miércoles, 30 de septiembre de 2015

Ecuatoria, de Patrick Deville


Ecuatoria es uno de esos libros que pueden volver locos a muchos críticos, incapaces de etiquetarlo en un género o un estilo determinado. Al principio parece uno de esos reportajes muy personales, tipo Kapuściński, sobre la descolonización africana. Pero pronto nos encontramos con que Patrick Deville, muy a la manera de Plutarco, desvía su atención hacia las vidas paralelas de los exploradores Brazza y Stanley. Y eso solo es el principio. También tendremos instructivos repasos de historia y apuntes del natural en los que el propio autor se convierte en el centro del relato.

Ni tan siquiera el viaje que emprende Deville, y que el título mismo del libro parece prefigurar, se atiene a una trayectoria predecible. Cierto que aproximadamente sigue la línea del ecuador a su paso por África de este a oeste, pero Deville se permite excursiones que van desde Argelia hasta Cuba. También la multitud de personajes que habita en Ecuatoria es de lo más variado, pues además del constante juego de las vidas paralelas de nativos, exploradores y colonizadores, también nos encontramos con invitados tan diversos como Bogart o el Che Guevara.




Pero lo más asombroso del libro es la coherencia con la que Deville sabe dotar a tal popurrí de elementos y protagonistas. Siguiendo la guía maestra de Brazza y Stanley, el recorrido se enriquece con los afluentes que van trazando las particularidades de un lugar del que, sinceramente, conocemos poco. ¿Cuánta gente no sabrá algo tan básico como que existen dos Congos? Con este punto de partida, es fácil extraviarse, y sin embargo Deville es un excelente guía que nos acompaña por los tumultuosos avatares de la reciente historia del África central.

Porque Deville no tiene que preocuparse por las restricciones de los críticos. Con un saber acumulado a lo largo de años de investigación (o, simplemente, de vida) y una escritura libre pero de alguna manera controlada, el autor es capaz de dejarse llevar y al mismo tiempo de tener muy claro a dónde quiere llegar. Por eso el lector nunca se perderá, y aunque habrá momentos de desconcierto, incluso de desasosiego, tendrá por cierto que el viaje habrá merecido la pena.


Editorial Anagrama

Traducción de José Manuel Fajardo

martes, 29 de septiembre de 2015

Legado de cenizas, de Tim Weiner


Según Tim Weiner, la historia de la CIA está repleta de fracasos, equivocaciones y chapuzas. Solo hace falta echar una ojeada a los epígrafes de cada capítulo para hacerse una idea general de la trayectoria de la agencia de inteligencia estadounidense: “no sabíamos lo que hacíamos”, “ilusoria ceguera”, “una fraternidad con anteojeras”... Pese a este abultado historial de incompetencia, la CIA ha mantenido una imagen de solidez y casi omnipotencia en lo que quizá sea uno de sus pocos logros, pero después de leer Legado de cenizas es imposible sostener esta imagen.

Weiner, periodista del New York Times especialista en temas de inteligencia (en la peculiar acepción del término referente al espionaje), derriba ese concepto de una agencia que hacía y deshacía en el mundo a su antojo, siempre adelantándose a los acontecimientos. Y no lo hace desde una posición ideológica, sino simplemente ateniéndose a los incontrovertibles hechos. La inteligencia de un país es más importante que su ejército, pues su labor es precisamente evitar las guerras, y la CIA, en sus más de sesenta años de historia ha demostrado ser incapaz de prevenir ni tan siquiera lo que tenía delante de las narices.

Por ejemplo, en 1987 Gorbachov viajó a Estados Unidos y fue aclamado por miles de ciudadanos que veían en él el final de la Unión Soviética... algo que desde la agencia no habían sabido detectar. Pero este es solo un ejemplo espectacular (como aquel otro, el viaje secreto de Allen Dulles, primer director de la agencia, por Europa, portada de todos los periódicos) que se inscribe en una tradición que alcanza rasgos de patetismo. Ni en Corea, ni en Vietnam, ni en el horroroso comportamiento en Latinoamérica, ni más recientemente en los casos más conocidos del 11-S o la invasión de Irak la CIA supo estar a la altura.




Weiner divide el libro en capítulos dedicados a cada presidente americano desde Truman, y lo cierto es que el papel de los jefes de Estado tampoco reluce mucho. Kennedy, que también conserva una incomprensible imagen de gran gobernante, queda por los suelos en el retrato de Weiner. Y no mucho más lucido es el papel de Reagan, Clinton o, por supuesto, Bush hijo. Solo Carter intentó dar un nuevo papel a la inteligencia americana primando los derechos humanos sobre otros intereses geoestratégicos. Y ya sabemos cómo terminó.

