miércoles, 22 de julio de 2015

París, de Edward Rutherfurd


Escribir un libro como París se parece mucho a construir un gran edificio. Lo primero es tener una base firme, cimentada gracias a unos conocimientos históricos tan sólidos como imperceptibles deben ser para el visitante. En segundo lugar, hay que tener una planificación exhaustiva, propiciando que todas las piezas encajen cuando sea necesario, aunque esta parte también debe pasar inadvertida para el lector en beneficio de una mayor naturalidad. En último lugar, hay que conseguir una integridad y una fluidez que maticen la grandiosidad y permitan pasearse por sus salones-páginas con la ligereza y el asombro que transforman un edificio en un monumento.

Esta mezcla de despliegue de recursos y sencillez es lo primero que debemos valorar en el trabajo de Edward Rutherfurd. Pese a que en las 800 páginas de París recorre 700 años de una de las ciudades con más historia de Europa, en ningún momento cae en la grandilocuencia ni en la pesadez que lastra muchas novelas históricas, imbuidas de una trascendencia que no le siente bien al género. Por eso, al contrario de lo que pasa en muchas de estas novelas, en París apenas hay de esos pasajes que se pueden saltar sin remordimiento: aquí todo tiene sentido, no hay relleno, sino escenas que en todo momento hacen avanzar la historia.

Rutherfurd también sabe aprovechar en su beneficio lo que en otras novelas históricas es una rémora: los cameos de personajes famosos. Cierto que en París aparecen desde Enrique IV hasta Hemingway, pasando por Villon o Picasso, pero en ningún momento transmite la sensación de impostura, de estar metidos con calzador. Al contrario, dada la elaborada estructura de la novela, con continuos saltos hacia atrás y hacia delante, estos personajes consiguen a la vez completan el panorama e introducir una veracidad histórica que, bien combinada con las peripecias de los personajes de ficción, enriquecen las diversas tramas.




Otro constraste que Rutherfurd sabe utilizar muy apropiadamente es la conjunción de grandes sucesos históricos con las vidas particulares de sus protagonistas. En París asistimos a la matanza de san Bartolomé, a la construcción de la torre Eiffel o la lucha de la resistencia durante la Segunda Guerra Mundial. Pero esto no es más que el telón de fondo en el que se desarrollan las vidas de media docena de familias que, sin voluntad alguna de simbolismo, atraviesan la historia de Francia para constituir su verdadera esencia. Desde los aristócratas muy conscientes de su valía hasta los siempre derrotados por la historia, el autor pinta un completo panorama social que trasciende el determinismo gracias a la fuerza de los sentimientos más humanos.

También se puede poner en el haber de Rutherfurd, y este es su mayor logro, que en la construcción de sus personajes no caiga en el esquematismo. El impulso creativo del autor enlaza claramente con Victor Hugo (también con Balzac, y en algún caso, lo que no deja de ser sorprendente en un libro de este tipo, incluso con Proust), pero más allá de su ambición de escribir una gran novela de acontecimientos, destaca su habilidad para perfilar personajes de una gran complejidad. No se trata de buenos y malos, sino que cada familia en general y cada individuo en particular tiene su propio bagaje, sus motivaciones, su ambivalencia. Y al unirse es cuando vemos el verdadero rostro de París, ese que es imposible de captar en una foto fija y que este París nos permite atisbar.


Editorial Roca

Traducción de Dolors Gallart y Ana Herrera

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