lunes, 26 de octubre de 2015

La noche de todos los santos, de Hugh Walpole


Si se comienza a leer La noche de todos los santos sin ninguna referencia, podría parece que se trata del típico libro gótico-romántico de principios del XIX, con apariciones, casas encantadas e incluso una España idealizada. Esto se debe tanto a la atemporalidad de las narraciones (apenas hay referencias cronológicas) como al estilo de Hugh Walpole, que después descubriríamos anacrónico. Sin adoptar las innovaciones de los dos James (Henry y M.R.), Walpole permanece como el más fiel seguidor de la tradición, el último romántico.

Por eso es imposible leer el libro sin tener en mente multitud de referencias literarias (que llegan tan lejos, o tan cerca, como a Bécquer, cuya huella es claramente identificable en Un clavel para un anciano). Pero quizá lo más curioso es el influjo que emana del libro en sí. Hemos leído tantos libros de Valdemar con un espíritu similar que ya es imposible que al disfrutar un nuevo volumen no nos acompañe algo del bagaje. Así, al leer La noche de todos los santos es como si también nos impregnara el espíritu de Arthur Machen o Sheridan Le Fanu.




Pese a que por lo tanto se podría acusar a Walpole de falta de originalidad, lo cierto es que da lo mejor de sí mismo cuando más se atiene a las normas del género. La historia contada en primera persona, la inclusión de elementos siempre en la frontera entre lo racional y lo fantástico, los finales sorprendentes e inexplicables. De hecho, es la subjetividad de la narración lo que dota a unos cuentos de apariencia simple de multitud de significados.

Lo mejor de Walpole también se encuentra en su construcción de ambientes opresivos y amenazantes, siendo quizá el mejor ejemplo La escalera, en la que una casa tiene personalidad propia y toma decisiones de consecuencias terribles. También es curioso que en una colección de relatos titulada La noche de todos los santos se incluyan algunos cuentos que en apariencia se alejan por completo del género fantástico. He aquí una pista que no deberíamos pasar por alto.

Editorial Valdemar

Traducción de Santiago García

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