Como es lógico las fuentes que utiliza Weiner no son las habituales de un trabajo historiográfico, pues los sucesos son demasiado cercanos en el tiempo y muchos de los documentos necesarios siguen estando clasificados, además de que a menudo se mezclan leyendas y estrategias de engaño con medias verdades e intoxicaciones interesadas. Pero gracias a sus contactos y a una labor de muchos años de trabajo de campo, Weiner puede completar una visión amplia y desde el interior de los avatares de la secretísima agencia.

Con gran abundancia del estilo directo y habilidad para mezclar las consideraciones personales con una visión más general, Weiner acaba por completar un informe que no se limita a señalar todo lo malo que arrastra la CIA, sino que también apunta las necesidades de su regeneración. Hace mucho tiempo que la CIA ha desaparecido de las noticias (superada en capacidad para provocar aprensión y en meteduras de pata por la Agencia Nacional de Seguridad). Quizá esto signifique que está haciendo un buen trabajo... o que definitivamente se ha convertido en irrelevante.

Editorial Debate

Traducción de Francisco J. Ramos

viernes, 25 de septiembre de 2015

Postdata, de Simon Garfield


En Postdata Simon Garfield no solo realiza un buenhumorado repaso a la historia de la correspondencia, como señala su subtítulo, sino que también, de manera relajada, reivindica el valor del correo postal en tiempos de absolutismo del email. Más allá de cuestiones sentimentales o nostálgicas, Garfield valora el poder reflexivo y personal de la escritura a mano frente al más instantaneo y frío procedimiento de la comunicación por internet.

Como señalaba Ted Hughes, no es lo mismo dejarse llevar por el ritmo acelerado del procesador de textos, que impide la concesión y incluso alarga las frases, que someterse a los rigores del bolígrafo: solo así podremos centrarnos en lo realmente importante. De la misma manera, si las cartas de Madame de Sevigné o Virginia Woolf todavía se leen hoy en día, no es solo por su incuestionable valor literario, sino porque en ellas se encuentra la vida y una proximidad que una novela, por muy lograda que sea, jamás podrá alcanzar.




Aunque Garfield comienza su repaso histórico con los clásicos griegos y romanos, en realidad su historia se centra en los avatares del correo postal británico. Aunque también es cierto que, desde el sello hasta el email, pasando por la invención del buzón (quizá creado por Trollope) o el cuerpo de carteros modernos, la mayoría de las innovaciones han venido de la mano de anglosajones. Y, qué le vamos a hacer, Garfield también tiene el don de los divulgadores ingleses a la hora de decorar sus brillantes estudios con humor y ritmo.

Entre anécdotas mínimas y evocaciones de los grandes corresponsales de la historia, caminos por los que descubrimos la proliferación de manuales para escribir la carta perfecta, el extraordinario negocio de la venta de originales, que Jane Austen era una corresponsal sosa y aburrida o la historia del inglés que se envió a sí mismo por correo, Garfield intercala una historia real de intercambio de cartas entre un soldado inglés durante la Segunda Guerra Mundial y su novia de Inglaterra, desde sus coqueteos iniciales hasta su esperado encuentro en carne y hueso.

Como el propio Garfield señala, parece que al hablar del tema de las relaciones epistolares todo el mundo recuerda 84 Charing Cross Road, y en Postdata el autor saca a la luz una historia con el mismo poder de sugerencia y pasión. Con la emoción que produce saber que estas palabras fueron escritas con total sinceridad, que no hay nada en ellas de fabulación, se acentúa el poder de las cartas para producir una corriente de empatía y cercanía que un email jamás podría provocar. Con libros como este, y por muy pesimistas que sean los datos, parece que al correo todavía le queda mucha vida por delante.

Editorial Taurus

Traducción de Miguel Marqués

jueves, 24 de septiembre de 2015

Una pasión parecida al miedo, de Mary Ann Clark Bremer


Con cada nuevo título editado por Periférica de Mary Ann Clark Bremer, el misterio, más que despejarse, parece incrementarse. Como si de un puzle (o, más bien, una muñeca rusa) se tratara, la obra de Clark Bremer encierra un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma. Así, Una pasión parecida al miedo incluye en sus breves páginas un juego de historias dentro de historias y sugerencias apenas descifrables. Parece que cuanto más leemos de su autora, menos sabemos de la persona.

Con referencias explícitas a Sherezade, Clark Bremer construye el argumento de Una pasión a través de relatos livianos y de gran concisión que arropan una tan ligera como profunda historia de amor imposible. La narradora, que no sabemos a ciencia cierta si es la propia autora o un personaje, entremezcla sus propias vivencias con la inclusión de cuentos muy diversos pero de fondo similar, como si quisiera deslizar a través de un lenguaje cifrado la clave de la interpretación.

Pero estos juegos no son lo más interesante de la escritura de Clark Bremer. Por muy intrigantes que sean las charadas y las pistas falsas, lo realmente fascinante de esta autora es la sencillez de su estilo, su capacidad para concretar en unas pocas páginas historias de un calado profundamente humano: el relato de una sensibilidad superior expresado por medio de la naturalidad menos literaria que se pueda imaginar.

