En el contexto
actual, un libro como Fuego y cenizas se hace triplemente pertinente
para el lector español. En primer lugar, porque ante la
proliferación de politólogos que todo lo saben (quizá solo
superados en número por gastrónomos), Michael Ignatieff ofrece un mensaje
clarificador de alguien que ha vivido en primera persona, y no solo
en teoría, los avatares de la política. Un intelectual que decidió
sumergirse en el impredecible mundo de los mítines, debates y
elecciones y que, a un alto coste, sacó conclusiones
trascendentales.
Además de
politólogos, profesionales y aficionados de todo tipo parecen sufrir
una fiebre de compromiso, lo que explica que haya tal cantidad de
candidatos a primarias o de participantes en partidos de cualquier
tendencia que practicamente haya que ir apartándolos cuando se va
por la calle. Y aquí encontramos la segunda utilidad de Fuego y
cenizas, sobre todo para que quien esté pensando en dar el paso
tenga claro cuales van a ser las consecuencias y medite si está
preparado y tiene lo que hay que tener.
El tercer punto,
que nos identifica con un país en apariencia tan diferente como
Canadá, es la cuestión de las “tensiones territoriales”. A
estas alturas lo que más apetece es alejarse del dichoso asunto,
pero Ignatieff da algunas pistas tan sencillas como contundentes
sobre cómo tratar el tema de manera responsable y conciliadora. No
solo en este apartado se puede aplicar una de las conclusiones más
sabias a las que llega el autor: piensa que a veces puede que no
tengas razón, así que escucha lo que tengan que decir los demás.
Al contrario de
lo que es habitual en los libros escritos por políticos (aunque esto
lo decimos de oídas, no tenemos las tragaderas para acercarnos a ese
tipo de textos), Fuego y cenizas no es un mamotreto
autocomplaciente, sino un ejercicio de autocrítica sosegado y
maduro. No hace falta decir que Ignatieff es un escritor muy dotado,
y a lo largo de las páginas del libro el lector se maravilla una y
otra vez de las ideas desplegadas por el autor, de sus revelaciones y
pensamientos que invitan a la reflexión.
Y eso que sus
principios no se alejan demasiado del sentido común. Pese al fracaso
monumental de Ignatieff, que llevó a su partido a la mayor derrota
de su historia (veremos en los próximos días si, como parece, los
liberales se han recuperado de la debacle), sus propuestas son
fácilmente compartibles por una mayoría de la sociedad. Se trata de
un liberal en el sentido anglosajón, progresista en lo social y
conservador en lo fiscal, preocupado por el medio ambiente y la
igualdad de oportunidades. Alguien tan sensato que al parecer lo
tenía difícil para hacerse tomar en serio.
Pese a todo,
Ignatieff confiesa seguir siendo un apasionado de la política, y en
un tiempo de desprestigio, sorprende su apasionada defensa de los
políticos habitualmente desdeñados como “profesionales”.
Ignatieff se alinea con los perdedores de la historia de la política,
junto a Séneca, Maquiavelo o Burke. Y aunque él no pretende
situarse en su misma liga, Fuego y ceniza es hoy por hoy un
libro tan necesario como los clásicos de estos autores, un libro que
ayuda a comprender mejor el mundo actual y a buscar soluciones a los
problemas comunes.
Editorial
Taurus
Traducción
de Francísco Beltrán
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