jueves, 29 de octubre de 2015

El bar de las grandes esperanzas, de J. R. Moehringer


Hay algunos libros que parecen llamarnos, como esas copas tentadoras que provocan al alcohólico, cuyas bajas defensas poco pueden hacer para resistir la llamada de la felicidad prometida. Y El bar de las grandes esperanzas es uno de esos libros que nos reclaman sin admitir excusas, y sin que sepamos muy bien por qué. Pero la vida del lector no está exenta de precedentes en los que una historia parecía escrita para él, y que sin embargo, una vez despojada de su aura seductora, de sus brillos más superficiales, acaba por decepcionar.

Al igual que esas resaca monstruosas que hacen pensar que nunca más, esos libros tienen el mismo poder persuasivo: ninguno. Por suerte, El bar de las grandes esperanzas no es uno de esos traidores. Al contrario, desde las primeras páginas nos damos cuenta de que esta vez nuestro instinto ha dado en el clavo. Y, a partir de entonces, no hay marcha atrás. J. R. Moehringer se hará con nuestra voluntad y dependeremos de él, en quien confiaríamos nuestra propia salud, para que nos guíe. Sabemos que jamás nos dejaría tirados.

El bar de las grandes esperanzas, verdadero hogar para Moehringer durante muchos años y del lector durante unas cuantas horas, no podía tener un nombre más apropiado que el de Dickens, pues el influjo del genio inglés está presente en cada página del libro. Y no se trata tan solo de recrear un ambiente (por ejemplo, la típica niebla londinense, aquí se manifiesta a través del humo de los cigarrillos que difuminan la luz del bar), del argumento tan dickensiano del niño pobre y sin padre, de los personajes excéntricos que dan color a la historia.

No, El bar es dickensiano en un sentido más profundo. Se trata de un libro capaz de hacer reír y llorar casi de manera simultánea, de un libro sincero y hondo que muestra su superioridad en su sencillez: ni una gota de retórica, ni una puerta abierta al lucimiento estilístico. Además de Dickens, otra presencia obvia a lo largo del libro es la de F. Scott Fitzgerald, y más concretamente de El gran Gatsby. Como dice el narrador de manera explícita, la gran novela americana es el Dickens mismo.




Si se tuviera que resumir el argumento de El bar, se podría decir que es la historia de cómo un niño se convierte en hombre, la clásica novela de formación. Solo que El bar no es una novela, sino la verdadera historia de Moehringer. Pese a lo que pudiera parecer, tampoco se trata e uno de esos manifiestos viriles, de exaltación del macho. Todo lo contrario, JR es un muchacho de una especial sensibilidad, siempre preocupado por todo, más agobiado por la vida de lo que su edad debiera permitirle.

Pero JR necesita una figura masculina (o, mejor, muchas). Referentes que le sirvan para comprender los mecanismos básicos de la vida y que le faciliten defenderse cuando sea necesario y superar con éxito los retos que marcan el paso de niño a adulto. Siempre con su madre en mente, quien le da fuerzas para superar los reveses y mantenerse firme en su propósito de cuidad de ella, JR tiene que hacer frente a grandes obstáculos que se interponen en sus grandes objetivos: primero ingresar en Yale y más tarde trabajar en el New York Times.

Con la energía que le transmite su madre, la ayuda de diversos personajes que le abren el mundo y su propio tesón, JR cumplirá sus sueños, pero solo para comprobar que no todo es tan ideal como se había imaginado. Porque a JR todavía le queda una lección por aprender, la más importante de todas, la que finalmente le permitirá dejar atrás sus rémoras y sus traumas y dar un paso al frente: que lo peor de todo es la desilusión, y que aprender a convivir con ella y a mirar de cara a la vida es la única manera de ser todo un hombre.

Editorial Duomo

Traducción de Juanjo Estrella

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