Editorial Periférica

Traducción de Hugo Bachelli

miércoles, 23 de septiembre de 2015

Cinco mujeres excepcionales, de James Lord


Aunque obviamente la ambición de James Lord no es la misma que la de Proust, además de que retrata una época diferente y tiene un estilo mucho más sencillo, hay mucho en Cinco mujeres excepcionales del mundo del autor de En busca del tiempo perdido. Si Proust elevó el cotilleo a la categoría de arte, Lord redefine el concepto de relato biográfico añadiendo mucho de experiencia personal y un tono íntimo que se aleja de la habitual reverencia que impone el género. También, pese a que no evita el lado más mezquino de sus protagonistas, del acoso y derribo.

La evocación proustiana se hace sobre todo evidente en su perfil sobre Marie-Laure de Noailles, nieta del personaje real en el que se inspiró Proust para crear a la duquesa de Guermantes de En busca del tiempo perdido. Lord tenía una gran habilidad para introducirse en los círculos más selectos de la sociedad, y durante muchos años pudo acercarse a una figura como la de Noailles, alrdedor de la cual pululaban las mentes creativas más importantes de su tiempo.

Si Lord nunca pretendió situarse a la altura de estas luminarias, Noailles pronto comprendió que si ella misma no podría ser una gran artista, al menos podría contagiarse de la grandeza creativa de sus amigos. Como coleccionista y promotora de las artes (financió junto a su marido La edad de oro, de Buñuel) adquirió la grandeza que su clase social decadente ya no podía otorgarla en todo su esplendor. Lord la retrata con mucho cariño, pero sin esconder su malicia. Como un poeta que evoca la pérdida de un tiempo dorado que ya nunca volverá a existir, el escritor humaniza a Noailles y a la vez la convierte en símbolo.



Pese a que Lord escribió Cinco mujeres excepcionales cincuenta años después de algunos de los hechos relatados, la viveza de sus descripciones es instantánea. Así, cuando habla de Gertrude Stein y Alice B. Toklas parece que estas todavía están presentes en la habitación. De nuevo Lord no se corta a la hora de hablar de la acritud de Stein, pero prefiere centrarse en la figura de Toklas, triste y solitaria. Si, como Noailles, Stein reflectó el esplendor de sus acompañantes más que el suyo propio, Toklas vivió este fulgor de tercera mano. Lo que no impidió que conservara su dignidad frente a todas las adversidades.

Quien también pasó por el ostracismo y largos años de olvido fue Arletty, la extraordinaria actriz francesa, protagonista de Los niños del paraíso y enviada a la oscuridad después de su frívolo comportamiento durante la ocupación nazi. Cierto que su actitud no fue precisamente ejemplar, pero mientras otros supieron construirse una coartada que incluso los llevó a convertirse en héroes de la resistencia, Arletty, que después de todo pecó más que nada de inconsciencia, tuvo pagó con creces su desliz amoroso. Lord solo tiene para ella admiración y ternura.

De las cinco mujeres retratadas por Lord, Errieta Perdikidi no le sonará a nadie, y sin embargo es la única heroína de ellas. Sacrificada y traicionada, pero nunca víctima, Perdikidi dejó su vida privilegiada por amor y dedicó toda su fuerza a una causa en la que no creía demasiado. Lord se extiende en la narración de su vida y a través de ella conocemos la historia moderna de Grecia, cuya tragedia no se limita a la ocupación nazi, sino que incluye una sangrienta guerra civil. Lo más triste de todo es que cuando la Historia parece calmarse y se adivina la paz tan merecida, la vida personal de Perdikidi entra en su peor momento.

La edición original de Cinco mujeres excepcionales en realidad hacía referencia a seis mujeres, pero en la versión española no se ha considerado oportuno incluir el perfil que Lord escribió sobre su propia madre. Por tanto no podemos comparar, pero no queda duda de que Lord sintió un gran afecto y admiración hacia sus mujeres, y que más allá de anécdotas y nombres conocidos, se interesó realmente por ellas y siempre conservó un gran cariño que quiso manifestar en un libro-homenaje respetuoso y delicado.

Editorial Elba

Traducción de Dolores Payas

lunes, 21 de septiembre de 2015

La solitaria pasión de Judith Hearne, de Brian Moore


Aunque pueda parecer tópico, al leer La solitaria pasión de Judith Hearne resulta imposible no pensar en Joyce. Y no tan solo en Ulises, sobre todo en esa parte final en la que Judy, la protagonista del libro, sufre su particular calvario (pues tal es el sentido de la pasión del título) en un día terrible que la lleva a caer en la desesperación y la locura, sino también en Polvo y ceniza, un cuento de Dublineses con un personaje muy similar a la señorita Hearne.

