martes, 25 de agosto de 2015

Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez


Hay gente que tiene un punto ciego en lo que respecta a la poesía. Personas a las que les pones unos versos delante de los ojos y pueden entender cada palabra, pero que en realidad es como si estuvieran leyendo en un idioma totalmente desconocido. O una partitura sin saber solfeo. Sin embargo, hay algunos autores que les pueden ayudar a superar esta tara, aunque sea de manera limitada: Bécquer, Antonio Machado... O libros como Platero y yo, que aunque no pertenezcan estrictamente a este género (no tienen esa arbitraria división en versos ni la necesidad de rimar), son sin duda poesía.

Lo cierto es que el libro de Juan Ramón Jiménez está repleto de esos elementos que suelen llevar a confundir poesía con poesía. Niños, pájaros, flores... o lo que va del entusiasmo a la cursilería. Pero nadie mejor que Juan Ramón para establecer la diferencia. Nada de afectación, entrega plena. Sin lugares comunes, sorpresa a cada vuelta de página. Ni engolamiento ni pretenciosidad, naturalidad y efervescencia. Por eso se trata de una poesía tan accesible, porque no es artificiosa ni grandilocuente, sino cercana y amable.




Luego está lo de siempre: que si Platero y yo es un libro para niños. No. Al menos no exclusivamente, aunque por supuesto la obra maestra de Juan Ramón puede servir para intentar acabar con la fobia a la poesía en el mejor momento. Pero Platero y yo sí que es un libro infantil en el mejor sentido, el de la pureza. Dejando aparte los extremos (ingenuidad y cinismo), lo cierto es que al leer Platero y yo, con la predisposición justa para dejarse llevar, resplandece la inocencia, el descubrimiento del mundo con ojos limpios y la casi constante sensación de plenitud y gozo.

Sin entrar en análisis mil veces repetidos, la lectura madura de Platero y yo provoca un festín sensorial. La manera en la que se introducen los cambios de las estaciones, los personajes apenas esbozados pero de una fuerza palpitante, la naturaleza atrapada en palabras y después puesta en libertad a través de la evocación, el narrador feliz y sensible. Y, por supuesto, Platero. Que en un país como España, tan brutal y sanguinario en lo referente a los animales, Platero se haya convertido en un personaje tan querido y recordado no deja de tener mérito.


Alianza Editorial

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