viernes, 30 de octubre de 2015

París D.F., de Roberto Wong


De la misma manera que Arturo, el protagonista de París D.F., superpone los mapas de París y Ciudad de México para construir un mundo en el que los lugares de la memoria y el paisaje urbano se solapan, Roberto Wong ha construido con su primera novela un híbrido en el que las huellas literarias y la vida se mezclan para configurar un libro desquiciado y alucinante en el que la realidad es solo un reflejo apenas recordado.

Entre los referentes literarios de Wong hay algunos evidentes, como el de la Nadjia de Breton, pero también otros más ocultos, como podría ser Mario Levrero. En la escritura de Wong encontramos el mismo instinto suicida, el mismo mundo inquietante y que se cae a pedazos, con un protagonista que apenas se esfuerza por permanecer de pie en las últimas baldosas que todavía le unen con su pasado, mientras que las perspectivas de construirse una "vida", ese siempre soñado viaje a París, se transforma en una entelequia similar a la posibilidad de viajar a Marte.




En su intento por dotar a su narración de una singularidad expresiva, Wong utiliza algunos recursos poco habituales en la novela, como el uso del presente o de la segunda persona, además de intercalar capítulos en los que el protagonista se adueña del punto de vista, saltos en el tiempo en los que reína lo confusión o la introducción, a modo de flash forwards, de personajes en apariencia ajenos a la historia.

Si al inicio de la novela la historia, pese a la innovaciones señaladas, es más o menos coherente, según avanza se va haciendo cada vez más compleja. Paralelamente a la transformación del D.F. en París, el lector, de la misma manera que Arturo, va perdiendo su ligazón con lo que sucede a su alrededor y la fantasía, los espejismos y la pérdida de la conciencia se unen para formar una pesadilla de la que ya será imposible escapar.


Editorial Galaxia Gutenberg

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