Pero esto no significa que Brian Moore se limitara a ejecutar una copia/homenaje del maestro. De hecho, resulta sorprendente que en una primera novela Moore demostrara tanta personalidad y una capacidad de comprensión y compasión tan acentuadas hacia un personaje en apariencia tan lejano a sí mismo como este patética y desgraciada Judy, una mujer mayor, abandonada por todos y destruida por la melancolía y el alcohol.

Quizá Judy y Brian en realidad no fueran tan diferentes, pero lo realmente impactante del libro es la capacidad del autor para transmitir toda la desesperación de su protagonista sin caer en lo melodramático y lo sentimental, pero tampoco en ese gran mal de la novela contemporánea, la condescendencia y la burla. Judy es un personaje patético que mueve a la ternura, que provoca una insondable tristeza, y Moore se atreve a realizar su retrato sin esconderse en la ironía o el paternalismo.




La solitaria pasión de Judith Hearne fue prohibida en su momento en Irlanda, lo que, tal y como estaban las cosas, es toda una distinción. Este veto no es de extrañar, pues además de algunas escenas de contenido sexual y algunas opiniones nada favorecedoras sobre el país, las referencias a la religión no son muy complacientes: Judy se ha visto durante toda su vida coartada por el catolicismo, oprimida por una sociedad y unas obligaciones impuestas que han limitado su mundo y que la conducen directamente al infierno en vida.

El paisaje pintado por Moore es sórdido y fatal. Una Irlanda en la que nadie querría vivir, con unos personajes miserables y maliciosos, quizá con una sola excepción. Baqueteada por la vida y sin nadie a quien recurrir, la única vía de escape para Judy ha sido la creencia en un más allá redentor, la sempiterna promesa de que el sacrificio será recompensado, y su imaginación, que la lleva a crear mundos de fantasía que alivien su poca fortuna. También algo de alcohol cuando esto no es suficiente.

Por eso, cuando el mundo se le viene encima y ya no puede confiar ni en el alivio que proporciona la Iglesia ni en el cumplimiento de sus ilusiones de huida, Judy colapsa. La escena de su entrada en la iglesia para intentar descubrir el misterio es de una fuerza dramática casi paralizante. Aquí, más que en el final de la novela, es cuando Moore da lo mejor de sí mismo y consigue envolver al lector en una espiral de miedo y vacío del que será difícil escapar. Y si alguien decide conformarse todo habrá acabado.

Editorial Impedimenta

Traducción de Amelia Pérez de Villar

viernes, 18 de septiembre de 2015

También esto pasará, de Milena Busquets



En También esto pasara Milena Busquets juega con buena maña una doble apuesta en la que la ligereza no trata de ocultar la gravedad del tema elegido, sino que se convierte en una actitud frente al mundo y frente a sí misma, la insoportable levedad del ser y la nada. Con un fraseo algo caótico y una narración tan libre como su propia protagonista, la autora se pone el reto de llegar a lo más profundo desde la superficie, y consigue que la piel llegue a quemar.

Al comenzar a leer el libro, por poco que se sepa sobre la vida de Busquets es difícil distanciarse de esa engorrosa y pesadísima cuestión sobre “¿cuánto de autobiográfico hay en esta novela?”, pero dejaremos tales preguntas y otras inquisiciones sobre la elección del género para los guardianes de la fe. Sin llegar a extremos barthianos, a nosotros no nos interesa demasiado la vida o la personalidad del autor más allá del reflejo que deje en sus páginas.




Al igual que con los libros de Annie Ernaux (aunque a Busquets todavía le sobre algo de retórica), en También esto pasará nos encontramos con una descripción a la vez distante y totalmente personal de unos acontecimientos que marcan la vida de manera insoslayable. Blanca, la narradora, se encuentra en un punto de incertidumbre total y de repente se da cuenta de que ha llegado el momento de tomarse las cosas en serio, pero no tiene ni los fundamentos ni los apoyos necesarios para afrontar su nueva vida.

En un ambiente casi aislado, medio simbólico medio infantil, rodeada de bruma y de indecisión, vista desde fuera como una adulta responsable y vivida pero por dentro como una desconsolada y perdida niña (huérfana), Blanca se encuentra de sopetón en ese momento clave en el que tiene que decidir qué hacer con su vida... pero es demasiado irónica para poder plantearse algo así en serio, y sin embargo ya no puede dejarse llevar ni seguir delegando en su madre sus responsabilidades.


Editorial Anagrama

jueves, 17 de septiembre de 2015

La historia del doctor Gully, de Elizabeth Jenkins


Aunque publicada casi cuarenta años después de Harriet, en La historia del doctor Gully Elizabeth Jenkins mantiene el mismo estilo personal y la técnica narrativa de su obra más famosa. También basada en una cause célèbre de finales del siglo XIX (de la que es mejor no contar mucho, pues solo llega al final del libro), Jenkins prefirió convertir la historia en una novela, lo que le permitía tener más libertad a la hora de penetrar en la psicología de sus personajes y desarrollar una narración más abierta.

