedicar su vida a unos ideales que en principio le son tan ajenos, sino que en el camino deja una estela de traiciones y muertes. Y que era capaz de salirse con la suya y de mentir a todos sus familiares y amigos sin dificultad ni arrepentimientos. Si no fuera tan despreciable, incluso se le podría admirar.

Editorial Crítica

Traducción de David Paradela López

martes, 7 de julio de 2015

Alicia en Sunderland, de Bryan Talbot


De las muchas teorías que Bryan Talbot desliza a lo largo de Alicia en Sunderland una de las más convincentes es que Alicia en el País de las Maravillas ha afectado de una manera u otra a prácticamente la totalidad de la cultura popular británica posterior. Más allá de las innumerables versiones y los homenajes más o menos velados, el influjo del mundo de Alicia se deja ver en numerosísimas novelas, películas, obras de arte o, como no, cómics.

Pero el libro de Talbot no es solo un revelador estudio sobre algunas de las claves ocultas sobre la gestación de Alicia y una reivindicación de Lewis Carroll alejada de la figura arquetípica del retraído profesor de matemáticas, quizá pedófilo y desde luego antisocial, quien según Talbot era en realidad una persona muy afable, divertida y, desde luego, genial. Alicia en Sunderland es también un homenaje a esta ciudad a través del repaso de su historia y de su brillante presente.


Francamente, poco sabíamos sobre esta ciudad del noreste de Inglaterra, pero la panorámica que dibuja Talbot es tan fascinante que, quién lo hubiera dicho, dan ganas de conocerla de primera mano. Talbot no solo encuentra en esta región muchos de las claves de la historia de Inglaterra (y de Alicia), sino que recorre sus calles actuales descubriendo una acumulación de improbables tesoros, además de orgullo por su vitalidad y su idiosincrasia libre e independiente.

A través de una estructura compleja y muy variada, Talbot demuestra con Alicia en Sunderland la cantidad de posibilidades que ofrece la novela gráfica. En un despliegue de virtuosismo a veces casi abrumador, Talbot recrea numerosos estilos (desde la línea clara al barroquismo, pasando por el tebeo clásico y el más experimental) y pone a prueba al lector, quien deberá sacar todo el partido a la inagotable propuesta de Talbot, repleta de detalles imposibles de captar en su totalidad en una primera lectura.

Más allá del prodigio técnico y de la abundante documentación sobre la historia de Sunderland y de Carroll, Alicia en Sunderland se disfruta por su ingenio permanente, por su habilidad para entrelazar historias aparentemente dispersas, por su sentido del humor siempre presente. Se podrá decir que se sale de sus páginas sabiendo algo más de la historia de Inglaterra y de Alicia en el País de las Maravillas, pero sobre todo quedará la delectación ante un ejemplar prominente del noveno arte.

Editorial Reservoir Books

Traducción de Raúl Sastre Letona

lunes, 6 de julio de 2015

El devorador de calabazas, de Penelope Mortimer


En la muy ajetreadra biografía de Penelope Mortimer llama la atención que durante un tiempo escribiera una de esas columnas dedicadas a dar consejos domésticos (además, ejercía este papel en el Daily Mail, el más odiador y odioso de los tabloides). De hecho, en El devoradorde calabazas la protagonista, personaje muy parecido a la propia Mortimer, recibe una carta de un ama de casa al borde del suicidio que pide su ayuda, pero en el libro queda claro que Mortimer no era la persona más adecuada para dar consejos familiares.

Se podría decir que una de los pocos beneficios que tienen los matrimonios conflictivos es que llegado el momento pueden dar pie a excelentes libros. Incluso artistas de la talla de Ingmar Bergman construyeron gran parte de su monumental obra con este material. Por otra parte, tampoco escasean los ejemplos de novelas más o menos en clave convertidos en ajustes de cuentas de los que no dejan rehenes. El devorador de calabazas tiene mucho de rencor y de rabia, pero por suerte Mortimer tiene el suficiente talento para que sus reproches cobren la forma de alta literatura.




Sin preocuparse demasiado por disimular, la autora dedica explícitamente el libro a John Mortimer, el excelente novelista y, por lo que se deduce de estas páginas, terrible persona. Desde luego hay que tomarse el testimonio de Penelope Mortimer, quien en ningún momento trata de ocultar su absoluta parcialidad, como una declaración de parte, pero lo cierto es que el personaje de marido infiel, a veces despiadado, no deja la imagen de John Mortimer precisamente en una buena posición.

Más allá del retrato cruel, en el que la propia protagonista, con sus neurosis y sus obsesiones tampoco sale indemne, El devorador de calabazas destaca por un gran tino a la hora de mezclar tiempos dispersos y situaciones acumulativas. A veces puede dar la impresión de que se trata de uno de esos libros que más bien son una carta de quejas, pero al evitar dibujarse a sí misma (o a ese personaje que tanto se le parece) como una víctima inocente, Penelope Mortimer consigue una mayor veracidad y comprensión.

Editorial Impedimenta

Traducción de Magdalena Palmer

jueves, 2 de julio de 2015

Pisando ceniza, de Manuel Arroyo-Stephens


Es llamativo el hecho de que este precioso, casi preciosista libro de Manuel Arroyo-Stephens, tan difícil de etiquetar como fácil es salirse del embrollo genérico calificándolo con un “muy poético”, tenga en su título un gerundio, ese monstruo para los correctores de estilo y supuesto invasor despiadado para los puristas resistentes a cualquier atisbo de anglicismo. Se puede considerar esta anotación como una pedantería, pero mejor nos lo tomamos como una indicación de que el autor, ya desde el título, ha hecho lo que le ha venido en gana, sin atenerse a rigores ni canónicos ni estilísticos.

A estas alturas, Arroyo-Stephens, sin duda uno de los grandes editores españoles de las últimas décadas, puede permitirse escribir sobre lo que quiera y como quiera. De tal manera que si Pisando ceniza comienza como unas típicas memorias en las que parece que el autor va a recuperar sus inicios en el mundo libresco (época en la que le sucedieron cosas tan extraordinarias como conocer a un librero de viejo aficionado a la lectura), sin solución de continuidad pasa a ser casi un reportaje sobre Rafael de Paula (apto incluso para antitaurinos), y de aquí, muy sutilmente, a un recuerdo de los últimos días de José Bergamín (o alguien que se le parecía mucho).




El capítulo Palangana, similar a la Taberna fantástica de Alfonso Sastre, nos saca un poco del espíritu del libro y particularmente no lo encuentro muy satisfactorio, pero Arroyo-Stephens pronto recupera el pulso en su viaje de retorno a su pueblo, donde se encuentra con ese magnífico personaje que es su madre, inventora del monólogo exterior. Sin sentimentalismos, pero tampoco ocultando el patetismo y el dolor, Arroyo-Stephens narra los últimos días de su madre con delicadeza y orgullo.

Porque el autor, que evita en todo momento entrar en el territorio de la confesión, no se priva de dejar claros sus sentimientos hacia las personas que le rodean, por muy cercanas a él que sean. El tiempo apenas ha apaciguado su rencor hacia su padre o la indiferencia hacia sus hermanos. Pero un libro como Pisando ceniza, en el que la muerte es el único hilo conductor evidente, no está pensando para calmar ánimos ni buscar reconciliaciones: es una necesidad largamente aplazada que plantea un juego sin solución: qué gran escritor han perdido las letras españolas a costa de un disfrutar de un editor sobresaliente.

Editorial Turner