Si en Harriet la autora incidía en la parte oscura de las personas aparentemente más normales, en La historia del doctor Gully parece interesarse por el lado tenebroso de la aparentemente convencional y conservadora sociedad victoriana. Si de día todo son buenos modales y una contricción moral agobiante, de noche las pasiones se desatan y los crímenes más horribles cobran forma. De hecho, el libro bordea en muchos momentos los límites del gótico y recuerda en muchos momentos a la literatura de las hermanas Brontë, en especial las partes más escabrosas de La inquilina de Wildfell Hall y Jane Eyre.




Pese a que, como decimos, se trata de una novela, Jenkins trató su material como si de una historiadora se tratase, y además de basarse en una documentación amplia y precisa, en su libro no hay espacio para la opinión personal ni las elucubraciones. Lo que no impide que su personaje principal, ese doctor Gully por el que es perceptible aprecio y comprensión, al lector, como a George Eliot, le pueda parecer un charlatán. Pionero de la hidroterapia, creyente en el espiritismo y la homeopatía, podía no ser un sátiro ni un criminal, pero tampoco era precisamente una persona muy de fiar.

Es comprensible que Jenkins se entusiasmara con la historia que tenía entre manos y que de alguna manera se obsesionara con ella, pero también es una lástima que, al contrario de lo que le pasó en Harriet, no supiera refrenar sus ansias por transmitir todo lo que había descubierto. Porque lo cierto es que en La historia del doctor Gully, que tiene un estimulante inicio y un inquietante final, se recrea en detalles y episodios enteros que apenas aportan nada al progreso de la historia o al conocimiento de sus personajes.

Editorial Alba

Traducción de Flora Casas

martes, 15 de septiembre de 2015

Páginas escogidas, de Julio Camba


Hay pocos casos que se escapen a la condenación que clama que “el periódico de ayer solo sirve para envolver pescado”. Y más difícil todavía es que un texto periodístico pueda leerse un siglo después más allá del mero interés histórico o de la particular. Sin embargo, las doscientas ochenta crónicas de Julio Camba que recogcuriosidad e estas Páginas escogidas no tienen desperdicio: poseen la frescura del pescado recién capturado.

Y eso que obviamente no todos los artículos tienen la misma calidad, pero en todos ellos hay algo que los hace interesantes, un punto de brillantez, una revelación inesperada, una gota de humor que hace que merezca la pena volver a ellos. Será porque precisamente la mejor habilidad de Camba era atrapar esos matices que están a la vista de todo el mundo pero que suelen pasar desapercibidos. Cualquier tema, por intrascendente que parezca, cualquier personaje, por irrelevante que sea hoy, daba pie a Camba para escribir un artículo redondo.

Parte del secreto de la atemporalidad de estos textos está sin duda en la sencillez de la escritura de Camba. Es un periodista que no se adorna, que no trata de demostrar en todo momento que él es el protagonista, aunque su personalidad esté presente en cada uno de sus artículos. Sin llegar a los extremos del nuevo periodismo, Camba rechaza la objetividad absoluta y se dirige a sus lectores como amigos a los que relatar sus cuitas. Como él mismo dice, sus artículos no deben tomarse totalmente en serio, pero tampoco totalmente en broma.




Las crónicas que conforman estas Páginas escogidas comprenden los años 1907 a 1914, y si en en la primera parte están dedicados a retratar la siempre esperpéntica realidad española, según avanza el libro Camba se convertirá en corresponsal desde Francia, Inglaterra y Alemania de diferentes periódicos. En ningún momento olvida a quién se dirige y siempre mantiene el punto de vista del español, lo que no impide que su percepción de los países en los que se instala tengan una perspicacia especial.

Ya sea en su impagable traducción literal del francés, en sus opiniones sobre la impersonalidad inglesa o en su agudo análisis del carácter alemán justo en vísperas del inicio de la Primera Guerra Mundial, Camba aporta una visión risueña pero comprensiva. Algunas de sus opiniones han quedado desfasadas, en especial ciertos dejes racistas y machistas, pero su espíritu anarquista se impone en lo esencial: no demos demasiada importancia a la vida. Total, para qué vamos a enfadarnos.

Editorial Austral

viernes, 11 de septiembre de 2015

Tantos días felices, de Laurie Colwin


Tantos días felices parece un libro escrito a la contra. Para empezar, Laurie Colwin se sitúa del lado de los personajes masculinos para retratar su desconcierto ante las mujeres. Y no se trata tanto de la liberación de los 70 como del contraste entre la imagen idílica que estos hombres se han hecho de la mujer, así, en abstracto, como del verdadero choque que supone para ellos enredarse con mujeres de carne y hueso que son perfectas, pero tan complicadas...

Porque Guido y Vincent son personas normales. Ricos y exitosos, pero estrictamente convencionales en sus ambiciones y sus actitudes. Pero Holly y Misty son otro cantar. Holly es impecable desde cualquier punto de vista, ya sea su peinado o sus modales, pero fría e impenetrable. Misty por su parte es independiente,  iracunda e incapaz de mostrar sus sentimientos. Efectivamente, como si fueran hombres. Los papeles se han cambiado y nadie tiene muy claro cómo reaccionar.




Pero este nuevo reparto de los roles personales (todavía no de los sociales) no es la única bomba que coloca Colwin en su novela. Atacando el nuevo convencionalismo que suponía la ruptura de las reglas, Colwin apuesta por un desconcertante romanticismo, todavía más revolucionario por su sencillez y sinceridad. Y por si fuera poco, Colwin se atreve a ser optimista, toda una declaración de intenciones frente a la literatura seria y respetable.

Lo cierto es que Colwin tuvo el valor de escribir un libro ligero y feliz sin necesidad de pedir perdón por ello ni de evocar grandes figuras protectoras. Sus personajes pueden ser complejos y contradictorios sin necesidad de ser retorcidos, y su humor puede impregnar cada página sin hacerse notar. Las cosas están cambiando, pero no dejemos que los que no se enteran de nada lo arruinen todo.

Editorial Libros del Asteroide

Traducción de Marta Alcaraz

jueves, 10 de septiembre de 2015

Así de grande, de Edna Ferber


Sin saber nada de Edna Ferber, al ver que entre sus libros se encuentras Cimarron o Gigante (famosas por sus adaptaciones cinematográficas), daría la impresión de que se trata de una autora de americanas, ese género nostálgico y grandioso que en estos casos se concentraría en grandes epopeyas que retratan los orígenes del mejor país del mundo. Pero resulta que Así de grande, aún manteniendo la admiración por los pioneros, por el trabajo duro y el éxito en la vida, tiene una importante particularidad, y es que este éxito no lo es todo.

Efectivamente, lo más sorprendente de la novela de Ferber es que introduce el arte y la cultura como un elemento definitorio para la vida plena. En una sociedad tan material y a menudo antiintelectual como la americana, no es tan común encontrarse con una novela de pretensiones populares que incluya esta visión de la existencia en la que ganar millones y llevar una vida acomodada no lo es todo. Como dice explícitamente uno de los personajes, si una persona no posee aunque sea una décima parte de pasión por la belleza, será una persona incompleta.




Pero este no es el único elemento con el que Ferber destruye las expectativas. Otra decisión audaz y adelantada a su tiempo (Así de grande se publicó en 1924) es situar como heroína de la historia a una mujer tan decidida y testaruda como Selina. Se trata de una emprendedora cuando esta calificación no tenía los matices paródicos que posee hoy, pero no es solo una mujer hecha a sí misma que supera las mayores adversidades y saca adelante a su hijo casi sin ayuda, sino que en ella nunca se apaga ese brillo de esperanza y de amor por la cultura que tan fuerte había sido en su juventud y que casi ha sido oscurecida por la dureza de la vida que le ha tocado.

En lo que Ferber sí se mantiene fiel al género de la americana es en su retrato de amplio calado, pese a la relativa brevedad de la novela. Con una capacidad de síntesis tampoco muy habitual, la autora concentra en menos de trescientas páginas lo que normalmente habría ocupado el doble de espacio, lo que da muestra de su capacidad para ir a lo esencial y dotar de un ritmo imparable a la novela. Es cierto que hay momentos desiguales y que algunos retratos de personajes secundarios no están tan bien construidos y matizados como en su protagonista, pero en conjunto ofrece mucho más de lo que se podría esperar y, sin duda, un personaje principal memorable.

Editorial Nórdica

Traducción de Íñigo Jáuregui

lunes, 7 de septiembre de 2015

La espada y la palabra, de Manuel Alberca


Como dice el propio Manuel Alberca en su prólogo a este La espada y la palabra. Vida de Valle-Inclán, en un país normal habría al menos una docena de buenas biografías dedicadas a uno de sus autores más influyente, renovador y famoso. Por eso la necesidad de un libro como este es doble: por una parte, por fin disponemos de un estudio serio y concienzudo que despeja incógnitas que van desde su nacimiento (cuyo lugar y fecha siempre habían sido discutidos) hasta su entierro (pues Alberca desacredita la leyenda de que un joven anarquista se lanzó sobre su ataúd).

Y aquí está el segundo punto clave en la biografía de Alberca: su empeño en desmontar los mitos que a lo largo del tiempo se han ido acumulando sobre la figura de Valle-Inclán. Con una documentación abundante, que salva las lagunas y falsedades que el propio Valle desperdigó sobre su propia vida y que más tarde han sido ampliadas por variados personajes a través del estudio de periódicos, cartas y diversas fuentes de la época, el autor desmonta muchos de los tópicos que se habían propagado sobre Valle sin más fundamento que el adorno literario o la conveniencia más espúrea.

El primer lugar común que cede ante la investigación de Alberca es la consideración del joven Valle como un bohemio romántico. Para empezar, lo primero sería poner en duda que en algún momento existiera la bohemia española, como decía Pío Baroja, pues la bohemia se elige y en España la pobreza no era una opción, sino el destino más común. Pero es que desde su llegada a Madrid con propósito de convertirse en un literato, Valle contó no solo con la ayuda de su familia sino con un momio gubernamental que le aseguró un sueldo sin necesidad de trabajar. Así es bohemio cualquiera.

Otra cuestión muy discutida ha sido la posición política de Valle-Inclán. Por todos es sabida su tendencia tradicionalista, ejemplificada en su defensa del carlismo. Pero, como si se quisiera perdonarle esta excentricidad, se suele justificar esta postura tan rancia achacándola a un exhibicionismo puramente estético, lo que hoy se llamaría postureo. Pero Alberca demuestra que nada más lejos de la realidad, que Valle tenía realmente una ideología conservadora cercana a la ultraderecha y que con sus particulares vaivenes e incoherencias se mantuvo fiel a esta familia política durante toda su vida.




El otro gran mito derribado por Alberca en La espada y la palabra sin posibilidad de reconstrucción es el de la pobreza de Valle. Con una exhaustividad asombrosa el autor saca a relucir las ganancias anuales de Valle-Inclán para demostrar que a excepción de algunos momentos de cierto apuro, se puede decir que llevó una vida bastante desahogada, sobre todo teniendo en cuenta el contexto de miseria generalizada en el que le tocó vivir. A Valle le gustaba mucho quejarse y queda muy romántico lo del escritor paupérrimo, pero sencillamente no era verdad.

Alberca apenas hace alguna valoración crítica de la obra de Valle (y sería muy conveniente un nuevo estudio que también pusiera en duda la multitud de mistificaciones a este respecto: ¿realmente Valle era un buen escritor?) y se centra en su figura, tan compleja, contradictoria y rica. Además, Alberca tiene tiempo para dibujar la época y los ambientes en los que se movió su héroe. Desde historias de apariencia lateral (como la de Anita Delgado o el atentado contra Alfonso XIII) que sin embargo sirven para dar color, hasta el retrato de los personajes que rodeaban a Valle y que marcaron la historia de España en el primer tercio del siglo XX.

No debería ser así, pero lo cierto es que nos sorprende que un catedrático de la universidad española haya escrito un libro que, más allá de su valor como estudio biográfico, destaca por estar escrito con una soltura y una amenidad tan destacables. La espada y la palabra se lee con el interés indudable que provoca la vida de un personaje como Valle-Inclán, pero también con el placer de encontrarse con una obra tan bien escrita, con concesiones al humor y al estilo más narrativo, y en la que el poso erudito no impide su accesibilidad.


Editorial Tusquets

viernes, 4 de septiembre de 2015

De la vida de un inútil, de Joseph von Eichendorff


Aunque De la vida de un inútil se presenta como una novela representativa del romanticismo alemán (y con la como mínimo curiosa recomendación de Hitler), en realidad el libro de Joseph von Eichendorff es más bien una parodia de este movimiento literario. Sin llegar a las cotas de rechufla que Thomas Love Peacock destiló en Abadía pesadilla, von Eichendorff se lo pasa en grande a costa de un bobo amante de la música y de la naturaleza que no se entera de nada.

En De la vida de un inútil hay plebeyos enamorados de grandes damas, bandidos, embaucadores y sustos. Incluso asistimos a uno de esos viajes por Italia tan glorificados en la literatura de la época, pero en lugar de un grand tour aquí el protagonista recorre paisajes y se encuentra con tipos pintorescos sin ser consciente de lo que pasa a su alrededor. Como si fuera un precursor de Forrest Gump, nuestro violinista se pone a andar sin mirar atrás y sin un objetivo demasiado claro.




Es verdad que el concepto de “humor alemán” es un poco chocante, y más proveniente de un romántico católico como von Eichendorff, pero lo cierto es que De la vida de un inútil tiene un tono despreocupado y bonachón, sin grandes pretensiones y con elementos de un humorismo no forzado. Ni tan siquiera carga las tintas sobre la bobería de su protagonista, quien después de pasar por numerosos enredos siempre sale bien parado.

Von Eichendorff, que era ante todo dramaturgo y poeta, no solo rellena su breve narración con poemas alegres y sencillos, sino que dota a toda su narración de un espíritu juguetón, de una comunión con la naturaleza (en este aspecto sí muy acorde con los principios románticos) y de una falta de pretensiones que hace de su lectura un agradable divertimento que reivindica la sencillez y la falta de pretensiones como secretos para llevar una buena vida. Al menos en literatura, no es un mal consejo.

Editorial Rey Lear

Traducción de Ursula Toberer

miércoles, 2 de septiembre de 2015

Pero... ¿quién mató a Harry?, de Jack Trevor Story


Ya desde el título Pero... ¿quién mató a Harry? apunta a ese tipo de género conocido como whodunit, esas historias que tanto le gustaban a Hitchcock, quien las elevó a una nueva categoría. Sin embargo, la realidad es que a los protagonistas de las novelas poco les importa la identidad del asesino, y al lector todavía menos. Lo que realmente le interesa a Jack Trevor Story y entretiene al lector son las situaciones absurdas y los personajes excéntricos que mientras se pasean por el campo se encuentran con el pequeño contratiempo de toparse con un cadáver.

Como se ve, puro humor británico. Y aquí es donde intuimos qué pudo atraer de este librito a Hitchcock. La novela, que se lee en un par de horas, es como una excursión veraniega, despreocupada y feliz, con momentos que se recordarán con efusión muchos veranos después. Situaciones estrambóticas y encuentros casuales que inadvertidamente tendrán unas consecuencias trascendentales... eso sí, en un mundo en el que un asesinato es poco más que un fastidio.




Jack Trevor Story relata la historia con mucha guasa y algo de picante (la cosa no va más allá), sin preocuparse demasiado por la coherencia ni la verosimilitud (lo cual también debió de agradar a Hitchcock, quien odiaba estas restricciones a la ficción). Como dice explícitamente uno de los personajes, en una novela no hay tiempo para andarse con rodeos, por lo que sus diálogos van directos al grano y el autor no se enreda en descripciones ni estudios psicológicos.

En este sentido Pero... ¿quién mató a Harry? recuerda a las novelas de Roddy Doyle, con sus diálogos vivos y su ritmo acelerado, en el que no ya el lector, ni tan siquiera el escritor parece haber releído lo que escribió el día anterior. Así pues, el libro se disfruta mientras dura, sin tener más pretensiones que hacer pasar un buen rato. Ah, y al final se desvela el misterio, pero a estas alturas, con el libro convertido en un cuento de hadas, ya casi ni nos acordábamos.

Editorial Alba

Traducción de Concha Cardeñoso Sáenz de Miera

martes, 1 de septiembre de 2015

La manía, de Andrés Trapiello


No pretendemos que los diarios de Andrés Trapiello tengan esa virtud sanadora que Tàpies atribuía a sus propios cuadros. De hecho, ni tan siquiera ayudan a sobrellevar la melancolía, sino que más bien inciden en ella. ¿Nos hacen mejores personas? Viendo lo que disfrutamos con sus malevolencias, sería arriesgado asegurarlo. Y la adicción que crean tampoco puede ser saludable. Y, sin embargo, hay algo en ellos vivificante. Se produce esa corriente tan extraña entre las letras y la realidad que, al menos por un tiempo, nos hace ver a las personas y las cosas de manera diferente.

Por ejemplo, mientras leíamos La manía, como pasa siempre con estos diarios, empezamos a percibir lo que pasaba a nuestro alrededor con una mayor profundidad, como si las arrugas de la vida que de costumbre pasan desapercibidas por falta de atención se revelaran en toda su complejidad. Y esto nos hace sin duda más humanos, porque así podemos comprender mejor a quienes nos rodean. Por muy taxativas que sean las opiniones de Trapiello, suele haber en ellas un punto de grandeza, por lo menos un intento cervantino de generosidad y hermandad.




Lo que no quieta para que también haya en estos libros descripciones destructivas. A veces, como en el caso de Vila-Matas, sus diatribas son memorables. Pero en otras ocasiones, como en el caso del completo idiota que ocupa buena parte del año, se acaba sintiendo algo de pena por este pobre hombre. En esto Trapiello también sitúa su mirada a altura humana, pues no es difícil compartir arrepentimientos y lamentos por no poder estar por encima de minucias mundanas. En el caso del exaltado de Pamplona se impone el estupor, aunque en este caso discrepamos de Trapiello: su barrio no el que tiene más locos de Madrid, ese es el nuestro.

Otro aspecto en el que no coincidimos con Trapiello es en sus excesivos reniegos artísticos. Lo del arte moderno y todo eso de las chorradas vanguardistas sí, pero al leer lo que dice sobre el teatro de Chéjov solo podemos pensar que simplemente no esta hecho para el teatro, qué le vamos a hacer. Pero cualquier desencuentro se olvida cuando llegan las páginas más sentidas y elegíacas, en La manía especialmente inspiradas en lo que respecta el viaje a Venecia. Tras quince tomos de estos diarios que son siempre iguales sabemos que aquí, al contrario que a esa ciudad que es siempre igual, podremos volver siempre que queramos. Y que lo haremos.


Editorial Pre-textos